Manos que ayudan. Cientos de miles de manos anónimas que ayudan. Como pueden.
El dolor, la infinita tristeza y la preocupación por el terremoto mutan en orgullo cuando esta tragedia le permite mostrar a mi país uno de sus mejores y muchas veces olvidados rostros: la solidaridad. A un México devastado por la guerra narco y su alud de muertos, que acumula periodistas asesinados y desaparecidos en masa, que acaba de padecer huracanes y una sucesión de temblores mortales, le viene bien una caricia al alma patria en medio de tanto luto e incertidumbre. Se la dan sus ciudadanos.
Aparecen rescatistas voluntarios que, con casco y tapabocas, llegan a los edificios derrumbados y, antes que las autoridades, se organizan yremueven escombros de mano en mano o los juntan en cubetas que van y vienen, en un interminable y zigzagueante camino. Acordonan la zona. Levantan puños en alto para pedir silencio. Es la señal para escuchar a posibles sobrevivientes.
Otros replican en las redes imágenes de una madre, un padre, un hermano, un hijo, un amigo que todavía no aparece. Reúnen animales perdidos y postean sus fotos para que sean encontrados por sus dueños. Liberan el wifi. Un mensaje, una llamada de whatsapp de alguien atrapado puede ser la diferencia entre la vida o la muerte. Organizan espontáneos centros de acopio. Reciben comida no perecedera, papel de baño, medicinas, agua, sobre todo agua, y arman paquetes para entregar a las víctimas. Donantes escriben mensajes de aliento en las latas de atún. Voluntarios juntan ropa, zapatos y mantas. Ciclistas y motoqueros forman brigadas para recoger y repartir víveres, medicinas, sueros, jeringas, vendas o herramientas. Conductores de vehículos particulares dan aventones a peatones desesperados que necesitan llegar con sus familias. En todos los barrios, vecinos ponen a disposición sus casas, baños, regaderas y conexiones eléctricas para recargar los celulares, sin importar la hora. Algunos arman en salas y garajes albergues pasajeros para que puedan pasar la noche las familias que se quedaron sin vivienda. Preparan café, tamales, tortas de jamón y tacos y los reparten entre los rescatistas y los damnificados. O de plano instalan comedores comunitarios. Con los semáforos rotos, hombres y mujeres de oficios diversos se erigen en inesperados y eficientes agentes de tránsito.
La creatividad solidaria es infinita.
Desde Barcelona, un psicólogo mexicano ofrece asistencia emocional gratuita vía Skype a quienes tienen estrés postraumático. Los temblores no terminan cuando la tierra deja de moverse. Se quedan impregnados en el cuerpo y en el espíritu y no dejan dormir. Derivan en noches de pesadillas y angustia. Ingenieros y arquitectos revisan voluntaria y gratuitamente casas para determinar si siguen siendo habitables. El hashtag es #RevisaMiGrieta. Y yo, que vivo en Argentina, no resisto una irónica sonrisa en medio de las lágrimas que fluyen de manera intermitente y durante días por la nueva desgracia que padece mi país.
Allá, estos días, estas noches, los desconocidos dejan de serlo aunque ni siquiera haya tiempo de preguntar ni aprender tantos nombres.
El jueves, con niños y adultos aun atrapados vivos entre los escombros, el titular de un diario celebra la reactivación que tendrá la industria del cemento por la reconstrucción de viviendas. Miserables. En el afán del rating, la principal cadena de televisión cubre en tono lacrimógeno la historia de una inexistente niña atrapada en el derrumbe de una escuela. El lucro del dolor. Se multiplican las voces que pedimos que los partidos donen los multimillonarios fondos públicos que les entrega el Estado. Ante la cercanía de las elecciones, no queremos campañas presidenciales. Queremos reconstrucción.
Mientras tanto, la solidaridad sigue. Hoteles de lujo y no tanto ofrecen hospedaje gratis a damnificados que se quedaron sin casa. También el sitio de alquileres para vacaciones Airnbn. Dueños de ferreterías donan guantes, picos, palas, lo que sea necesario para los rescates. Los viajes de Uber son gratuitos. Las compañías telefónicas dejan de cobrar las llamadas desde el extranjero a México. Hospitales privados reciben a pacientes sin costo. Periódicos de portales pagos dejan de cobrar el acceso. La información es vital. La Fundación Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, prueba máxima de la profunda desigualdad de México (otra tragedia permanente), aporta cinco pesos por cada peso que otros donen a los damnificados. Restaurantes alimentan gratis a los rescatistas. Una planta de agua potable producirá un millón de latas para regalarlas en medio de la emergencia. Los velatorios no les cobran los servicios fúnebres para las víctimas. Compañías aéreas y de autobuses trasladan gratis a médicos y rescatistas.
El abrazo colectivo de México consuela y renueva las ganas de tener esperanzas y creer, de verdad, que no todo está perdido. «
*Corresponsal mexicana.