Mientras en todos los confines sigue arrasando con sus misiles y bombas, a Estados Unidos le bastaron tres semanas y dos conferencias de prensa para abrir una brecha descomunal, una más, en la maltrecha institucionalidad paraguaya. Esta vez, el Departamento de Estado ni se tomó el trabajo de organizar una escalada diplomática. El embajador Marc Ostfield, un buen amigo de la casa, se salteó a todos y simplemente llamó dos veces a los medios para leerles un texto cuyo contenido ignoraba hasta el presidente Mario Abdo Benítez. La primera vez fue el 22 de julio, para “informar a la población” que el gobierno de Joe Biden había declarado “significativamente corrupto” al expresidente Horacio Cartes (2013-2018). El 12 de agosto, y bajo el mismo cargo, decapitó al actual vicepresidente Hugo Velázquez.
En el ring del Congreso y en la bolsa de gatos del gabinete nadie saltó para rozar, siquiera, una denuncia sobre la grosera injerencia de míster Ostfield. Nadie, como si todos lo supieran, se preguntó sobre la traducción política de ese “significativamente corrupto” no incorporado aún al diccionario de la diplomacia. Sin entrar en detalles de ningún tipo, Ostfield leyó el único texto –el mismo para Cartes que para Velázquez– emanado de la embajada. “El secretario de Estado Antony Blinken –dice el primero– denuncia al ex presidente Cartes por usar su cargo para obstruir una investigación de crimen transnacional (¿lavado?, ¿contrabando?), lo que le permitió compartir actividades corruptas con organizaciones terroristas y entidades castigadas por Estados Unidos”.
El gobernante Partido Colorado debe celebrar una interna obligatoria el 18 de diciembre para designar a quien será su candidato para las presidenciales del 30 de abril del próximo año y elegir al nuevo jefe partidario. Hasta la intromisión norteamericana la lucha se daba entre Abdo Benítez-Velázquez contra Cartes-Santiago Peña, pero eso ya no corre. Al presidente le pareció bien que su vice anunciara el mismo 12 de agosto que renunciaría al cargo y a la candidatura, pero este último viernes Velázquez se desdijo, porque “ni aquí ni en Estados Unidos se ha abierto una causa judicial contra mi persona”. Cuando Ostfield le pasó por encima con la aplanadora del Departamento de Estado, el vice había dicho que renunciaba “para salir a defender mi buen nombre”. Abdo le había agradecido.
“El hecho de dar un paso al costado es para no afectar al presidente, me retiro de la política. Esta era la última etapa de mi carrera pero bueno, no pudo ser, qué le vamos a hacer. Son designios de Dios”. Aunque tres semanas antes había dado por ciertos los cargos lanzados contra Cartes, y festejó sin disimulo la defenestración de su oponente partidario, Velázquez también se había lamentado del “lastimoso espectáculo que le damos al mundo, mostrando una debilidad institucional por la que desde el extranjero tienen que venir a llamarles a las cosas por su nombre”. Cuando le llegó el turno y resultó que lejos de los designios de dios había sido el dedo acusador de Departamento de Estado el que le había señalado el camino del cadalso, terminó por aceptar, indirectamente, que las acusaciones contra él tenían la misma validez. Lejos del pudor, el viernes reapareció para decir que no piensa renunciar a nada.
Abdo y Velázquez habían dicho que Cartes debe ser enjuiciado, y para ello promueven en el Congreso el juicio político a la fiscal general Sandra Quiñonez. La acusan de obstruir la acción de la Justicia, impidiendo la apertura de causas contra el expresidente. Velázquez se arriesgó a más, al insinuar que Cartes tiene comprada a la fiscal. “Él todo lo arregla con plata”, dijo. El sector que le responde sigue protegiendo a la fiscal. Aparentemente lejos de importarle lo que dicen en Estados Unidos, Cartes se dedica al juego interno, donde están sus verdaderos intereses (ver aparte), y arremete contra la dupla que se le opone en la interna partidaria. “Tohóna tojapiro tunare” (en guaraní, algo así como «no jodan más»), es la respuesta que se reserva para ellos cuando se refieren a él o a Quiñonez.
