Cuesta entender lo que ha pasado en Chile el último tiempo. Cuando el estallido social llegó al filo de lo irreversible, fue encausado en un acuerdo que inició un proceso constituyente democrático donde parecía casi unánime la necesidad de derogar el último testaferro ideológico de la dictadura. Desde el retorno a la democracia (una democracia de consensos y justicia “en la medida de lo posible”), los principales hitos de reparación simbólica y reivindicación a las víctimas de la dictadura fueron el Informe Rettig (Comisión de Verdad y Reconciliación, 1990) y el informe Valech (Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, 2003 y 2010), documentos que consignaron la verdad histórica de los horrores. Asumiendo la dramática realidad de esos hechos, las conmemoraciones del 11 de septiembre siempre han estado marcadas por una reflexión sensible a todo lo que sucedió después.
Cada década que cumple este día, ha dejado un gesto de reconciliación, algún acto de apertura o constricción cívica que nos recuerda que lo ocurrido es algo que no debe volver a repetirse, y que tanto el quiebre de la democracia como las violaciones a los Derechos Humanos son siempre condenables e injustificables.
Resulta trágico e irónico entonces, que el derrotero del proceso constitucional, que prometía clausurar ese capítulo de la historia y proponer un nuevo ciclo político, haya despertado los mismos temores y fantasmas del pasado. Supurando lo peor de nuestras animosidades, hoy la grieta chilena parece insalvable. El 11 de septiembre de 1973 es un día en el que vivimos desde hace décadas, sin poder salir, envejeciendo en una imagen terrible que persiste desde hace medio siglo.
Con el rechazo del primer borrador de nueva Constitución y la inesperada mayoría del Partido Republicano, la ultra derecha, encabezando la segunda parte del proceso, el tablero se ha invertido radicalmente. En la polarizada coyuntura del Chile actual, el pinochetismo ha vuelto a ser reivindicado en público. De cara a este 11 de septiembre, la agenda en los medios ha estado enfocada en repasar las responsabilidades de la Unidad Popular y a examinar en libros y series de televisión los mil días de Allende, mientras que un Pinochet vampiro sobrevuela inmortal el Festival de Cine Venecia interpretado por 2 /3 del mismo elenco. Es sintomático. Pienso en las palabras de T.S. Eliot en El viaje de los magos: ¿nos llevaron tan lejos/ Por un Nacimiento o por una Muerte?”. En las ruinas de un Santiago post pandémico, el anuncio de un Plan Nacional de Búsqueda, en que el Estado asumirá el deber de esclarecer las circunstancias de desaparición de las víctimas de desaparición forzada, parece ser lo único razonable. Y es que a 50 años del golpe, si los desaparecidos nos preguntaran ¿dónde están?, todavía habría que responderles que no sabemos.