El triunfo –apretado– de Petro en Colombia es un hecho histórico que puede marcar un parteaguas en la vida de los colombianos. Desafío mayúsculo si se consideran los doscientos años de domino oligárquico y la influencia decisiva de EEUU en Colombia.
De semicolonia a soberana. Recurrentemente se refieren las “siete bases militares de EU en Colombia”, pero analistas colombianos señalan que, aunque muchas de menor dimensión, las bases son más de 40. No se trata de un hecho menor. Es por ello que el triunfo de Petro puede marcar un antes y un después en las relaciones de Colombia con EU y con América Latina, con base en que la subordinación vergonzosa de los gobiernos oligárquicos y criminales de Colombia hacia EEUU le permitió a este país ejercer un control férreo de Colombia y América Latina, especialmente en el orden militar. Todo dependerá de que Petro decida ponerle fin a la condición de semicolonia que hoy tiene Colombia ante EEUU; obviamente, no será de un día para otro.
Contexto mundial favorable
La crisis mundial desatada por la necesidad de los países hegemónicos de reciclar el sistema global –para lo cual se valieron de la “pandemia de pánico”, conocida como de Covid-19– se aceleró por el conflicto en Europa, resultado del incumplimiento de compromisos de la OTAN con Rusia que derivó en la provocación de la OTAN y la respuesta defensiva de Rusia en Ucrania.
En la más reciente reunión de los BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica), Putin señaló: “Nada volverá a ser como antes en la política global”. Criticó a Occidente por su “mentalidad colonialista” y especialmente a Estados Unidos porque “declara haber sido enviado por dios a la tierra con sus intereses sagrados”. En esta reunión de los BRICS se invitó a otros países a integrarse al grupo para fortalecer la opción de una visión global no hegemónica, sino colaborativa.
Ambos acontecimientos ofrecen a Gustavo Petro un escenario favorable para modificar la relación de Colombia con EEUU.
El panorama en América Latina
Si ponemos bajo la lupa las experiencias de gobiernos que se definen como “de izquierda” o “progresistas” en América Latina, resulta evidente que muchos defraudaron las expectativas generadas en sus votantes. En algunos casos por un entorno con relaciones de fuerzas negativas por el peso que las oligarquías latinoamericanas –subordinadas al Estado profundo sionista que gobierna EEUU– tienen en lo económico, mediático y judicial; en otros casos por el descarado intervencionismo de EEUU, como en Nicaragua y Venezuela, los más recientes.
Un tercer factor para comprender la defraudación a los votantes es la actitud timorata de los gobiernos llamados “progresistas” o de “izquierda” que, aludiendo a una “relación de fuerzas” desventajosa, renuncian a sus promesas de campaña justificándose por la necesidad de un “pragmatismo” que esconde su claudicación ante las fuerzas oligárquicas. Esto sucede porque ponen por delante las formas (“convivencia democrática”) y relegan lo esencial (la lucha por el poder real). Al respecto es muy ilustrativa la posición del presidente de México, López Obrador, que habla de la falacia de “correrse al centro” para congraciarse con la oligarquía.
Bolivia, Nicaragua, Venezuela y México defienden a su manera la soberanía frente a la arrogancia de EEUU. En el resto de los países, las decepciones no son pocas entre los que se presentaban como “progresistas” o de “izquierda”. En Argentina, la oligarquía impone condiciones desde 1976, montada en gobiernos funcionales por convicción, acción u omisión. En Perú, la presión de la oligarquía pone en jaque a un gobierno que se muestra débil. En Chile se debe hablar de la estafa de Boric, funcional a EEUU, criticando por “antidemocráticos” los gobiernos de Nicaragua y Venezuela. La lista de la expectativas defraudadas es larga. Esperamos que Petro no se sume a ella.