Si algo debe agradecer el sufrido pueblo sirio al norteamericano es la elección de Donald Trump. Apenas este fue electo, cesó el apoyo militar norteamericano para los islamistas y el gobierno sirio hoy controla casi toda Alepo.
Aunque la recuperación de la segunda ciudad del país aproxima la reunificación del Estado, la paz aún no asoma. Siria y Rusia se concentran ahora en retomar Palmira, ocupada por el Estado Islámico (EI) la semana pasada. La competencia representada por los bombardeos de EE UU y sus aliados para destruir el armamento capturado por los islamistas al Ejército Sirio (SAA, por su sigla en inglés) decidieron al mando ruso-sirio a priorizar la recuperación del sitio arqueológico sobre el avance contra la noroccidental Idlib, principal base de Yabat Fatej al-Sham, filial de Al Qaeda en Siria.
Por su parte, Irán forzó a Turquía y Rusia a modificar su acuerdo de cese del fuego enAlepo, para que también incluyera a dos villorrios chiítas sitiados en la vecina Idlib. Y aún quedan grupos rebeldes que rehúsan aceptar la tregua.
La toma de Alepo sepultó la conspiración que los sauditas, los jeques del Golfo y los israelíes urdieron con el apoyo de la CIA para dividir Siria. Esta derrota norteamericana habría replicado la de Vietnam, si el 8 de noviembre pasado no hubiera sido elegido Donald Trump, quien, convencido del fracaso de la estrategia ejecutada por Barack Obama para instaurar un imperio norteamericano universal, busca por la fuerza contener los daños externos e internos.
Con el nombramiento de RexTillerson, presidente de Exxonmobil, como secretario de Estado, Trump ofrece a Moscú compartir el control del petróleo mundial.
Exxonmobil coopera desde hace años estrechamente con la rusa Rosneft y fue afectada por las sanciones impuestas por Obama y la Unión Europea contra Rusia a raíz de la crisis en Ucrania. La designación de Tillerson implica también impulsar junto con rusos e iraníes la construcción del gasoducto iraní-iraquí-sirio-libanés contra el Transcaspiano y el del Golfo a Turquía, propulsados por Chevron y Shell. Que la tubería continúe hacia Turquía o acabe en el puerto sirio de Latakia, depende de cómo se recomponga el equilibrio ruso-turco-norteamericano.
En el norte los kurdos no aspiran a otra cosa que a la autonomía de su región. Sin embargo, como demuestran las idas y vueltas de los últimos días en Alepo y las amenazas del todavía presidente Barack Obama de tomar represalias contra Rusia por la intervención cibernética de esta en la campaña electoral norteamericana, Siria continúa siendo el nudo gordiano de la política mundial que hasta ahora nadie pudo desatar ni cortar.
El acuerdo ruso-norteamericano para repartirse el petróleo y el gas de Levante no se alcanzará fácilmente ni bastará por sí solo para calmar a los numerosos poderes regionales que intervienen en ese país, pero Vladimir Putin y Donald Trump tienen buenos motivos para brindar. El pueblo sirio, también.