El presidente brasileño, Michel Temer, promulgó una polémica ley que traspasa el procesamiento de los crímenes cometidos por miembros de las Fuerzas Armadas contra civiles a tribunales militares. Esta modificación a las normativas vigentes se hizo, con amplio apoyo de las cámaras legislativas, para conformar a las cúpulas militares, que buscan poder manejar los deslices cometidos por los uniformados en las cada vez más usuales intervenciones en las favelas o incluso en la custodia de un mandatario con tan poco apoyo popular como Temer, que además llegó a ocupar su cargo mediante un golpe parlamentario. Pero además llega en un momento en que crece la demanda de soluciones a la crisis política dentro de las FFAA bajo amenaza de tomar otra vez el poder, como hicieron en 1964. Y en un contexto en que Brasil es el país con mayor porcentaje de población que apoyaría una salida dictatorial, un 23%, según un estudio del Centro de Pesquisas Pew sobre 38 naciones de todo el mundo.
La nueva ley sancionada por Temer entrará en vigencia a partir de la publicación en el Diario Oficial de la Unión. El hombre que apoyó y se benefició del derrocamiento de Dilma Rousseff solo vetó un artículo, el que limitaba la vigencia de la normativa a un año, con lo cual la ley será permanente.
Organismos de Derechos Humanos locales e internacionales y hasta la OEA cuestionaron esta iniciativa que echa por tierra con una construcción lenta pero persistente en el sentido de investigar los delitos de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar, entre los cuales figuran la detención y tortura que sufrió la propia ex mandataria.
Rousseff había impulsado desde su llegada al Palacio del Planalto, el 1 de enero de 2011, la creación de una Comisión de la Verdad para investigar aquellas violaciones a los derechos humanos cometidos durante los 21 años de régimen militar.
El 10 de diciembre de 2014, en ocasión de celebrarse el Día Internacional de los Derechos Humanos, la Comisión entregó el informe final que incluía casos registrados hasta 1988, cuando ya había un gobierno democráticamente elegido. La ley sancionada este lunes adjudica a los tribunales militares el procesamiento de crímenes dolosos cometidos por efectivos de las Fuerzas Armadas contra civiles en operaciones de seguridad pública ordenadas por la Presidencia y el Ministerio de Defensa.
Igualmente transfiere a esos estrados los juicios a miembros de las Fuerzas Armadas por crímenes contra civiles en operaciones «que involucren la seguridad de institución militar o de misión militar, incluso que no sea beligerante, o en actividades de naturaleza militar, de operación de paz y de garantía de seguridad pública».
Una propuesta similar había sido enviada al parlamento en 2016, cuando el gobierno de Rousseff había decidido enviar tropas militares para la pacificación de las favelas cariocas ante la inminencia de las Olimpíadas. Pero en ese entonces fue rechazada por el PT, por aquellos días todavía con el apoyo del PMDB que lidera Temer.
Desde la llegada de Temer al gobierno se incrementó el envío de militares para el control de las faveles tanto en Brasilia como en Río de Janeiro. Pero al mismo tiempo fue creciendo por un lado cierta resistencia entre los militares ya que muchos subordinados terminaron envueltos en denuncias por violencia contra los pobladores.
Un tribunal amigo tranquilizaría los cuarteles en monentos críticos.
Por otro lado, en las últimas semanas, y al calor de una crisis política que no cesó con la destitución de Dilma sino todo lo contrario, fue creciendo en algunos sectores de la sociedad y de medios inclinados a la derecha más retrógrada el reclamo de una intervención militar para encauzar la situación.
Es sintomático que a mediados de setiembre el general Antônio Hamilton Mourão, secretario de economía y finanzas del Ejército, dijo en una entrevista que si los políticos no solucionaban la crisis los militares deberían volver a tomar cartas en los asuntos públicos. Eso generó una catarata de críticas pero dejó la sensación de que las palabras de Mourão fueron un globo de ensayo.
La cuestión de todas maneras desnudó los peores antecedentes, porque uno de los posibles candidatos en las elecciones del año que viene, Jair Bolsonaro, un ex militar ultraderechista defensor de la dictadura y de la tortura, se está posicionando como alternativa ante Lula da Silva. En este entorno, desde un programa de televisión de la red O Globo, que apoyó la destitución de Dilma tanto como el golpe de 1964, se hizo una sátira a las veleidades de una sociedad cambiante que no termina por entender los riesgos de golpear a las puertas de los cuarteles.
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Como corolario de la ley que aprobó el Congreso y sancionó Temer, fueron enviados a 950 miembros del Ejército a la favela de Rocinha, la villa miseria más grande del continente, luego de un día que las autoridades describieron como una jornada de pánico y terror a raíz de balaceras entre distintos grupos de narcos por el control del comercio de drogas.
«Estamos actuando por demanda del gobernador de Río de Janeiro, Luiz Fernando Pezao, explicó el ministro de Defensa brasileño, Raúl Jungmann, quien recordó que hay tropas que ocupan desde hace meses las calles de Río para colaborar con la policía, desbordada por la situación. Lo que no dijo es cuántos militares quedaron envueltos en denuncias por violencia contra ciudadanos.
La Comisión de la Verdad había señalado en aquel informe entregado a Rousseff que entre 1962 y 1974 más de 140 mil personas fueron desplazadas de sus casas y expulsados de las fables cariocas por efectivos militares. Desde dos años antes de que tomara el poder el general Humberto Castelo Branco.