El 14 de septiembre de 2019 se realizó en Atlanta, la capital del estado de Georgia, la conferencia “Soldados de la era digital”. Era la presentación oficial del movimiento QAnon, y estaban convocados a hablar dos exintegrantes del primer gabinete de Donald Trump. Uno era el general Michael Flynn, que estuvo solo 24 días como Consejero de Seguridad Nacional y tuvo que renunciar cuando se publicó que había mantenido reuniones secretas con diplomáticos rusos. El otro, George Papadopoulos, también debió dejar su cargo de asesor luego de que el FBI lo acusó de “delitos“ similares. La divulgación de ese encuentro frustró la intervención de los exfuncionarios.
Pero QAnon hacía tiempo que era un “cuco” para los medios más influyentes de EE UU.
Se lo tilda de movimiento y lo caratulan como una secta, o simplemente una teoría “conspiranoica” que interpreta al mundo actual como una coalición de fuerzas oscuras, pedófilos, adoradores de Satán, que operan bajo el manto de una red internacional de tráfico sexual de niños. En esta concepción del mundo, el Covid-19 es una enorme operación para dominar a la humanidad. Dentro de esa camarilla diabólica incluyen a personajes como Barack Obama, Hillary Clinton, George Soros, el actor Tom Hanks, la presentadora de tevé Hellen DeGeneres, el papa Francisco y el Dalai Lama.
El nombre obedece a la denominación de un código de acceso a ciertos organismos gubernamentales de EE UU. Desglosando, QAnon sería un individuo con acceso a información privilegiada que quiere permanecer en el anonimato. El imaginario ubica al ignoto Q como un alto funcionario del Departamento de Defensa que difunde la verdad de la milanesa en mensajes que se viralizan en redes alternativas.
Una de las imágenes más difundidas de este histórico Día de Reyes de 2021 fue la de Qanon Shaman, como se hace llamar Jake Angeli, el joven con el torso desnudo, sombrero de piel y cuernos de búfalo que parecía salido de la película Una noche en el museo, protagonizada por Ben Stiller.
Entre los que tomaron por asalto el Congreso estaba Ashli Babbitt, también fanática seguidora de lo que representa Donald Trump. Babbit, una veterana de la Fuerza Aérea, es la que murió baleada, y es una de las pocas mujeres en ese mundillo, misógino por naturaleza.
Otro grupo de ultraderecha -todos ellos destacan por ser “blanquitos” y de rasgos caucásicos- son los Proud Boys, muchachos de armas pesadas llevar y rostros amenazantas que provocan en las marchas en apoyo a la comunidad afrodescendiente.
Nick Ochs, uno de sus integrantes, fue el que se sacó una selfie en el Capitolio. Tim Gionet, conocido como “Baked Alaska», hizo una transmisión en vivo durante el ataque. Como la mayoría de ellos, basan su actividad política en las redes y fungen como “influencers”.
El fundador de esta agrupación, que recibió felicitaciones de Trump tras alguna violenta incursión en el 2020, es Enrique Tarrio, un empresario cubanodescendiente que, luego de varias entradas en la cárcel por delitos menores, descubrió las bondades del capitalismo y se dedico a la venta de camisetas y artículos de derecha en lo que bautizó como “1776 Shop”, un “emporio de mercancía ultraderechista» como lo definió la revista Slate. Entre sus ofertas, tiene una remera con la inscripción «Pinochet did nothing wrong» (Pinochet no hizo nada malo). «