Occidente fundamentó en marzo que las sanciones económicas contra Rusia serían devastadoras. Esperaban una caída del 15% del PBI ruso que anulara su voluntad de combate.
Olas de sanciones sacaron a la Federación Rusa del SWIFT, ese sistema internacional de pagos; censuraron sus medios de comunicación (sin orden judicial); congelaron los haberes privados de las empresas rusas y los depósitos públicos del Banco Central en occidente; marcas y multinacionales abandonan Rusia…
Queda prohibido el intercambio comercial, la transferencia de tecnología, vedada la compra de petróleo, carbón, acero y hierro proveniente de Rusia. Récord mundial de sanciones impuestas a una nación, tomadas por 38 países. Occidente en orden de batalla.
En junio, una publicación del Fondo Monetario Internacional firmada por Nicholas Mulder decía que “las amplias sanciones contra Rusia, combinadas con la crisis de la cadena de suministro mundial y la interrupción del comercio de Ucrania en tiempos de guerra generaron un shock económico notablemente serio. Esos efectos se verían acentuados si se aplicaran más sanciones al petróleo y el gas rusos”.
Lo interesante del caso es que ese “shock económico” parece haber afectado más a los sancionadores que a los sancionados. Hay una explicación coyuntural: el Kremlin adoptó medidas tales como el control de cambios, exigió el pago en rublos del gas que exporta, tanto y tan bien que después de una fuerte baja del rublo al principio del conflicto con Ucrania, la revalorización de la moneda frente al dólar y al euro es considerada excesiva, ya que no debe penalizar las exportaciones.
Hay una explicación más estructural. Con el aumento de los precios de la energía y de los alimentos, que ya existían desde 2020, la balanza de pagos rusa tiene un excedente cercano al 10% del PBI; el presupuesto es superavitario; tienen un fondo anticíclico. Significa que pueden ejercer una política de ingresos que subsane, cuando no potencie el consumo de los hogares, asegure la liquidez del mercado interno y permita reorientar el comercio con Asia.
Por el contrario, quienes sufren las sanciones son los países europeos. Carestía y escasez de energía, que impacta en los precios del combustible, en el funcionamiento de las empresas, en la inflación que aumenta de 5 a 20% según los países. También impacta en los Estados Unidos, donde el costo de la nafta ha llegado a duplicarse en algunos estados y tienen la mayor inflación de los últimos decenios.
Frente a las perspectivas de racionamiento energético, Europa intenta crear un sistema único de provisión de gas, con lo cual España, Italia y Grecia deberían enviar a Alemania parte de su suministro. No parecen muy convencidos. Hungría demanda más gas ruso y Austria subraya sus necesidades tanto como su neutralidad. No hay un frente unido, ni tampoco parece tan sólido. Ya hay excepciones a las sanciones, el gas en primer lugar, los fertilizantes…
Las consecuencias también son políticas. Adiós a Johnson en el Reino Unido y a Draghi en Italia; Macron sin mayoría en Francia y Scholtz sin credibilidad en Alemania, Sánchez sin nada en España. Biden tiene una baja valoración. Sabemos que aumentos y carencias no son buenos en años electorales: quizás presenciamos el momento histórico en que los países sancionadores sufren más que el sancionado. Han cruzado el umbral del absurdo. ¿Cómo se dirá “retroceder en chancletas” en la OTAN?