En Valparaíso, el mismo lugar que les dio la bienvenida en 1939, se conmemoraron este martes los 80 años del arribo a Chile del barco Winnipeg, fletado por Pablo Neruda para traer a más de 2.200 republicanos españoles tras el fin de la Guerra Civil.
Con gritos de ¡»Viva Chile»! y ¡»Viva España»!, descendientes y algunos sobrevivientes revivieron aquel histórico desembarco al final de un esperanzador viaje que se extendió por 30 días y que es considerado una de las hazañas humanitarias más grandes en la historia de Chile.
«Conmemoramos la llegada de aquel barco que tenía una carga preciosa: hombres y mujeres comprometidos por la libertad, la democracia y la solidaridad», dijo en el acto central de homenaje la ministra de Justicia española, Dolores Delgado.
Después de recorrer la bahía de Valparaíso a bordo de una pequeña embarcación, hijos, nietos, sobrinos y algunos pocos sobrevivientes colocaron una placa recordatoria por cada uno de los pasajeros de aquel viaje en la plaza Sotomayor de Valparaíso.
Unos 2.201 españoles -pescadores, campesinos, obreros, intelectuales, exmilitares y niños, muchos de los cuales pasaron por campos de prisioneros- abordaron el Winnipeg desde el puerto fluvial de Pauillac en Francia el 4 de agosto de 1939.
El barco, un buque de carga pesquero que tenía una capacidad de 100 pasajeros, se modificó para recibir a más de 2.000 refugiados. Las bodegas de carga se habilitaron con literas y se desplegaron colchonetas de paja, mientras que otra bodega se destinó como comedor.
La derrota de la República española por los franquistas conmovió al premio Nobel chileno Pablo Neruda, quien designado como cónsul para inmigración española en París convenció al presidente chileno de aquella época, el izquierdista Pedro Aguirre Cerda, de fletar un barco a Chile para acoger a refugiados españoles.
Unos 120 kilómetros al oeste de Santiago, el pintoresco puerto de Valparaíso, famoso por las miles de casas de colores que cuelgan de sus cerros, los recibió la noche el 2 de septiembre de 1939, aunque el desembarco se dio a la mañana siguiente. Muchos pasajeros no sabían el grado de desarrollo que tenía Chile ni el destino que les esperaba.
«Mis padres no sabían con qué se iban a encontrar, pero al momento de atracar y ver a todo el pueblo volcado a recibirlos de una forma espontánea, todas sus penas, dudas e inquietudes fueron resueltas», relata a la AFP Rafael García, hijo de refugiados.
«Neruda nos decía que no nos hiciéramos muchas ilusiones, porque el país al que llegábamos era muy pobre y andaban los niños descalzos», recuerda por su parte Francisca Torres, que a sus 86 años es una de las pocas sobrevivientes del barco.
Francisca tenía seis años cuando se embarcó junto a sus padres. Del viaje recuerda sus juegos de niña en el interior de la embarcación y los temores que arreciaban por ser descubiertos por alguna flota nazi, que en esa época se expandían por Europa.
Producto de estos temores, gran parte de la navegación se hizo cerca de la costa y a oscuras, recuerda Francisca.
Entre los pasajeros había también mucha ansiedad por llegar pronto, tristeza por la pérdida política que significó la derrota de los republicanos en manos de los fascistas y la esperanza de construir un destino nuevo en Chile.
«Mi padre contaba que era tanta la ansiedad por el destino, que cuando llegaron a Panamá ya se sintieron a salvo, porque antes tenían miedo de que los devolvieran y de volver a ser prisioneros allá», relata a la AFP Pilar Cabaña, hija de otro de los pasajeros.
Una gran mayoría de los refugiados se quedó en Chile y pudo desarrollarse en las más diversas áreas. Entre los más destacados están los pintores José Balmes y Roser Bru, el arquitecto Victor Pey y el historiador Leopoldo Castedo.
Transcurridos 80 años, unas 60.000 personas se reconocen como descendientes de aquellos refugiados que llegaron a Chile tras la épica travesía del Winnipeg.