Durante la campaña presidencial para la reelección de Dilma Rousseff, el «tucano» Aecio Neves aprovechó los ataques de los grupos pentecostales y dijo que la candidata del PT iba a promover la despenalización del aborto. No era la primera vez que Dilma tenía que salir a desmentir ese aserto en un país de honda raigambre machista como Brasil. Ya le habían cuestionado a Lula que los hubiera llevado a elegir a una mujer. Sostener, además, una agenda de género parecía demasiado.
Desde que se ofreció para presidir Estados Unidos, Donald Trump habló pestes de los inmigrantes mexicanos, juró que iba a levantar un muro para que no crucen y que pensaba expulsar a los indocumentados. Así y todo, muchos residentes mexicanos votaron a Trump en 2015. ¿Por qué? Porque Hillary Clinton, además de ser mujer, podía llevar adelante una agenda de género, entre cuyos puntos figuraba la ampliación de la cobertura de salud al aborto, que tiene amparo legal desde un fallo de la Corte de 1973.
El debate sobre el juez que Trump quiere para el Supremo Tribunal, Brett Kavanaugh, tiene ese eje: es un hombre acusado de abusos sexuales que se propone revocar el caso Roe-Wade. Propuesto por otro misógino que puede ir a juicio político por haber silenciado sus desenfrenos con dinero de campaña.
El comicio brasileño está teñido de ese espíritu machirulo. Un candidato que pasó por el Ejército, reivindica la tortura, es xenófobo, pero básicamente misógino y fascista, se enfrenta a una fórmula que integra una mujer joven que sostiene una agenda de género. Y además es comunista.
Jair Bolsonaro tuvo que pagar una indemnización por haberle dicho a una diputada que no la violaría porque es fea. También declaró que es correcto que una mujer gane menos que un hombre por el mismo trabajo porque tienen capacidades inferiores.
Manuela D’Avila, la postulante a vice de Fernando Haddad, suele usar remeras estampadas con la frase «Rebelate», «Nuestras ideas son a prueba de balas», «Mi cuerpo es político» o «Lute como uma garota» (Luche como una chica). A los 36 años, mostró las dificultades de una mujer para participar en política cuando al mismo tiempo, debe criar a un hijo. «Eso, los hombres lo tienen resuelto».
La semana pasada, las calles de las principales ciudades brasileñas y de otros distritos del mundo se llenaron con una consigna: «Ele nao», (Él, por Bolsonaro, no). El excapitán representa lo peor de la política en los tiempos que corren. En Francia, el diario Liberation hizo tapa con la imagen del candidato y junto a la enumeración de sus «virtudes», un fuerte titular: «Y sin embargo seduce al Brasil».
La revista Time compone una imagen de Christine Blasey Ford con frases destacadas de su declaración sobre el ataque sexual de Kavanaugh. «Su testimonio cambió a Estados Unidos», completa la publicación.
El jueves, Bolsonaro dio una entrevista a la Rede Record cuando por el canal de O Globo debatían sus contendientes. Acuchillado en un mítin hace algunas semanas, Bolsonaro dijo que no estaba en condiciones de asistir, pero habló ante la cadena que pertenece a Edir Macedo, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios.
La alianza con grandes sectores evangélicos es fuerte y complementaria y Bolsonaro propone aumentar la pauta publicitaria para la red televisiva. Los últimos sondeos indican que Bolsonaro trepó al 32% de votos y que Haddad se estancó en el 22 por ciento.
Algunos análisis atribuyen este crecimiento a una catarata de fake news por WhatsApp, el principal medio de comunicación de las clases bajas. En un meme falso, la frase en la remera de Manuela decía «Jesus es travesti». «La izquierda no puede competir con eso», concluye Arnobio Rocha en el portal DCM.
El PT explica el despegue de Bolsonaro en que algunos medios prefieren a un fascista antes que un «trabalhista». Pero puede ser que en ciertos estratos aún pesa más la voz de un machirulo que la de una garota con las remeras bien puestas. Y por ahí plantean la campaña los estrategas de Bolsonaro.