El negrito Matapacos era callejero por derecho propio. Se lo recuerda moviendo la cola en el centro de Santiago de Chile, mientras acompañaba las marchas de los estudiantes que reclamaban por el derecho a la educación pública en 2011 y 2012, durante el primer gobierno del neoliberal Sebastián Piñera.
Se lo veía siempre sin correas ni ataduras como buen perro libertario. Dando vueltas por las manifestaciones en la Alameda, Plaza Italia y en las puerta de La Moneda. Ladrándoles a los fieros carabineros y enfrentando a los camiones hidrantes que cargaban contra los escolares y universitarios cerca del amorronado río Mapocho. “Con unos reclamos de igualdad entre todos los miembros de la sociedad que en el fondo rebasaban lo meramente educativo para cuestionar las mismas bases del modelo socioeconómico implementado bajo la dictadura, se levantaron los estudiantes chilenos, y con ellos el Negro Matapacos”, recuerda la escritora Montserrat Álvarez en un fascinante artículo publicado en el diario ABC Color paraguayo.
De su valentía al plantarse ante los “pacos” –policías-, el can morocho como los desclasados se ganó su apodo popular. En esos tiempos de tórridas protestas, las fotos del bravo Matapacos ilustraron los diarios del planeta y su historia de perro comprometido con las luchas plebeyas hasta fue narrada en un brillante documental. No le busquemos la quinta pata al perro, por su valentía y lealtad, desde aquellas jornadas de lucha, el Matapacos se transformó en el mejor amigo del pueblo.
Pasaron los años, y el Negro Matapacos murió de viejo en 2017, un 26 de agosto. No sabemos si fue al cielo como todos los otros perros. Sin embargo, sus ladridos ejemplares siguen vivos en la memoria del pueblo rebelde al otro lado de la Cordillera de los Andes.
El Matapacos fue rescatado en las jornadas de protesta callejera que se encendieron a finales de 2019 en todas las ciudades de la delgada geografía trasandina. Carteles, graffitis, stickers en las redes, remeras y memes ilustrados con su rostro, ataviado con el clásico pañuelo rojo al cuello que le ataban los estudiantes, se reproducían como las manifestaciones contra el gobierno de Piñera y sus políticas neoliberales.
Su figura también saltó las fronteras de la perrera local y se transformó en un ícono de resistencia global. Hace unos años, en una protesta y evasión masiva en el subte neoyorquino impulsada contra la violencia policial que sufrió un pibe afroamericano, los manifestantes llevaban pancartas tatuadas con el Matapacos saltando los molinetes.
Fue rescatado por los sectores populares, cuando los chilenos intentaron derribar los pilares de la injusticia social instalada hace décadas por Pinochet. Y como la ideología se manifiesta en prácticas, el pueblo volteaba –literalmente- monumentos de los héroes vetustos del Chile patricio, milico y neoliberal. El pueblo pedía que otros héroes merecen el bronce. Derribaron el busto macizo del general Manuel Baquedano en una plaza en la comuna de Providencia. Tras la acción justiciera, se creó en la plataforma Change.org una petición para instalar en ese espacio una estatua del Matapacos.
En una bellísima carta publicada en El Desconcierto, el periodista y escritor Richard Sandoval le dedicó estas líneas iluminadas al can combativo: “Eres tanto Chile enrabiado, Matapacos, que hoy te has convertido en emblema del Chile real, el que quisieron ocultar, el que viola los derechos humanos, el ícono que muestra a Nueva York, al mundo, que acá también se lucha, sin luces ni líderes salidos de la élite. Se lucha con la carga de décadas de democracia fallida que colmaron la paciencia de una nación hecha de lo que siempre fue, aunque se maquillara con el plástico de una tarjeta, una nación de perros quiltros. Gracias, Negro Matapacos, por decirlo con tu sola mirada, tu sola mordida al agua tóxica esparciéndose en el aire.”
El pueblo chileno se cansó del huesito de las sobras que le tiraba una élite política rancia. Da pelea contra las injusticias. Se para de frente a los pacos represores. Grita, se saca la rabia y perrea.