El discurso de Donald Trump de este martes se pareció mucho a un spot de campaña en un escenario que por lo hostil no dejó de resultar colorido en sus contrastes. Con una profusa lista de invitados a los que fue presentando cuando lo necesitó para explayarse en sus argumentaciones, Trump no tuvo tropiezos -cierto que ayudado por el telepronter- para desplegar las más de 5300 palabras que esparció durante mas de una hora y media.
Recibió alternativamente gritos de aprobación de sus correligionarios republicanos y algunos que otros de los demócratas. Las mujeres, que vestían trajecitos blancos en homenaje a las compañeras de lucha por el voto femenino de hace un siglo, tuvieron su momento «trumpista» cuando el presidente dijo que «nadie se ha beneficiado más de nuestra próspera economía que las mujeres, que han ocupado el 58 % de los nuevos empleos creados en el último año».
Se levantaron de sus asientos para aplaudir de pie. Atento al público como el showman que es, Trump dijo entonces «no se sienten todavía, les va a gustar», para agregar a continuación que «exactamente un siglo después de que el Congreso aprobó la enmienda constitucional que otorga a las mujeres el derecho a votar, también tenemos más mujeres en el Congreso que nunca antes».
Fue uno de los pocos momentos en que no se percibió grieta ni política ni de género en el Congreso de Estados Unidos.
Para mostrar que no es el misógino que muestra su historia personal, Trump hizo un link con su política antiinmigrantes al presentar dos casos que vinculó con su reclamo de 5000 millones de dólares para levantar un muro en la frontera con México.
«Año tras año, innumerables estadounidenses son asesinados por extranjeros ilegales criminales», dijo sin aportar cifras. Eso le sirvió para presentar a Debra Bissell, que desde las gradas agradeció el recuerdo de sus padres, muertos a tiros hace unos días en un asalto en Reno, Nevada, del que se acusa a un extranjero ilegal.
Cerca de ella estaba en la tribuna Elvin Hernández, un dominicano que de niño emigró con su familia y ahora es agente especial en la fuerza policial fronteriza, ICE.
«En la actualidad, dirige investigaciones sobre el flagelo del tráfico sexual internacional -contó el mandatario, mientras lo hacía poner de pie- «Gracias a su trabajo y al de sus colegas, más de 300 mujeres y niñas han sido rescatadas del horror y más de 1,500 traficantes sádicos han sido encarcelados el año pasado».
Luego arengó: «Los muros funcionan y salvan vidas. Así que trabajemos juntos, hagamos concesiones y alcancemos un acuerdo que realmente haga que Estados Unidos esté seguro».
Entre los invitados por la Casa Blanca a la ceremonia parlamentaria, había dos personas que para Trump muestran una «historia de redención». Un hombre negro sentenciado en 1996 a 35 años de prisión por vender drogas. «En prisión encontró a Dios y completó más de 30 estudios bíblicos», resaltó. Alice Johnson también sirvió de ejemplo. Encarcelada por drogas, pasó 22 años entre rejas «y ahora dedica su vida a ayudar a aquellos que están en una situación similar».
También fueron sus invitados veteranos de la Segunda Guerra Mundial que participaron en las batallas decisivas para el triunfo sobre las tropas alemanas. Y sobrevivientes de la masacre de octubre del año pasado en la sinagoga de Pittsburg donde murieron once miembros de la comunidad judía de esa ciudad. Uno de ellos, Judah Samet, había estado en un campo de concentración, participó en las fuerzas de defensa durante la formación del estado de Israel, en 1948, y luego emigró a Estados Unidos. Justo cumplía 81 años, por lo que la sala a pleno lecantó el Happy Birthday.
Trump no olvidó, incluso, al astronauta Buzz Aldrin, de 89 años, quien fue uno de los dos hombres que pisaron la luna en julio de 1969 como tripulante de la nave Apolo 11.
Es que los dos horizontes -¿utopías?- a las que aludió Trump en el discurso de este 5 de febrero fueron también homenajes: a los 75 años del fin de la Segunda Guerra y 50 de la llegada a la Luna. Dos íconos de un Estados Unidos que ya no es y en el que pretende encolumnar a la ciudadanía norteamericana.
Un Estados Unidos que tenía supremacía industrial y económica que ahora perdió con Alemania y Japón, pero fundamentalmente con China, el gran enemigo de este siglo en lo económico, y con Rusia en el plano de la tecnología militar.De allí que en su alocución hiciera hincapié en las negociaciones con el presidente Xi Jinping y la denegación del tratado de Armas Nucleares con Rusia, declarado el viernes pasado.
La otra gran utopía en EEUU es la de la clase media. Pero mejor dejar que Trump lo diga en sus palabras. «En el siglo XX, Estados Unidos salvó la libertad, transformó la ciencia y redefinió el estándar de vida de la clase media para que lo viera todo el mundo. Ahora, debemos avanzar con valentía en el próximo capítulo de esta gran aventura estadounidense y debemos crear un nuevo nivel de vida para el siglo XXI. Una increíble calidad de vida para todos nuestros ciudadanos está a nuestro alcance», destacó.
«Podemos hacer que nuestras comunidades sean más seguras, nuestras familias más fuertes, nuestra cultura más rica, nuestra fe más profunda y nuestra clase media más grande y más próspera que nunca», añadió.
Una síntesis del «sueño americano».