Una veloz contraofensiva ucraniana permitió al Pentágono celebrar como un triunfo una estrategia que dejó mal paradas a las tropas rusas, que debieron recular en región del noroeste de Ucrania que mantenían bajo control desde poco después del inicio de las operaciones militares del 24 de febrero pasado. El debate entre los analistas de este tramo de la guerra es divergente: mientras para los más inclinados a las posiciones occidentales es una batalla clave perdida por Rusia que adelanta la derrota final y hasta la caída del gobierno de Vladimir Putin, para otros se trata de una retirada estratégica en un conflicto de largo aliento en el que Moscú no piensa poner «toda la carne en el asador» con el envío de más tropas y equipamiento porque tiene mucho territorio para defender y padece el síndrome de la «sábana corta». Otros, más neutrales, perciben un incremento del conflicto involucrando a otros actores europeos.
Los últimos movimientos en torno a Ucrania revelan los cambios acelerados en el tablero geopolítico internacional. En el terreno puede verse desplegada en toda su magnitud el plan de la Corporación Rand de 2019 –»Sobreextender y desequilibrar a Rusia» (https://www.tiempoar.com.ar/mundo/la-hoja-de-ruta-de-la-corporacion-rand-para-derrotar-a-rusia/)– cuyo objetivo final es desmembrar a ese país en varias naciones más pequeñas y controlables para Occidente.
Así, en estos días, a los choques fronterizos entre Armenia y Azerbaiyan, se le sumaron enfrentamientos entre Kirguistán y Tayikistán, a duras penas contenidos a través de tan trabajosos como precarios acuerdos de alto el fuego. Son cuatro exrepúblicas soviéticas que preocupan a los estrategas que elaboran las hipótesis de conflicto en el Kremlin. Mientras tanto, en Uzbekistán, los países de la Organización de Shanghai debatieron el nuevo estado del mundo (ver aparte). El rol de Turquía en este fárrago denota las aspiraciones de Recep Tayyip Erdogan por recuperar la hegemonía que alguna vez tuvo el desaparecido Imperio Otomano.
El New York Times agregó un detalle fundamental en este clima mediante un artículo donde sostiene que la contraofensiva ucraniana fue fruto de varios meses de discusiones entre la cúpula del Pentágono y la dirigencia militar de Kiev. El plan, revela el influyente medio estadounidense, habría surgido de una iniciativa del presidente Volodimir Zelenski para pergeñar una operación relámpago sobre Jerson, iniciada el 29 de agosto, que simbólicamente golpearía a Rusia pero a la vez convencería a los remisos de la Unión Europea de que vale la pena el envío de más armas y pertrechos, en un momento en que ante la cercanía del invierno, los aliados temen por las consecuencias de las restricciones energéticas a que ellos mismos se sometieron. Y además, empezaban a percibir un oscuro final para sus intereses en el campo de batalla.
El NYT señala que Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, y Andriy Yermak, su par del gabinete de Zelenski, planificaron la operación durante meses y desliza que del diseño final participó el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto de EE UU. La contraofensiva contó con la colaboración en inteligencia y hasta con tropas de países europeos, como pudo verse en varios videos difundidos incluso por fuentes continentales.
En este contexto no es aventurado considerar que Ucrania dejó de ser el escenario de un conflicto entre Moscú y Kiev para convertirse en una guerra cada vez más abierta entre Rusia y la OTAN. Y para peor, sin posibilidades de llegar a un acuerdo. Como están dadas las cosas, perder la guerra implica la desaparición lisa y llana de uno de ellos. Así lo entiende Putin, que ante el repliegue parcial en Ucrania, sostuvo que «nuestras operaciones ofensivas, en el Donbass, no se detienen, avanzan poco a poco», y aseguró que Rusia no tiene «prisa» en terminar su campaña militar, pese a que Kiev recuperó unos 8000 kilómetros cuadrados en una semana.
La fecha elegida para esta operación, por otro lado, no podía ser más oportuna. Mientras en Estados Unidos la administración de Joe Biden y el sistema judicial avanzan sobre Donald Trump por los documentos secretos incautados en su residencia de Florida, el 11 de setiembre se cumplían 21 años del ataque a las Torres Gemelas, que embarcó al Pentágono en un descomunal despliegue militar con el objetivo de combatir el terrorismo.
La primera jugada en tal sentido se produjo pocas semanas más tarde, el 7 de octubre de 2001, con la invasión a Afganistán. Lo impactante es que hace justo un año, el 31 de agosto de 2021, las últimas tropas y funcionarios diplomáticos estadounidense fueron evacuados de Kabul en la derrota mas humillante para EE UU desde la de Vietnam, en 1975. El año pasado, las críticas sobre la Casa Blanca fueron demoledoras. Por un final como ese: 20 años, miles de muertos y destrucción para dejarle el poder nuevamente a los talibán. Pero además, por lo desordenado de la huida. Las imágenes de los helicópteros sobre las embajadas en la capital afgana y el Saigón impactaron de la misma forma en el orgullo estadounidense.
En Ucrania, sin tropas propias, con una impresionante recuperación económica de la industria bélica y un piadoso manto de olvido, Biden tiene motivos para celebrar. «
Alemania se rearma y expropia bienes rusos
En la década del ’30 del siglo pasado, un mensaje como el que dio el canciller Olaf Scholz ante un grupo de altos mandos uniformados esta semana hubiera helado la sangre a cualquiera. «Como el país más poblado, dotado de la mayor potencia económica y situado en el centro del continente, nuestro ejército debe convertirse en el pilar de la defensa convencional en Europa, y en las fuerzas armadas mejor equipadas de Europa». Ya el gobierno germano había anunciado un plan de 100.000 millones de euros para reequipar a la Bundeswahr.
La realidad en el este europeo le da otro cariz al mensaje. Es que la guerra en Ucrania desnudó viejos temores y sobre todo, va sacando a la luz antiguos conflictos no resueltos. Uno de ellos es el papel que los alemanes creen que deben jugar en el continente. Si ya eran la potencia central y la moneda común, el euro, era la versión continentalizada del marco, ahora justifica sus aspiraciones geopolíticas, en una estrategia destinada a convertirse en una muralla defensiva en un posible enfrentamiento con Rusia.
Por lo pronto, en estos días el gobierno de Scholz decidió expropiar la filial de empresa petrolera rusa Rosneft, que mantiene en ese país el 12% de la capacidad de refinación y de distribución en estaciones de servicio. «Seremos menos dependientes de Rusia y de las decisiones que allá se tomen», dijo el jefe de gobierno. La firma se quejó de lo que denunció como una «decisión ilegal» y «una violación de todos los principios fundamentales de una economía de mercado». En abril, Alemania ya había expropiado Gazprom Germanía, filial de la proveedora de gas, también de capitales rusos.