Nadie preveía una paliza tan grande. No sólo las encuestas —que daban un empate técnico— la pifiaron feo sino también la mayoría de los análisis y predicciones de las muchas personas con las que conversamos los días previos en Asunción. El todopoderoso Partido Colorado llegaba en su peor momento y sin embargo logró su mejor desempeño desde 1989: ganó la presidencia por 15 puntos, tendrá mayoría absoluta en las dos cámaras y se quedó con 15 de las 17 gobernaciones. Ratificó su descomunal maquinaria electoral-social-identitaria pese a la pérdida de apoyo de Estados Unidos y de gran parte del conglomerado mediático, y seguirá monopolizando la política paraguaya como lo viene haciendo desde hace más de siete décadas.
Más allá de las históricas particularidades de este país algo aislado y ninguneado, ¿cómo leer los resultados de las urnas paraguayas en clave latinoamericana? ¿Qué notas tomar sobre todo a partir de la irrupción de un excéntrico personaje indescifrable como Payo Cubas y de un progresismo que quedó, luego de 15 años, relegado a la marginalidad?
El partido-Estado
Salvo alguna similitud con lo que fuera el PRI mexicano, no hay experiencias en la región de una fuerza política con una supremacía histórica tan contundente y duradera. El Partido Colorado gobierna desde hace 76 años, incluidos los 35 de la dictadura stronista, con la única excepción de la experiencia de Fernando Lugo abortada en 2012 por un golpe parlamentario.
La omnipresencia es total. El partido muchas veces suplanta facultades públicas, actuando como un paraestado; si se precisa un remedio o agilizar un trámite, se acude primero a una sede colorada. La pertenencia genera una identidad que se trasmite por herencia familiar y atraviesa clases sociales. No importa su rol activo en la dictadura, ni la obscena corrupción ni los vínculos con las mafias y el narcotráfico: tiene un núcleo duro infalible. Un esquema de poder que se asienta, también, en una arquitectura clientelar y prebendaria que engorda esa base electoral, con artimañas varias y compra de votos indisimulables. El domingo no fue la excepción y por eso los seguidores de Payo están desde el lunes en las calles denunciando fraude.
Para esta elección, el partido llegaba muy debilitado. Con una feroz disputa interna entre el sector liderado por el actual presidente Mario Abdo —hijo de la mano derecha de Stroessner— y el del expresidente Horacio Cartes, a quien Estados Unidos acusó de “significativamente corrupto” y le congeló las cuentas bancarias, lo que hizo menguar la capacidad financiera y publicitaria del partido. Así y todo, el mega empresario dueño de medio país impuso a su candidato en las internas de diciembre. Así y todo, su pichón Santiago Peña, un economista de 44 años ex empleado del FMI, ganó por goleada y en la foto triunfante la noche del domingo puso en el centro a su mentor, el gran ganador de la jornada.
Un fenómeno indescifrable
En los días previos, las charlas con la gente de a pie en las silenciosas y otoñales calles de Asunción vaticinaban el aluvión de votos a Paraguayo “Payo” Cubas. Finalmente su meteórico ascenso trepó al 23%, apenas cuatro puntos debajo de la gran concertación opositora a la que, evidentemente, le robó una buena cantidad de votos. La sensación, ratificada en la composición de las protestas posteriores, es que logró conectar con ese universo descontento, mayormente joven y despolitizado, hastiado de la hegemonía colorada y con necesidades urgentes que resolver. Sin dudas, Cubas será el gran protagonista opositor del próximo lustro.
Pero ¿quién es este grotesco personaje? Algunos análisis se precipitaron en ubicarlo en el creciente club de la extrema derecha, junto a Trump, Bolsonaro, Milei y compañía. Si bien comparte algunos rasgos (autoritarismo, violencia, misoginia), el paraguayo es mucho más difícil de encasillar.
Abogado, de 61 años y admirador de Nayib Bukele, se reivindica como “anarquista romántico, republicano y nacionalista” y sus propuestas conforman una ensalada que va desde la pena de muerte y la prohibición de las cesáreas hasta subir los impuestos a los grandes productores sojeros. Con una retórica incendiaria y “anti-corrupción”, desde sus redes sociales dispara por igual contra políticos colorados, izquierdistas o empresarios “brasiguayos”. En 2019 fue expulsado como senador por conducta violenta y se ganó fama a punta de agresiones y performances, como la vez que le pegó con su cinto a un juez y defecó (literal) en su despacho.
Su combo delirante y contradictorio incluye la postulación (y reciente elección) a senador de Rafael “Mbururu” Esquivel, preso por abuso sexual infantil.
Fracaso liberal y extinción de la izquierda
Si bien el Partido Colorado consiguió legitimarse con una gran votación, no creció electoralmente (Peña sacó sólo 90 mil votos más que Abdo en 2018). Su éxito estuvo determinado por la dispersión opositora, principalmente en el flojo desempeño de la Concertación Nacional y su candidato Efraín Alegre, referente del partido liberal, de escaso carisma, que perdió la presidencial por tercera vez consecutiva, incluso esta vez con el apoyo estadounidense y de buena parte de los medios.
Lo más preocupante que dejó la jornada fue la estocada letal que sufrió la izquierda. En la chapa presidencial, el Frente Guasu fue dividido: una parte apostó a la Concertación y otra a un exministro colorado que sacó el 1,3%. En el Senado, pasó de 300 mil votos en 2018 a poco más de 60 mil, con lo cual de ocho bancas apenas retuvo una; Esperanza Martínez será la única voz en la cámara alta. Gravemente enfermo, Fernando Lugo quedó segundo en la lista interna y se quedó afuera, lo que simboliza el ocaso del mejor ciclo de la izquierda paraguaya iniciado en 2008 con la llegada a la presidencia del exobispo.
Lecciones desde Paraguay
Como viene sucediendo en muchos países de la región, vuelve a fracasar la estrategia de apostar a alianzas con fuerzas conservadoras, sobre todo si son esos sectores quienes conducen, y de asumir posturas moderadas y conciliadoras. Una vez más, el espíritu contestatario y el discurso anti-sistema queda en manos de un personaje delirante, que logra conectar con la bronca y los anhelos de la población más castigada.