Se puso picante el contrapunto entre Albert Rivera y Pedro Sánchez en la sesión donde se planteó la moción de censura al gobierno de Mariano Rajoy. Rivera, fundador del partido Ciudadanos, una derecha liberal que se formó a partir de la lenta pero persistente caída -un poco por la crisis económica, un mucho por los escandalosos casos de corrupción- del Partido Popular de Rajoy, buscó por todos los medios impedir que Sánchez, el jefe indiscutido hoy día del Partido Socialista Obrero de España (PSOE), se saliera con la suya y cumpliera un objetivo por el que lucha desde que comenzó a destacarse en la carrera política, siendo estudiante universitario: llegar a La Moncloa, la sede del gobierno español. Y le tiró con todos los dardos que encontró a mano.
Madrileño del barrio de Tetuán, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, a los 46 años, tuvo que pelearse fuerte dentro de su partido para dejar de ser la joven promesa y encarnar la generación que no tuvo mas remedio que arrasar con buena parte de la vieja dirigencia, envuelta en gran parte de los escándalos que ahora enchastran al PP. No por nada, el PSOE es la otra pata del bipartidismo que gobierna en ese país desde la Constitución de 1978.
Ya a los 26 años, recién incorporado al PSOE, Sánchez -con pinta de galán de telenovela a lo Enrique Peña Nieto, el presidente mexicano- fue asesor de la socialista Bárbara Dührkop en el Parlamento Europeo y luego, en la Guerra de Kosovo, fue jefe de gabinete del alto representante de Naciones Unidas en Bosnia, Carlos Westendorp.
Recién en 2009 llegaría al Congreso, a raíz de la renuncia de un diputado y gracias a un don de gentes y una sonrisa cautivante, entre otras virtudes por cierto, llegó a ser elegido como la revelación del Parlamento en 2010 por los periodistas acreditados.Volvería al Congreso en 2013, otra vez por la renuncia de un titular elegido.
Desde entionces, y en un segundo plano pero con los dientes apretados, Sánchez fue recorriendo España para sopesar en cada distrito en descontento no solo de los partidarios del PSOE sino de la ciudadanía en general contra la dirigencia política, que por eso de la gobernabilidad, acataba recortes presupuestarios impuestos por la Unión Europea, en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, y que acompañaba con el mismo fervor desde la llegada de Rajoy al gobierno.
Para peor, muchos de los integrantes del PSOE o estaban implicados en casos de corrupción o criticados por actitudes reñidas con la ética, como es el caso del ex presidente del gobierno, Felipe González, sin ir más lejos, que luego de dejar la gestión pública pasó a formar parte del directorio de varias empresas privadas.
Es así que tras perder el poder en 2011, el PSOE se fue desmoronando como opción de gobierno. Al mismo tiempo fue creciendo en la población el rechazo a todos los dirigentes políticos. En ese contexto y a partir el 15 de Mayo de ese mismo año, con la Plaza de los Indignados, se inicia otra etapa en la vida política española. Un «que se vayan todos» pero sin corralito.
Nace entonces el movimiento Podemos, en torno a Pablo Iglesias, lo que sería un ala izquierda que si bien tiene origen en el PSOE ya no cree que ese partido pueda recuperar sus viejas banderas de la República española. Desde la derecha surge como contrapartida, Ciudadanos. Ambos, nuevas opciones políticas, son claves en esta disputa.
En 2014 Sánchez asumió la presidencia del PSOE como la opción renovadora, luego de elecciones internas. Pero llegó con muchos de los antiguos dirigentes a su costado y en cierto modo con las manos atadas a acuerdos de los que no había participado. Así y todo, destituyó a muchos de los viejos barones acusados de algunos chanchullos por la justicia. Quería mostrar que era otra cosa.
En las elecciones de 2016 el PSOE cayó a su mínimo histórico, pero también el PP sufrió el embate de los nuevos actores en la política española. En ese contexto, Sánchez dio un paso al costado en el partido y dejó vacante su cargo en la cámara baja, poco antes de que Rajoy fuera ungido presidente del Gobierno.
Se tomó un par de meses para volver con todo al PSOE, aunque ahora con una cúpula de su palo. El 21 de mayo de 2017 fue elegido Secretario General del PSOE. Juró su cargo cantando La Internacional. Todo un reto, ya que en los 90 y tras la caída de la Unión Soviética, el partido había renunciado al marxismo.
Un año después los vientos volvieron soplar a su favor. Y resulta ser el hombre de la hora para reemplazar a Rajoy. Con apoyo de los nacionalistas vascos, de los catalanes -que ven el momento de vengar las humillaciones que le hizo el gobierno del PP- y con los votos de Podemos. Solo Rivera, del otro lado del tablado, encarnaba la oposición cerril a Sánchez.
Es que si bien las condenas de hace unos días contra los máximos dirigentes del PP por la doble contabilidad para la financiación del partido terminaron por hastiar a la ciudadanía, también el PP está tomando del mismo veneno que generó con su modo de enfrentar la crisis por el independentismo catalán.
El desafío es cómo manejar la crisis económica sin los recortes que, corresponde decirlo, empezaron con Rodríguez Zapatero. Porque para lograr apoyos de sectores políticos dubitativo sa su movida de hoy, ya dijo que acepta el presupuesto votado al PP, que contempla precisamente muchos de los ajustes que dice no compartir.
También deberá vérselas con el president de la Generalitat de Cataluña, Quim Torrá, al que hace poco tildó de fascista. Los independentistas le dieron su apoyo a Sánchez con tal desacarse de encima y devolver gentilezas a Rajoy. Pero ahí hay una papa caliente que tendrá que tomar, quiéralo o no.