El discurso del odio, la xenofobia y el rechazo a la diversidad avanza con fuerza en Occidente. Las periferias más pobres de muchas ciudades, los excluidos y los olvidados por los gobiernos encuentran en esas consignas una vía para canalizar su enojo contra el abandono. Hábilmente los partidos de extrema derecha utilizan estos discursos para conquistar el poder en varias regiones. En Brasil, Jair Bolsonaro se impuso con arengas racistas. En EE UU, Donald Trump busca retener el poder con argumentos contra la inmigración y habilita al supremacismo blanco. En Europa, esta ideología avanza con fuerza en países como Alemania, Francia, España y llegó al gobierno en Italia, aunque por poco tiempo.
Sami Naïr, politólogo francés de origen argelino, es especialista en movimientos migratorios y una de las voces más destacadas del progresismo en Europa. Naïr dialogó telefónicamente con Tiempo sobre el avance de la ultraderecha y planteó que estamos frente al surgimiento de un neofascismo que se propaga. Para el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de París la onda de expansión no es casual y responde al proceso de estancamiento de la economía global que derivó en el resurgimiento de movimientos ultraderechistas que se pensaban desaparecidos.
Naïr opina que la ultraderecha ganó espacios de poder impensados en varias regiones y que está «vinculado directamente con las políticas económicas y sociales de los países. Es un movimiento mundial en una época de crisis profunda de la globalización, que se puso en marcha hace unos 30 años. Está claro que el sistema se ha vuelto totalmente caótico y las principales potencias que lo llevaban adelante ahora están en desacuerdo con la continuidad del proceso. Basta con ver lo que pasa entre Estados Unidos y China. Y en Europa hace 20 años que no hay un desarrollo económico suficiente para crear empleo. La política de estabilidad de Bruselas está en crisis y hay sectores sociales enteros –esencialmente las capas medias bajas-, excluidos y marginados del proceso de recomposición económica del bloque europeo. Por lo cual, en todas partes vivimos un proceso grave. Desgraciadamente no veo que se pueda solucionar rápidamente ahora, se necesitarán probablemente una o dos décadas para poder arreglar estos problemas».
El politólogo describe una precarización económica que se profundizó con la crisis global de 2008, ante la que se construye al inmigrante como el culpable de todos los males. «Por lo menos en Europa, tanto en el este como en el oeste, se utiliza evidentemente a la inmigración como chivo expiatorio para desviar la explicación de la política real que quieren poner en marcha los movimientos de extrema derecha. Al no tener un programa verdaderamente alternativo a nivel económico y, al mismo tiempo, al querer conseguir muy rápidamente importancia política, utilizan al inmigrante cuando todos los datos demuestran que hoy en día no hay más inmigración que hace 30 años. Las cifras son estables. Estamos en un momento en que estos partidos de extrema derecha, nacional populistas, están utilizando a los extranjeros como objetivo de los prejuicios. Esto va a durar también varias décadas. Salvo que la Unión Europea ponga en marcha políticas de integración económica para las nuevas generaciones».
En ese contexto, considera que para los partidos políticos de ultraderecha «es mucho más fácil conquistar el poder a través del odio y no a través de la razón, siempre ha sido así». Naïr considera que «la política llama a las pasiones, a los prejuicios y a los temores. Evidentemente basta con que haya un período de crisis y desorientación para que unos políticos demagogos utilicen estos mecanismos para poder tomar el poder. Ayer fueron Hilter y Mussolini, hoy son Jair Bolsonaro, Donald Trump y Matteo Salvini en Italia». De todos modos, advierte: «La política del odio está condenada al fracaso muy rápido, hay ejemplos de sobra. Cuando el poder se solidifica se transforma en muy autoritario, en contra de los mismos seguidores de estos partidos y líderes tienen».
La incógnita, entonces, es cómo se entiende el resurgimiento del llamado nacionalismo puro, por caso en Estados Unidos: «Ahora hay menos inmigración que en el pasado, los controles son más eficaces que hace cinco años, pero hay un problema de fondo que radica en que es una sociedad multirracial y que tiende a la multiculturalidad. Una sociedad donde en realidad las viejas capas blancas –se encuentran en Arkansas, Nevada y otros estados– temen la llegada de los hispanos por razones demográficas y de los afroamericanos por el odio racial. Es un problema de fondo y Donald Trump supo utilizarlo de manera bastante inteligente y muy demagógica. Pero al menos en las últimas elecciones hubo una reacción importante por parte de las élites intelectuales, mediáticas y de las minorías. Pero EE UU ha entrado en un momento de crisis profunda y Trump es el resultado de ese declive». En el mismo sentido, Naïr advierte que quienes apoyan a la ultraderecha, en general son ciudadanos que «se sienten impotentes y abandonados como resultado del desempleo y de la indiferencia. Los partidos populistas hacen derivar las frustraciones hacia el odio, el racismo y la xenofobia. Funciona porque genera en sus seguidores una potente liberación de instintos agresivos y hace estallar los tabús que limitan las expresiones violentas.
Sobre la consecuencia de que desaparezca lo nacional, el especialista asegura que «provoca en las capas sociales más vulnerables temores que, a su vez, son arengados con discursos neofascitas, y que si no se controlan pueden llevar a los pueblos a enfrentamientos violentos y a guerras tal como las que hemos conocido en el pasado».
–¿Estamos frente al retorno de ideologías extremistas de derecha que se creían desaparecidas?
–Estamos frente a un neofascismo. Evidentemente la globalización intenta borrar todas las diferencias, quiere borrar los Estados, y el retorno del nacionalismo puro al que asistimos hoy tiene que ver con la inmensa mezcla que se está desarrollando. Hay continentes enteros que estaban fuera del mundo y que ahora están entrando. Por ejemplo, el continente africano, con más de 1200 millones de personas, está ingresando fuertemente al mundo. El continente asiático, con prácticamente 2700 millones de habitantes, ahora cuenta mucho. América Latina tiene también un crecimiento demográfico importante. Y todo eso genera una transformación de la estructura de las poblaciones, de las naciones, de la mirada que cada sociedad pone sobre sí misma y que muestra que el pueblo ha cambiado. No es un mundo totalmente blanco o negro, está cada vez más mezclado.
–¿Cómo se puede frenar al neofascismo?
–Es necesario fortalecer la adhesión al bien común y no dejar lo nacional en manos de los extremistas. La búsqueda de un nuevo equilibrio económico y social se hace imprescindible. Las democracias deben encontrar modelos que apuesten a eliminar la brecha de la desigualdad y busquen la solidaridad, el respeto y la dignidad.