Putin, un líder novelesco
El magnífico libro del francés Emmanuel Carrère, Limónov, sobre un excéntrico y pintoresco personaje de la Rusia post-soviética, abre con una no menos genial cita del presidente Vladimir Putin: “El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón”. Y no queda más que esperar que Putin albergue acaso un poco de nostalgia en ese corazón, en apariencia frío e indubitable, por la historia soviética, a la que igualmente no pierde oportunidad de criticar, ya que fue allí donde forjó su personalidad y su carrera, que comenzó a escribirse en la Facultad Estatal de Derecho y continuó en comité de seguridad del Estado soviético, la hipernombrada KGB.
Presidente interino en 1999, cinco años como primer ministro de Dmitri Medvédev y cursando hoy su cuarto mandato presidencial, el líder mundial que acaba de tomar la decisión de avanzar en terreno ucraniano en respuesta a posiciones innegociables de otras potencias -en sus propias palabras-, ha logrado con su carácter y acciones construir la imagen de un poderoso y carismático líder, con matices novelescos. Se lo puede ver en fotografías cabalgando o pescando en lagos helados con el torso desnudo, mientras le cierra el grifo del gas a toda Europa para presionar por el valor tarifario cuando las negociaciones se ponen difíciles.
Señalado como autócrata, poco amigo de la prensa crítica y la oposición, con una mirada ultraconservadora en cuestiones que en otras latitudes constituyen las grandes reivindicaciones de la época; y a la vez capaz de sentarse a tocar el piano con la naturalidad de un niño, ser protagonista de encuentros de lo más disparatados con personajes de la talla de Diego Armando Maradona o de mandar a comprar una reliquia histórica como la carta de San Martín a O’Higgins para regalársela a Cristina Fernández de Kirchner. Blanco hoy de numerosas críticas dentro y fuera de la Federación Rusa, a Putin no se le puede negar el mérito de haber llevado a su país a ser nuevamente potencia tras el despojo que significaron la Perestroika y la disolución de la URSS y, puertas adentro, quien logró reinstaurar el sentimiento nacionalista entonces alicaído del pueblo ruso.
Nació en 1952 en el seno de una familia pobre en la vieja Leningrado (San Petersburgo) y conoció la escasez, junto a sus padres y sus dos hermanos. La historia cambiaría luego de recibirse de abogado y con honores en 1975 y ser reclutado para la Academia de Espionaje durante los tiempos de mayor expansión cultural, tecnológica y militar de la URSS. Años después, sería destinado a Dresden, en Alemania Oriental para tareas de contraespionaje.
En la biografía autorizada En primera persona se menciona a Anatoli Sobchak como su mentor político, a quien recurrió tras la caída del Muro de Berlín para trabajar junto a él cuando ganó en 1991 la alcaldía de San Petersburgo. Una carrera ascendente lo llevaría años después a estar en el lugar y momento correctos para ocupar la presidencia interina tras la renuncia de Boris Yeltsin y así empezar a jugar en las grandes ligas de la política nacional e internacional. Esta es la cuarta incursión militar que lidera en 20 años, precedida por la intervención en Siria, el conflicto de Crimea y la guerra chechena.
Zelenski, entre la ficción y la realidad
Tras una profusa carrera como comediante, actor, guionista y productor, Volodímir Oleksándrovich Zelenski juró que quería devolver la confianza en los políticos al pueblo de Ucrania y se presentó a una campaña inusual, virtual y veloz, pero efectiva, para llegar en 2019 a la presidencia de su país. Con su fuerza, Servidor del Pueblo, el también abogado ganó cómodamente las elecciones en primera y segunda vuelta frente al entonces presidente Petró Poroshenko. Un partido que pretende ser liberal pero que reúne a exponentes de las más diversas vertientes, y que tiene el desopilante antecedente de llevar el nombre de la serie de televisión protagonizada por el mismo Zelenski, en la que recreaba a un maestro que se convertía en presidente de Ucrania. Una de las escenas más disparatadas lo tiene como protagonista de un tiroteo en el Parlamento ucraniano, ese que efectuó el golpe destituyente contra el entonces presidente Víctor Yanukóvich en 2014, previo a la crisis de Crimea.
