Sebastián Piñera, Jeanine Áñez, Jair Bolsonaro, Luis Lacalle Pou, Mario Abdo Benítez. Si por ellos fuera, además de la restauración neoliberal ya estarían volviendo, también, a los tiempos del Plan Cóndor. O al mismísimo Plan Cóndor. La represión en el Chile de Piñera y en la Bolivia de Áñez no le envidian en nada a la de aquellos tan cercanos tiempos. Los exabruptos de Bolsonaro sonrojarían a cada uno de los cinco generales/dictadores que ultrajaron a Brasil. En Uruguay, nunca en el cuidadoso retorno a los buenos modales, los peores torturadores reivindicaron el uso de la picana eléctrica como hoy lo hace Jorge Larrañaga, el ministro de Lacalle que coordina a los 30 mil policías del país (uno cada 113 uruguayos). Argentina no tiene buenos vecinos, y lidiar con ellos en el Mercosur, el único proyecto de integración que queda en pie, no es tarea sencilla.
¿Y Abdo Benítez? Marito. Porque Mario era su padre, uno de los mejores delincuentes acuñados por la dictadura (1954-1989). Con una sonrisa pícara, y ante un vaso vacío que lo liberó de toda precaución, el 20 de julio el presidente paraguayo aprovechó un corte de cinta para volver a expresarle su admiración al dictador Alfredo Stroessner. ¿Por qué ese día? Por pura fidelidad, porque tenía ganas. En la sobremesa, tras inaugurar en San Pedro una sede del Instituto de Previsión Social, dijo que allí iniciaba un tour que lo llevaría a la ciudad de 3 de Noviembre. “Ipu porá la 3 de Noviembre, ¿nahaniri? (Suena bien la canción 3 de Noviembre, ¿no?)”, exclamó al referirse a su próxima escala. Antes, ese día, fecha del nacimiento del dictador, uno de los pilares del Plan Cóndor, el Partido Colorado y sus fieles le rendían homenaje al general. Sin rubores, como antes, con absoluta convicción, el vecino recordó con amor al asesino que durante 35 años regó al país con sangre de su pueblo.