El Super Bowl es uno de los acontecimientos más populares de los Estados Unidos. No sólo por su multitudinaria convocatoria en vivo, que ronda las 75 mil personas, sino porque se trata de la transmisións televisiva de mayor rating en su país de origen, con un auditorio que no baja de los 110 millones de espectadores desde hace años. De hecho las ediciones de 2015, 2014 y 2016 ocupan el podio de los programas más vistos de la historia de la televisión estadounidense.
Pero también es una transmisión de relevancia mundial, ámbito donde se estima que estará por encima de los 160 millones de espectadores. Claro que esos números están muy lejos de, por ejemplo, los cosechados por la final de los mundiales de fútbol: el partido en el que Alemania derrotó a la Argentina por 1 a 0 en la edición de Brasil 2014 tuvo, por ejemplo, la friolera de casi 1.110 millones de espectadores alrededor de todo el mundo. Sin embargo no resulta menor el dato de que el Super Bowl se juega todos los años y los mundiales cada cuatro.
Aún así, el Super Bowl es también el mayor acontecimiento comercial de la televisión de los Estados Unidos, debido justamente a su impresionante nivel de audiencia interna. Según los números de la edición anterior, disputada en febrero de 2016, los 30 segundos de publicidad a proyectarse durante la final tuvieron un costo de 5 millones de dólares. Una inversión que destaca todavía más la decisión de las empresas que este año decidieron utilizar semejante cantidad de dinero y la altísima exosición que brinda ese espacio para sostener un mensaje que no sólo tuvo un interés publicitario y comercial, sino también político.