Nacido en 1978 en Krivói Rog, al sur de Kiev, Zelenski cumplió años el pasado 25 de enero. Pasó la mayoría de su juventud en Mongolia, país asiático fronterizo con Rusia. Durante su infancia hablaba principalmente ruso, algo que se convertiría más tarde en un obstáculo para convertirse en mandatario, ya que muchos pensaban que sería prorruso. Él mismo usó ese argumento contra la declaración de Putin de querer “desnazificar” Ucrania, ya que proviene además de familia judía. De hecho, hizo toda su carrera artística como rusohablante y se opuso a las corrientes que buscaban prohibir manifestaciones culturales en ese idioma, como parte de la campaña de discriminación que se denuncia desde Rusia. Sin embargo, hay amplios registros de grupos de ultraderecha actuando en el país, algunos de ellos enquistados en las mismas fuerzas militares.
Zelinski buscó desde su campaña presidencial alinearse con la Otan, organización a la que aspiraba integrar, y la Unión Europea, abiertos rivales estratégicos de Vladimir Putin. Esto lo fue distanciando cada vez más del mandatario que acaba de enviar tropas a territorio ucraniano. Zelenski intentó cumplir su promesa de poner fin al conflicto en el este de Ucrania, que desde los hechos violentos de 2014 causaron más de 14 mil muertos. Logró algunas conversaciones con Rusia, intercambios de prisioneros y se aprobaron medidas para implementar partes de un proceso de paz conocido como los acuerdos de Minsk. Pero estos nunca se cumplieron.
Las relaciones empeoraron por la decisión del presidente Putin de dar pasaportes rusos a quienes vivían en las zonas ocupadas por los separatistas y se terminaron de romper cuando Putin reconoció la independencia de Donetsk y Lugansk, poco antes del envío de tropas a esos territorios linderos a Rusia. Donald Trump lo tentó en 2019 con ayuda militar a cambio de colaborar con una investigación contra Joe Biden por corrupción. El acuerdo salió a la luz por una filtración y quedó en la nada.
Hoy debió conformar un Gabinete de guerra y se muestra en las calles para desmentir la idea de que se refugia en búnker, a pesar de que sus eventuales aliados del mundo lo dejaron “solo”, cómo él mismo lamentó por estas horas.
Biden, de empresario inmobiliario a presidente
Próximo a cumplir 80 años, Joseph Robinette “Joe” Biden Junior hizo toda la carrera a la que puede aspirar un político en Estados Unidos. Comenzó siendo el senador más joven cuando asumió su primera banca, a los 30, en representación por el Partido Demócrata por el estado en que se había criado y construyó una familia, Dalaware, una de las guaridas fiscales más importantes del mundo y donde su padre fue vendedor de autos usados.
Un hecho trágico en su vida personal se produjo a poco de ser elegido por primera vez para la Cámara Alta, en noviembre de 1972, cuando su esposa Nelia y su hija Naomí, de un año de edad, murieron en un accidente de tránsito. Sus otros dos hijos, Beau y Hunter, se salvaron milagrosamente. Dicen sus biógrafos que pensó en retirarse de la política para cuidar de los niños pero los correligionarios lo convencieron de seguir. Y recalcan que se refugió en su fe católica para mantener el rumbo. Cinco años más tarde volvió a casarse, con Jill Jacobs, con quien tuvo otra hija, Ashley Blazer.
Como senador, en 1982 apoyó decididamente al Reino Unido en el conflicto por Malvinas y luego votó a favor de las intervenciones militares de EE UU en Yugoslavia, Irak y la expansión de la Otan hacia los países de la que había sido la órbita soviética.
Esto habla a las claras de dos cosas: la persistencia de Biden como senador –fue reelegido seis veces– y las dificultades que tiene para aceptar el planteo de Vladimir Putin en contra de esos avances con que el líder ruso justifica su ataque en Ucrania.
