En Argentina recién se consolidaban las políticas de Memoria, Verdad y Justicia cuando moría en su casa de vidrio (The Glass House) de Connecticut el arquitecto norteamericano Philip Johnson. Era enero de 2005 y los HIJOS aún no habían creado los escraches que marcan a los genocidas. Hoy, en la célebre Universidad de Harvard, el mundo académico retomó la proclama, bandera de combate echada a volar al cierre de cada una de esas acciones de denuncia, y también gritó que “como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”. El destinatario era Johnson, un nazi auténtico, y el resultado que su nombre haya sido borrado de edificios, cátedras, títulos y aulas que le rendían homenaje.
Johnson era un arquitecto exitoso, fabricante de unas gigantescas estructuras de acero forradas de vidrio al que el establishment erigió en un grande de las artes, pero del que sus biógrafos dicen apenas que era un ser camaleónico, sinuoso, un nazi amado por Donald Trump, que lo eligió para que diseñara sus rascacielos. Entre ellos el Trump International Hotel & Tower, en el que después de sus patriadas golpistas tendrá que irse a vivir dentro de diez días, cuando se despida de la Casa Blanca. Todo el mundo sabía que Johnson era un fascista destinado a ser recordado por haber sido en los años del macartismo (1950-1956) uno de los más efectivos delatores de artistas plásticos.
Brevemente, la famosa universidad en la que se han formado decenas de Premio Nobel de las más diversas disciplinas, anunció el 23 de diciembre que acogía el petitorio del Johnson Study Group (JSG) –un colectivo de egresados de Harvard–, y que quitaría de su acervo cualquier referencia al arquitecto. Entre ellas, dijo Sarah Whiting, decana de ese templo académico, el nombre del anexo de la sede de la Escuela de Diseño, conocida hasta ese momento como la Philip Johnson Thesis House, la residencia diseñada y habitada por Johnson cuando se inscribió en Harvard, en los años cuarenta del siglo pasado, que ahora pasó a identificarse por su dirección física: calle Ash, número 9 de Cambridge.
La decisión se anunció días después de que el JSG divulgara una carta enviada a Harvard y al Museo de Arte Moderno (MoMA), otra entidad vinculada a Johnson. En ella, además de detallar el pasado nazi del personaje cuestionado, el grupo señalaba que su trabajo arquitectónico “puede tener alguna relevancia, (pero) nombrar títulos y espacios que lo recuerden sugiere, inevitablemente, que el homenajeado es un modelo para curadores, administradores, estudiantes, profesionales y otros que participan en esas instituciones”. Whiting respondió de inmediato, recordando además que “su fascismo y fuerte apoyo a la ‘supremacía blanca’ no tienen ningún lugar en la arquitectura». El MoMA sigue en silencio.
El pasado de Johnson no era secreto, pero el establishment lo protegía. En 1940 el FBI le abrió un expediente que llegó a sumar cientos de páginas llenas de referencias a su afinidad con el nazismo y otros movimientos de extrema derecha que son el germen de QAnon, la cofradía de energúmenos que el miércoles irrumpió en el Congreso pidiendo que se le negara el triunfo a Joe Biden. El Q-Anon es un movimiento nazi que sostiene que Trump “libra una guerra secreta contra los pedófilos de élite que adoran a Satanás y están infiltrados en el gobierno, las empresas y los medios de comunicación”.
El informe del FBI –más preocupado por auscultar en la homosexualidad de Johnson y sus detenciones por conducir alcoholizado– quedó bajo siete llaves hasta que, ahora, el Johnson Study Group lo desenterró. Allí se lee que tras haber realizado dos visitas a Alemania y “regresar deslumbrado con la ideología nazi y la personalidad de Adolf Hitler, el arquitecto volvió decidido a formar el Partido Nazi de Estados Unidos”. Para ello, “Johnson y sus amigos alemanes pretendieron que asumiera el liderazgo de esa experiencia el senador Huey Long, un político demócrata que había ganado prestigio como gobernador de Louisiana”. No tuvieron éxito y el Partido Nazi no llegó a ver la luz.
Desde los años noventa del siglo pasado Johnson sirvió a un solo patrón, Donald Trump, para quien construyó cinco rascacielos en el Central Park de Nueva York, todos iguales, unos gigantes forrados de vidrio, como su casa de Connecticut. Allí remodeló un anti funcional edificio de la Gulf & Western –una tarea que ningún arquitecto de prestigio asumiría–, que pasó a llamarse Trump International Hotel & Tower. Se distingue de los otros rascacielos porque en la plaza seca de su entorno Trump, no Johnson, mandó construir un llamativo esqueleto del globo terráqueo, una estructura de acero inoxidable ideal para selfies y otras fotos. En alguno de sus 44 pisos, a 176 metros del mundo, vivirá el ex presidente. Con una vista extraordinaria de la gran metrópoli, y aislado de todas las voces, aunque allí, algún día, pueda haber muchos que se reúnan y coreen que, como a los nazis lo iremos a buscar. «
La sinagoga y la central nuclear
En Estados Unidos jamás se avanzará sobre las legiones de genocidas que vuelven al fin de cada guerra, ostentando sus crímenes en las estrellas de sus birretes, en sus condecoraciones doradas y en las otras cucardas que les cuelgan donde quede algún lugar. Pero con Johnson avanzaron sobre los civiles. Ahora se conocen los detalles de su vida. Ian Volner, crítico de arte de los grandes medios, fue impiadoso. “Tratando de encubrir su pasado nazi –escribió–diseñó gratis para Israel una sinagoga y una central nuclear. Fue moderno trabajando para los Rockefeller y posmoderno sirviendo a Trump, exuberante en su vida social, despectivo hacia los pobres, camaleónico en su moralidad y astuto en todas sus versiones, logró ser el más famoso estando muy lejos de ser el mejor”. Volner se refiere a la Kneses Tifereth, la sinagoga de un condado de Nueva York, y al edificio que guarda el reactor de investigación nuclear de la universidad israelí de Rehovot.