Con títulos catástrofe y aseveraciones sin fundamentos, los medios hegemónicos instalaron en estos días esa duda, repetida insistentemente por ignorancia o mala intención. Lo sorprendente es que los que más trataron de destrozar al organismo de integración regional son los que parecen más preocupados.Está claro: Argentina no sólo no abandonó el Mercosur, sino que intenta recuperar su espíritu inicial, que es comercio intra-región, fortificarlo y hacerlo crecer.
Hay que explicar la complejidad de la situación a la que ha sido llevado el bloque, por los cambios políticos en su seno y en particular por compromisos violatorios de las normas del Mercosur asumidos en 2019.La regla de decisión del Mercosur fue el consenso, lo cual implica que todos tienen formalmente poder de veto. Se trata de una Unión Aduanera (UA): los países delegan la soberanía de su política arancelaria, aplicando un Arancel Externo Común (AEC), lo que los obliga a realizar negociaciones en bloque.
Esto cambió en 2016 al llegar o consolidarse gobiernos aperturistas en los socios mayores. Hubo consenso para concluir las negociaciones con la UE y con la European Free Trade Area, iniciar otras con Corea, Canadá y Singapur y explorar acuerdos con Vietnam e Indonesia, entre otros. La nueva orientación y las necesidades políticas de Macri y Bolsonaro, condujeron a concluir en junio del 2019 la negociación con la UE, para lo cual se retiraron las líneas rojas históricamente establecidas. De implementarse, profundizará la primarización del bloque y limitará la posibilidad de aplicación de ciertas políticas activas.
Como agravante, a fin de condicionar a la administración entrante ante un posible cambio de administración en Argentina, los gobiernos se comprometieron a que el Acuerdo pueda implementarse bilateralmente para cada socio que lo ratifique, una vez aprobado en la UE. Es decir, tras la aprobación en la UE, Brasil podría (con la confirmación de su Congreso), implementar inmediatamente el acuerdo con toda la UE. Es violatorio de los principios del Mercosur, erosiona la regla del consenso e instala la amenaza de fractura del bloque como una UA.
Por caso, el sector automotriz, que suponeel mayor comercio entre la Argentina y Brasil: la firma entre ellos y México de la liberalización del comercio, implicará en el corto plazo una perforación de granmagnitud de la UA.Otra violación grave fue la decisión de Brasil de autorizar la importación sin aranceles desde cualquier origen de 750 mil toneladas de trigo por año, lo que perjudicó a los exportadores argentinos del cereal al quitarle la preferencia tarifaria de la que gozaban, sin una sola queja del gobierno de Macri.
Con estos antecedentes, y ante el intento de Brasil de acelerar un acuerdo con Corea del Sur, quinto exportador mundial, que dispondrá de un gran excedente de producción en un momento de desmorone del comercio internacional, Argentina debía hacer un gesto fuerte. Estaba en una disyuntiva. Si hacia valer su poder de veto, trabando la negociación, era posible que se rompiera el Mercosur, por lo que venía amenazando Brasil, que hasta podía impulsar una convergencia comercial con Uruguay y Paraguay. Si aceptaba el acuerdo desprotegía la producción industrial, esencial en la política económica interna. Debía hacer un gesto fuerte, una llamada de atención. Y eso fue lo que logró. El Mercosur debe ser una política de Estado. Es una política de integración, no una simple plataforma de lanzamiento para emprender negociaciones aceleradas por conveniencias de alguno.
El gobierno argentino cree que es un momento para actuar con cautela, evitar compromisos de mayor liberalización, y buscar preservar el Mercosur como una pieza que resguarde espacios de soberanía ante la imposibilidad de consensos. Habrá que esperar el cambio en ciertas condiciones políticas en los socios para que el bloque regional pueda retomar un diálogo constructivo y transformarse en un instrumento para mejorar la inserción internacional y potenciar el desarrollo.