En el medio de la interna colorada, sin relación pero sumándole al desconcierto general, también renunció la candidata del Frente Guasú, Esperanza Martínez, que antes de competir en las presidenciales de abril del año que viene prefiere “trabajar por la ansiada unidad del progresismo”. En este contexto crítico emergió, como única disonante, la voz del senador Juan Carlos Galaverna, del sector de Cartes pero al que no defiende. Cuestionó la injerencia norteamericana. “Se trata de una relación colonial, que una potencia tan poderosa pretenda marcarnos la hoja de ruta es la peor muestra de degradación moral y política”. Sus propios correligionarios de la ultraderecha le taparon la boca, recordándole la existencia de un video de julio de 2014 en el que protagoniza una fiestita con tres adolescentes a las que les promete –el audio es perfecto– que las retribuirá con un puesto bien pago en el Congreso. «
Viejos amigos que dejan de serlo
A fines de los 60 del siglo pasado empezó como mandadero de una distribuidora de cigarrillos de Asunción. No lo necesitaba. Él, Horacio Cartes, venía de una familia de buen pasar. Fue alumno del Cristo Rey y estuvo un tiempo en Kansas, Estados Unidos. A fines de los ’70 volvió y se convirtió en joven emprendedor. De aquellos patrones recibió la concesión de una zona exclusiva de reparto y dicen que le sumó al negocio unos rubros non sanctos con los que creció a ritmo de bólido. En 1993 abrió sus primeras tres fábricas, que a mediados de la década pasada llevó a 32 y 2613 marcas registradas. Un año antes había tenido que crear el Banco Amambay. Se lo exigían sus socios, los ingresos generados por los cigarrillos y la movilización de los dineros producidos por los negocios anexos.
Broma va, broma viene, a Cartes lo empezaron a llamar “el rey del contrabando de tabaco y el lavado de dinero”. Así lo conocían en Brasil, Colombia, México y las islas mayores del Sotavento caribeño (Aruba y Curazao). Sus detractores y los cables filtrados por WikiLeaks lo dan como el lavador de confianza del Primer Comando Capital (Brasil), los Urabeños y el cartel de la Guajira (Colombia), los Zetas y los traficantes de Sinaloa (México). No lo paró nadie. Compró el club Libertad de fútbol y compró a los congresales del Partido Colorado para que modificaran los estatutos y él, que nunca activó políticamente, pudiera ser candidato. En 2013, cerrando el ciclo iniciado con el derrocamiento (2012) de Fernando Lugo, juró como presidente de Paraguay. Y compró diarios, revistas y televisoras.
Su prontuario era conocido hasta en el cielo, ese espacio que simbólicamente les pertenece a los dioses que todo lo saben, y en el Bronx, donde reina el The New York Times, que en Estados Unidos pesa más que todas las pandillas de dioses y marginados. Pero igual, nada impidió que se extendiera la alfombra roja para que lo recibieran en la Casa Blanca de Barack Obama, en las obscenas 3418 habitaciones del palacio madrileño del defenestrado rey y en el Vaticano del alemán Joseph Ratzinger, más conocido como Benedicto XVI. La única que, vaya a saberse por qué, aún hoy se mantiene en alerta e investiga al sujeto que Estados Unidos acaba de “descubrir”, es la Special Policial Taskforce (SPT) de los Países Bajos, que insiste en cascotearles el rancho a quienes duermen la siesta de los cómplices.
La SPT le puso números al tránsito de Tabacalera del Este y el Banco Amambay. Paraguay produce 71 mil millones de cigarrillos/año y sólo el 1,8% se consume internamente. Para la SPT, contrabando, lavado y Cartes son una troika monolítica. La policía europea procesa los datos reunidos y asegura que en la última década Brasil incautó 278 millones de dólares llegados con la marihuana, 834 millones de la cocaína y 907 millones del tabaco paraguayo. Lo que ingresa a Brasil por sus 1300 kilómetros de frontera con Paraguay equivale al 36% de lo que entra de cocaína y marihuana por sus otros 16.000 kilómetros de frontera. Confiado en sus cómplices, Cartes ironiza: “El contrabando es un problema aduanero, yo estoy como Nestlé, que no es responsable de que se venda su leche en todas partes”.