El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entre Canadá, Estados Unidos y México, fue el primer escalón de lo que George Bush padre pergeñó como un plan para crear una suerte de Mercado Común Americano (en el sentido de Monroe) por todo el continente. Cuando se puso en marcha, en 1994, gobernaba Bill Clinton, y debía entrar en vigencia en 2005, en la cumbre de las Américas de Mar del Plata. Pero el proyecto del ALCA chocó con un grupo de presidentes rebeldes como Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Lula da Silva, que promovieron su rechazo ante el propio rostro de Bush hijo. Ahora, Donald Trump logró sepultar al más conocido por estas tierras como Nafta, por las siglas en ingles de TLCAN, y ya firmó un convenio bilateral con México que ahora espera que logre la adhesión de Canadá bajo nuevas propuestas y que tendrá una duración de 16 años, revisable cada seis.
Como se recuerda, Trump pateó el tablero de los acuerdos que las sucesivas administraciones presidenciales estadounidenses venían elaborando con el resto del mundo en las últimas cuatro de siglo. Lo primero fue el TPP (Tratado TransPacífico) y lo siguió con los de París, sobre cambio climático.Era esperable que ni bien asumiera y comenzara a romper con los otros tratados internacionales, el Nafta también caería tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
México formó parte de las «preocupaciones» del empresario desde su campaña para las primaras republicanas y luego tuvo una profundización del mensaje en la presidencial de 2016. Malamente resumido, el discurso fue que los mexicanos iban a EEUU a robar y por lo tanto dijo que iba a elevar un muro en la extensa frontera entre ambas naciones, que cubre unos 3200 kilómetros. «Y la van a pagar ellos», amenazó.
Enrique Peña Nieto, el actual mandatario mexicano, soportó en los primeros meses varios gestos de desprecio de Trump que no torcieron su impavidez habitual, y siempre se ofreció a negociar. La economía mexicana es tan dependiente de la estadounidense que no da para bravuconadas, si es que EPN tuviera algún rasgo de orgullo y determinación personal en ese sentido.
Pero al sur del Río Bravo «pasaron cosas» y en julio pasado ganó la elección un candidato mal visto tradicionalmente para el establishment de los dos países, Andrés Manuel López Obrador. Trump aceleró las negociaciones y tras la primera conversación entre el estadounidense y AMLO llegaron a establecer las bases para una reforma del Nafta que sirviera de punto de partida para la relación que desde el 1 de diciembre, cuando se produzca el recambio presidencial en el país azteca, deberán tener por esa cuestión de la vecindad, al menos.
Es así que el negociador mexicano, el canciller Luis Videgaray, se reunió con uno de los principales consejeros de Trump en el área económica, Larry Kudlow y fueron acercando posiciones. Fue un buen tanteo para lo que se avecina y un buen punto de partida para el sexenio AMLO.Este lunes en México y en Washington se anunció la firma de un acuerdo bipartito para reemplazar al Nafta. Trump dijo que le quería cambiar el nombre, incluso, porque «trae recuerdos malos para los trabajadores estadounidenses».
«Solían llamarlo Nafta. Nosotros lo vamos a llamar Acuerdo Comercial Estados Unidos-México. Nos desharemos del nombre Nafta», dijo el presidente desde el Salón Oval. «Es un gran día para el comercio», aseguró a continuación, y tendió lazos con el vecino del norte, al que esperan sumar en algunas semanas, aunque sería como un reunión con el menú elegido de antemano.
Lo que establece el nuevo acuerdo Mexico-EEUU se puede resumir en un par de cuestiones de peso determinante para el futuro: no menos del 75% de los automóviles fabricados en esa región deberán tener componentes locales (hasta ahora era el 62,5%). Y entre el 40 y el 45% de los vehículos deben ser elaborados en plantas que paguen no menos de 16 dólares la hora.
Esto es casi cuatro veces más de lo que un obrero gana en México. La medida es una forma de evitar la deslocalización de fábricas hacia mercados más baratos. Y una manera indirecta de lograr aumentos para los trabajadores mexicanos, si es que los empresarios prefieren aumentar los salarios para no cerrar las puertas.
Por otro lado, el acuerdo tendrá una duración de 16 años pero cada seis años (con el cambio de gobierno en México) podrá ser revisado.
«Para México es fundamental que Canadá pueda estar en la negociación. Sin embargo, hay variables que no controlamos, como las decisiones del gobierno canadiense o el estado de las relaciones entre Canadá y Estados Unidos», dijo Videgaray tras el anuncio. El ministro de Relaciones Exteriores mexicano alabó el rol que tuvo el negociador de AMLO, Jesús Seade, un economista que cuenta con la aprobación del establishment.
López Obrador dijo desde Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, que el acuerdo había sido un logro ya que se consiguió que Trump escuchara y aceptara respetar la soberanía del país en materia energética. Como parte del tratado, además, quedó establecido que el muro no lo pagarán los mexicanos.