«Parece un golpe de Estado», fue la sentencia del senador estadounidense y número dos del Partido Demócrata Bernie Sanders, para definir la situación política de Brasil.
Sanders, precandidato presidencial que se encolumna ahora detrás de la candidata Hillary Clinton, condenó el impeachment a la suspendida presidenta Dilma Rousseff y aseguró que Barack Obama debe pedir «elecciones democráticas».
«Estados Unidos no puede permanecer en silencio mientras son atacadas las instituciones democráticas de uno de nuestros aliados más importantes», advirtió y agregó que la destitución de Dilma «no es un juzgamiento legal, sino político». Además, denunció: «La nueva administración, que no ha sido elegida, anunció rápidamente planes para imponer políticas de austeridad, aumentar la privatización e instalar una agenda social de extrema derecha».
Sanders habló sesión parlamentaria que trata la apertura del juicio político contra la presidenta Rousseff. Pero no es el primer legislador estadounidense en expresar su preocupación: a finales de julio, un grupo de 40 congresistas demócratas escribió al secretario de Estado de EUA John Kerry, para pedirle que tuviera «el máximo cuidado en sus relaciones con las autoridades interinas de Brasil».
Sin embargo, Kerry visitó Río la semana pasada y se reunió con el nuevo ministro de Exteriores brasileño, José Serra, sin hacer en sus declaraciones públicas ninguna referencia a la inestabilidad política en Brasil y subrayando el interés de Estados Unidos en seguir cooperando con la potencia suramericana en varios temas.