Hoy está de moda el litio. Parece que sirve tanto para tratamientos médicos anti-depresivos y tratamiento de trastornos bipolares, como para que funcionen los celulares, los autos y motos eléctricos. Bueno, bajo diferente forma y prescripción, claro. También es utilizado en la fabricación de aviones y en el blindaje de los tanques. Vaya si es importante ese alcalino, cuyas reservas más importantes parecen estar en Nuestra América: Bolivia, Argentina, Chile… ¿México?
La prensa convencional, tanto local como internacional, califica al litio como “el petróleo blanco” de este tiempo, indispensable en este nuevo giro del capitalismo. Uno más. No sabemos si así lo describen o nos maldicen. Veamos.
Evo Morales nacionalizó el litio boliviano. Cuando ocurrió el putsch que lo desplazó del poder, Elon Musk –el nuevo dueño de Twitter- respaldó tal golpe de Estado al afirmar que podían derrocar a cualquiera. Es que los autos Tesla dependen de ese recurso, y no hay nada mejor para un gran emprendimiento que contar con materias primas abundantes y aseguradas.
Bien parece que las cuestiones de propiedad de los recursos naturales de una Nación son pilares del poder real: quién los maneje, cómo los explote, y qué haga con la renta obtenida pueden marcar el rumbo de una sociedad, tanto como la naturaleza y el ejercicio –o la renuncia- de la soberanía.
Así lo entendió la Argentina en otros tiempos, cuando el artículo 40 de la Constitución Nacional de 1949 especificaba que “la organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social” (…) “los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias”. Un bando militar de un gobierno de facto terminó con esa Constitución en 1956.
Sin embargo, esa impronta inspiró la nacionalización del cobre chileno, efectuada durante el gobierno de Salvador Allende. Derrocado en 1973. Pareciera que nuestras sociedades están condenadas por las riquezas que contienen nuestros territorios.
Hoy México sorprende, porque hace política. El presidente López Obrador intentó una reforma del sector eléctrico, demasiado privatizado, habida cuenta que el manejo de la energía es uno de los factores reales de poder. Pero precisaba una ley con mayoría especial, que no consiguió en el Congreso.
Así es que AMLO (como le dicen al presidente mexicano) mandó otra ley que establece la nacionalización de los yacimientos de litio, que sólo necesitaba mayoría simple. En Diputados hubo 298 votos a favor y 196 abstenciones; el Senado confirmó con 87 votos a favor, 20 en contra, y 16 abstenciones. El litio de México es mexicano. ¿Qué dirá Elon Musk?
En esa lección de gobierno que brinda López Obrador, vemos que es mejor la política de movimiento –cuando los objetivos son claros- que el conformismo o la queja cuando algo no resulta. Frente a la imposibilidad de reformar el sector eléctrico, la respuesta fue anunciada y superadora. El litio es nuestro. Es decir, de México, que es lo mismo. Eso es construir poder: una realidad efectiva. «