Los colombianos cumplirán el 19 de junio una costumbre que se volvió tal a fuerza de repetirla: por sexta vez en los últimos 28 años deberán regresar a las urnas para definir en segunda vuelta quién será el heredero del sillón principal del Palacio de Nariño, una puja reservada a Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
Únicamente Álvaro Uribe consiguió evitar demorar el festejo hasta un balotaje: sus dos triunfos, en 2002 y 2006, fueron en primera vuelta. En las restantes cinco elecciones para el cargo que se hicieron desde que el mecanismo del balotaje se incorporó a la Constitución, en 1991, fue necesario utilizarlo. Y este año sucede otro tanto.
La Constitución de 1991 estableció que la elección del presidente y el vice fuera por mayoría absoluta, esto es, por la mitad más uno de los votos.
Y si ninguna fórmula consigue esos números, debe hacerse una nueva compulsa tres semanas después entre los dos binomios más votados, a la que debió recurrirse en los comicios de 1994, 1998, 2010, 2014 y 2018.
Los derrotados en la segunda vuelta tienen una suerte de premio consuelo: desde 2015, el primer integrante de la fórmula logra una banca en el Senado y el segundo una en la Cámara de Representantes. Ese año se eliminó la chance de la reelección.
Desde que se disputa la presidencia a doble vuelta, casi siempre en la segunda vuelta la asistencia a las urnas fue mayor que en la primera.
Solamente en 2010, en el mano a mano Santos-Mockus hubo un descenso del 5% de los votantes en el balotaje, probablemente por la enorme diferencia que el luego Premio Nobel de la Paz había logrado en la primera ronda. En el resto de las segundas vueltas se vio que suele sufragar un 7% u 8% más.