Biden fue vicepresidente de Barack Obama entre 2009 y 2017 y, si bien impulsó la firma de los acuerdos START para la reducción de armas nucleares con Rusia, también respaldó la invasión a Libia y la política exterior de la secretaria de Estado Hillary Clinton, particularmente agresiva mediante el aval a los grupos terroristas yihadistas que asolaron el Medio Oriente ampliado durante esas gestiones.
En 2014, uno de los “logros” del gobierno que integraba fue la operación que culminó con el golpe que derrocó a Viktor Yanukovich en Ucrania. Otro escollo para acordar con Putin. Como resultado del cambio de gobierno –y de régimen–, Hunter Biden encontró un trabajo muy bien remunerado en la junta directiva de la empresa de energía Burisma Holdings, del oligarca ucraniano Mykola Zlochevsky. Estuvo allí hasta 2019, cuando estalló el escándalo durante el mandato de Donald Trump.
El controvertido empresario inmobiliario devenido presidente utilizó el caso para fustigar a los demócratas hasta que se filtró una conversación con Volodimir Zelenski en la que le pedía a su par ucraniano que le diera impulso a una investigación de la fiscalía de Kiev sobre el caso. Magia de la comunicación, el que terminó investigado fue Trump: el primer impeachment en su contra fue por presionar a Zelenski.
Salió airoso pero a los pocos meses Biden se convertiría en el 47º presidente de Estados Unidos y el segundo de religión católica. Dato que lo acercó a Jorge Bergoglio. Francisco lo recibió en el Vaticano para una extensa entrevista el año pasado.
El triángulo europeo
Son los líderes de los tres países más involucrados en el conflicto. Cuando asumió la presidencia de Francia, en 2017, Emmanuel Macron aún no había cumplido los 40 años: fue el mandatario más joven desde Napoleón. Por su formación en Filosofía, con solo 25 años, fue asistente del reconocido filósofo y antropólogo francés Paul Ricoeur. Liberal y defensor de la empresa privada, no tenía siquiera partido cuando consideró ir en busca del poder del Estado. Pero no era ajeno a la política. Tras cosechar una millonaria comisión como banquero de inversión en Rothschild & Co, fue asesor económico del presidente socialista François Hollande y, desde 2014 su ministro de Economía. Como presidente promovió la flexibilización de las leyes laborales históricas, enfrentó a los chalecos amarillos, la histórica huelga ferroviaria de un mes y a los movimientos antivacunas y anticuarentena. Afirma que el plan de recuperación francesa dependerá de la intervención del Estado.
Boris Johnson es primer ministro del Reino Unido desde 2019. Periodista, escritor y presentador de programas de TV. Carismático y a la vez payasesco. Hasta lo llaman el Trump británico. Su estilo desaliñado e irreverente rompió con el molde de los tradicionales exponentes de la derecha británica. Artífice entusiasta del Brexit y protagonista de la mejor elección del Partido Conservador en 30 años desde Margaret Thatcher. Curiosamente nació en Nueva York en 1964 y tuvo las dos nacionalidades, hasta que en 2015 renunció a ser estadounidense. De familia acomodada, hizo la secundaria en la escuela de Eton, fundada en 1440 y a la que asistieron 19 primeros ministros, príncipes, diplomáticos, académicos y héroes militares. Su carrera política comenzó en 2001 tras ganar una banca en el Parlamento. En 2008 ganó la alcaldía de Londres.
A Olaf Scholz le tocó reemplazar a la histórica canciller de Alemania, Angela Merkel, a quien secundó durante tres años. El Parlamento lo invistió primer ministro en diciembre pasado en alianza de su Partido Socialdemócrata, el Democrático Libre y Los Verdes. El «gobierno semáforo», le llaman. De 63 años, creció en Hamburgo y entró en la política en la Juventud Socialista, tras haber estudiado Derecho laboral. Ingresó por primera vez al Parlamento en 1998. De 2011 a 2018 fue alcalde de Hamburgo. Luego, vicecanciller y ministro de Finanzas en el gobierno de coalición de Merkel. Se lo señala como una garantía de estabilidad y moderación para Alemania.