Un gobierno de izquierda lleva adelante una política social efectiva, con resultados económicos fructíferos para la mayoría, pero es severamente cuestionado por organismos económicos internacionales, que exigen ajustes y flexibilización laboral. Una historia repetida. De todos modos, el caso portugués merece ser analizado en relación con lo que sucede en otros países de la propia Europa.
Marcelo Nuno Duarte Rebelo de Sousa es el presidente del país luego de que la Social Demócracia ganara las elecciones del 24 de enero de 2016. Pero en sistemas como el portugués, el encargado de conformar el gabinete y, de hecho, gobernar, es el primer ministro. Desde el 26 de noviembre de 2015, lo es el socialista António Luís Santos da Costa, designado a través de una alianza parlamentaria con el Bloque de Izquierda, el Partido Comunista y el Ecologismo. Lograron superar a la derecha, en un país con tradición de alternancia: en el anterior período, había gobernado Pedro Passos Coelho (PSD en alianza con el Partido Popular), quien a su vez sucedió al socialista Mário Soares.
El ejemplo portugués no pudo ser replicado en España, por ejemplo, donde la izquierda y el PSOE no pudieron compatibilizar sus visiones y permitieron que el PP de Mariano Rajoy pudiera continuar al frente del gobierno. Mientras, en el otro extremo del espectro, la Francia gobernada por un socialista muy cuestionado, François Hollande, se debate entre la derecha y la ultraderecha, principales candidatos para las próximas presidenciales del 23 de abril. Aunque esta semana, el socialista Benoit Hamon viajó a Lisboa para buscar apoyo e intentar forzar a Jean-Luc Mélenchon, candidato del Frente de Izquierda, a unirse y poder colarse en la segunda vuelta.
Al principio de estos 15 meses de gobierno de Costa, hubo alto escepticismo, debido a que el socialismo, para lograr la adhisión de la izquierda, debió abandonar propuestas polémicas, como la de flexibilización laboral, privatización del sistema de transportes y otras políticas de austeridad. Pero ahora el primer ministro trascurre por una época de alta popularidad, probablemente a partir de algunos datos concretos que sustentan la idea de clara mejoría: disminución del desempleo del 12,3% al 10,5%; recuperación sustancial de los ingresos de trabajadores privados y estatales; reducción de jornada laboral de 40 a 35 horas semanales y reactivación de jubilaciones, entre otras, sumadas a un dato macroeconómico clave, el déficit bajó al 2,3% del PBI (se trata del valor más bajo de la historia democrática del país). Al tiempo se inició un proceso de reindustrialización del país, lo que provoca, por caso, que algunas empresas (por ejemplo, una importante automotriz) decidan abrir dependencias industriales en suelo portugués.
Pero al mismo tiempo, esta semana, un informe de la Comisión Europea, «velando los intereses generales de la Unión Europea», fue presentado en Bruselas, por Pierre Moscovici, un francés de origen socialista que es comisario europeo de Asuntos Económicos. En el escrito se elogian algunas mejoras, como la reducción del déficit, pero a la vez acusa a Portugal de lo que denomina desequilibrios excesivos, como su deuda (130% del PBI). Y lo de siempre: reclama ajustes de toda índole y pelaje, como los que se le sugirieron en su momento a Grecia. La CE señala que entre sus 27 miembros, seis padecen desequilibrios económicos (España, Irlanda, Alemania, Holanda, Eslovenia y Suecia) y otros tantos desequilibrios excesivos (Portugal, Italia, Francia, Chipre, Croacia y Bulgaria).
La CE puntualmente se refiere al nivel de deuda de Portugal, pública como privada; recuerda que el crecimiento aún está por debajo de 2007 previo a la crisis económica; reclama ante lo que considera como rigidez del mercado laboral y se muestra preocupado por un mercado bancario al que califica de riesgoso.
Lo cuiroso, o no tanto, es que este informe coincide con el del FMI publicado el mismo día, en el que además, se pronostica que el déficit en 2018 ascenderá al 2,3 por ciento.
Mientras, el propio presidente Rebelo de Souza admitió esta semana que la coalición de izquierdas (en Portugal) ha superado las expectativas. No es extraña, entonces, la popularidad de Costa, que logró acomodar aquellos presagios funestos. La cuestión es si logrará mantenerse en sus posiciones ante las crecientes presiones internacionales que sin duda intentarán doblarle el brazo: hay recurrentes ejemplos en todo el mundo que confirman que así será. «