El expresidente de Francia Nicolas Sarkozy, inculpado en el marco de una investigación sobre la presunta financiación ilícita de su campaña con dinero de Libia, en épocas del entonces líder Muammar Khadafy, es un animal político que se mantiene como una figura central de la derecha, pese a las derrotas y a los líos judiciales. El miércoles fue acusado de corrupción pasiva, financiación ilícita de campaña electoral y encubrimiento de fondos públicos libios.
Con una posición de línea dura en inmigración, islam y seguridad, Sarkozy (2007-2012) intentó reconquistar el Elíseo durante la campaña presidencial del año pasado, cinco años después de que el socialista François Hollande se lo arrebatara.
Para ello, «Sarko», como se lo conoce en Francia, trató de enterrar su imagen de «presidente de los ricos» que se forjó durante su mandato, presentándose como «defensor de los venidos a menos contra las élites».
Los franceses le propinaron una humillante derrota, al dejarlo fuera de la carrera en las primarias del conservador, Los Republicanos, en la que terminó detrás de François Fillon. «Ha llegado la hora para mí de levantar más pasión privada y menos pasión pública», declaró entonces, retirándose de la primera línea, pero sin dejar de influir en la política.
Un año y medio después de su sonado revés, Sarkozy, de 63 años, multiplicó sus apariciones públicas en las últimas semanas. Una muestra evidente de que «prepara su regreso» a la política, estimó la semana pasada una fuente de LR, partido dentro del cual cada uno de sus gestos es analizado con lupa.
Nacido el 28 de enero de 1955, este hombre de corta estatura, moreno con ojos azules, apasionado por el fútbol y el ciclismo, es atípico en la clase política francesa. No proviene de la gran burguesía ni pasó por una gran universidad, contrariamente a la mayoría de sus pares. Hijo de un inmigrante húngaro, criado por su madre y su abuelo griego, se presenta como un «francés de sangre mezclada».
Alcalde a los 28 años de un rico suburbio de París, Neuilly-sur-Seine, diputado a los 34, ministro a los 38, superó todos los obstáculos antes de ser elegido jefe de Estado a los 52 años, en su primer intento en 2007.
Durante su carrera Sarkozy se forjó una sólida reputación de personalidad enérgica. Pero sus detractores lo acusan de ser demasiado impulsivo y de haber desacralizado la función presidencial, como cuando le gritó «lárgate idiota» a un hombre que se negó a estrecharle la mano.
Su visibilidad mediática se debió también a su relación con la exmodelo y cantante Carla Bruni, con quien se casó en 2008. Criticado por su afición al dinero y el alarde de su vida privada, Sarkozy fue el primer presidente francés que se divorció durante su mandato para casarse con Bruni, con quien tuvo una hija. «