En estos tiempos, el discurso ultraconservador se esparce sin ningún prurito en todo el mundo. Los gestos y las palabras muestran el revés de la trama de un modo transparente. Hubo en estos días una gran proliferación de estos ejemplos en las intervenciones de los jefes de Estado en la 75ª Asamblea de la ONU. Y si se habla de la región, también los hubo en las últimas movidas en los organismos latinoamericanos, donde se expresa sin pudor la fuerte alianza entre los gobiernos de Jair Bolsonaro y Donald Trump.
El que abrió la ronda de discursos en Nueva York -esta vez de forma virtual- fue el presidente brasileño. Una tradición que se remonta al fin de la Segunda Guerra Mundial, en la que Brasil fue el único país sudamericano en enviar tropas contra las fuerzas del nazismo.
Fue muy evidente el deseo del excapitán del Ejército brasileño de congraciarse con el empresario inmobiliario estadounidense, que está a días de una elección presidencial. Esa actitud era el reconocimiento público de una asociación que intenta marcar el rumbo de América Latina a la medida de la Casa Blanca. Y que seguramente excederá a quien sea el que ocupe el cargo de presidente en el futuro. Después de todo, el que reflotó el término “patio trasero” para definir a las naciones que están al sur del Río Bravo fue el secretario de Estado de Barack Obama, John Kerry.
Los ejemplos del eje Washington-Brasilia en esta era abundan. Luis Almagro, el sumiso secretario general de la OEA, anunció hace un mes que no le iba a renovar el contrato al secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el brasileño Paulo Abrao. Argumentó que había decenas de denuncias por malos tratos al personal en su contra. Olvidó decir que Abrao había sido votado según las reglas de la CIDH en febrero pasado para un nuevo período.
Resultaría difícil negar ahora que el uruguayo exfrenteamplista negoció un nuevo período propio, a fines de marzo pasado, a cambio de sacarse de encima a un funcionario que Bolsonaro desprecia. Tras algunas semanas de alboroto, Abrao tiró la toalla y este viernes la CIDH abrió una convocatoria para elegir al reemplazante, de acuerdo a los reglamentos internos -violados por Almagro- durante un período que culmina el 8 de noviembre. El nuevo titular del organismo, de acuerdo al anuncio, será seleccionado entre los postulantes el 3 de diciembre.
La misma CIDH anunció estos días la designación del colombiano Pedro José Vaca Villarreal como relator especial para la Libertad de Expresión, en lugar del uruguayo Édison Lanza. Vaca Villarreal es abogado y dirige actualmente la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) en Colombia, integra el Consejo Directivo Global del International Freedom of Expression Exchange (IFEX) y es relator en otra ONG, Freedom House (FH).
IFEX nuclea a un centenar de asociaciones mundiales y en el caso de Argentina figuran el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) y las Asociación por los Derechos Civiles. FH, a su vez, es financiada en un 80% por el gobierno de EE UU.
Almagro, tras deshacerse de Abrao y mientras espera que la CIDH le ofrezca un candidato potable para el régimen imperante en la OEA, completó la devolución de gentilezas a Bolsonaro y nombró a Arthur Bragança de Vasconcellos Weintraub en la secretaría de Acceso a los Derechos y la Equidad de la entidad. Conocido ultraconservador, racista y misógino, Weintraub argumenta en contra del uso de barbijo porque dice, textualmente, que es “un pin del partido comunista”.
Levantó mucha espuma la polémica elección de Mauricio Claver-Carone al frente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Faltando a la tradición, Trump forzó la nominación de un estadounidense, cuando siempre ese cargo había sido para un latinoamericano. El sillón de vice, en cambio, siempre había sido para un nativo del norte del continente. El último en ocupar la vicepresidencia fue Brian O´Neill, pero murió en diciembre pasado. En su lugar está como interino John Scott. Pero el sucesor será el brasileño Carlos da Costa, hasta ahora secretario de Productividad, Empleo y Competitividad del Ministerio de Economía brasileño.
Esta sociedad de derecha se viene gestando desde que Bolsonaro, con ayuda de asesores de campaña de Trump, ganó la presidencia de Brasil. La gira del secretario de Estado Mike Pompeo por Brasil, Colombia y Guyana de la semana pasada buscó consolidar esos lazos en torno al objetivo de terminar con el gobierno venezolano, la obsesión de la gestión Trump.
En la Asamblea de ONU, la presidenta de facto de Bolivia, Jeanine Áñez, apuntó contra la Casa Rosada denunciando el “acoso sistemático” contra su gobierno y pidió acabar con el “populismo caudillista y autoritario” y las “castas populistas” como catalogó a las autoridades nacionales argentinas.
No tardó Bolsonaro, en una entrevista con OGlobo, en sumarse al mensaje (¿de Washington?) al afirmar que el gobierno de Alberto Fernández está «yendo rápidamente hacia un régimen similar a Venezuela». «