En el siglo XXI comenzó la guerra contrainsurgente que se visualizó con los golpes de Estado. Los fracasados: Venezuela 2002, Bolivia 2008, Ecuador 2010. Y los concretados: Haití 2004, Honduras 2009, Paraguay 2012. En los últimos tiempos, EE UU avanzó sobre el triángulo de los tres países clave en la integración: Argentina, Brasil y Venezuela. Lograron, utilizando sectores de la Justicia que han «comprado», controlando varios medios masivos de comunicación y mediante la corrupción, dar el golpe contra Dilma Rousseff en Brasil, en agosto de 2016. Unos meses antes, consiguieron lo que bien podría llamarse la infiltración electoral en Argentina.
Logrado esto, recrudeció al máximo el golpismo contra Venezuela, que nunca dejó de intentarse desde 2002. Los gobiernos de EE UU creyeron que con la muerte del comandante Hugo Chávez Frías, en marzo de 2013, darían fácilmente el zarpazo sobre Venezuela, que se ha transformado en una gran muralla de Nuestra América. A principios de 2017, iniciaron un intento de golpe con otras modalidades, pero que se mantiene en los últimos meses por los falsos informes de la prensa en el exterior. La guerra económica y el desabastecimiento son brutales. Millones de dólares en alimentos, medicamentos y gasolina se escurren por la frontera con Colombia.
En lo que va de este año se han destruido y quemado unos 300 edificios por parte de los grupos de choque, supuestos pacíficos manifestantes que llevan cascos, máscaras antigases y actúan con cierto orden militar, arrojando bombas incendiarias que brindan espectacularidad mediática. Su criminalidad quedó evidenciada en el asesinato de posibles «chavistas», siete de los cuales fueron rociados con gasolina y quemados. La imagen de las víctimas corriendo desesperadas es mostrada como si fueran crímenes de los organismos de policía y seguridad. Sin embargo, de las 109 víctimas, la mayoría era chavista y no participaba en estas acciones, y una minoría era opositora. Pero esto no es lo que se informa.
Mientras el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, es casi el comando político y diplomático del golpe, Maduro logró sostener el llamado al diálogo en forma permanente y por eso su convocatoria a una Asamblea Constituyente para profundizar los avances sociales, que la oposición rechazó, fue apoyada por gran parte de la población. Sin embargo, eso no lo muestran los periódicos extranjeros, como ocurre en Argentina.
La Constituyente se instituyó en una acción en favor de la paz. La convocatoria de Maduro a la oposición podría haber dado lugar a una salida pacífica inmediata, pero a esto se opone Washington, a quien le «conviene» la violencia y las muertes. Necesitan apoderarse de Venezuela, donde existen las mayores reservas de petróleo del mundo y otros recursos. La cercanía con ese país es vital, más aun cuando es complicada la situación en Medio Oriente. «
Extracto de la nota publicada en rebelion.org