Benjamin Netanyahu quiere dar pelea hasta último momento para no tener que volver al llano luego de 12 años en el poder. Por eso juega todas las fichas a que su ahora principal alfil, el presidente de la Knesset, Yariv Levin, demore la convocatoria parlamentaria para darle el voto de confianza a la coalición de unidad que sostiene al ultraderechista Naftali Bennett como primer ministro. Cada segundo, espera, juega a su favor para quitarle apoyos al frágil acuerdo logrado por el conductor televisivo Yair Lapid con el único objetivo de sacarlo del medio.
La alianza liderada por Lapid, que aceptó ser primer ministro recién en 2023 a cambio de conseguir los votos que faltaban para destronar a Netanyahu, está integrada desde el nacionalismo extremo de Yamina (Bennett) a un frente de unidad árabe, que por primera vez integrara un gobierno israelí, el laborismo y sectores del centro.
A quebrar esta endeble sociedad política apunta Netanyahu, que les advierte que será un giro a la izquierda o considera peligroso haber negociado con el Raam, de Mansur Abbas, la reforma de una ley que regula las construcciones y la legalización de poblaciones beduinas del Néguev.
El apuro de sus opositores en mucho y Netanyahu, un viejo zorro de la política, sabe el riesgo que corre a la intemperie, con tres causas por corrupción que podrían llevarlo entre rejas. Por un lado, apuesta al temor por un gobierno tan contradictorio que paralice el país y por el otro, cree que ganó puntos entre la población luego de la ofensiva de mayo contra Hamás, en Gaza, que lo muestra como alguien decidido a defender a Israel a cualquier precio. Quizás fuera un buen argumento de cara a nuevas elecciones, pero en estos dos años los israelíes fueron cuatro veces a las urnas y no logró formar un gobierno fuerte en un sistema parlamentario donde nadie tiene diferencias definitorias desde hace mucho en esa nación.
Levin, un abogado que es traductor del árabe y habla español con cierta fluidez, fue agente de inteligencia y es uno de los más encumbrados dirigentes de Likud, el partido de Netanyahu. Como para patear la pelota afuera, avisó que antes de llamar al plenario del congreso, quiere ver los acuerdos firmados para establecer la coalición. Le respondieron que los acuerdos serán públicos porque son transparentes pero que los harán conocer cuando ellos decidan. Y pretenden destronar a Levin como paso previo e imprescindible para asumir el gobierno. “El Estado de Israel necesita un gobierno de unidad que funcione para rescatarlo de este caos”, dijeron el viernes.
Todo indica que este mismo lunes Levin llamará al plenario. Las presiones internas no son pocas y desde el exterior las noticias son que, en términos criollos, “le picaron el boleto” al actual primer ministro. Así puede interpretarse el mensaje de AIPAC (el Comité Estadounidense de Asuntos Públicos de Israel), el principal grupo lobista proisraelí en EE UU, que el jueves felicitó al dúo Lapid-Bennett “por haber reunido a una coalición amplia y diversa, que abarca el espectro político de los partidos sionistas y árabes, para formar un gobierno israelí pendiente de la aprobación de la Knesset”.
«Esperamos fortalecer aún más el vínculo entre Estados Unidos e Israel, mientras las dos democracias trabajan en estrecha asociación para promover nuestros intereses y valores compartidos», agregó el comunicado de AIPAC. A renglón seguido, el secretario de Estado, Antony Blinken, recalcó que “el presidente (Joe) Biden ha trabajado con todos los gobiernos israelíes en todos los lados desde la primera ministra Golda Meir a principios de la década de 1970”, para rematar que “en las democracias, los gobiernos cambian. Trabajaremos con cualquier gobierno que surja».
Desde el lado palestino, en cambio, no ven con buenos ojos a una gestión de Bennett, a la que califican como “tan violentamente racista como todos los gobiernos israelíes anteriores”. Es que a la derecha de Bennett no hay nada. Aunque su designación preocupa también a los hasta ahora aliados de su causa, al punto que el Shin Bet, el servicio de seguridad interna, informó que puso a efectivos de la Unidad 730 para “proteger la continuación del orden democrático y asegurar a las personas”.
Algunas de las operaciones de ablande a la coalición consistieron, por lo que se trasluce, en amenazas tanto a Bennett como a la parlamentaria de su partido Ayelet Shaked, nominada para un cargo en el Consejo de Justicia. «