Matar a los mensajeros. Esa es una de las premisas centrales del gobierno israelí para su plan de genocidio y destrucción en la Franja de Gaza. Desde que Tel Aviv lanzó la operación masiva contra el enclave palestino, tras las acciones militares de Hamas en los territorios ocupados, el asesinato de comunicadores y comunicadoras, la prohibición que los trabajadores de prensa ingresen a Gaza y la censura férrea en sus propios medios de comunicación se transformaron en medidas centrales para la justificación de una invasión que ya le costó la vida a más de 40 mil palestinos y palestinas.

A finales de septiembre, Reporteros Sin Fronteras (RSF) denunció que más de 130 periodistas palestinos fueron asesinados en Gaza, de los cuales 32 fueron “atacados deliberadamente mientras hacían su trabajo”. Desde RSF alertaron que “al ritmo al que se asesina a los reporteros en Gaza, el derecho a una información libre e independiente está en peligro”. A su vez, la organización internacional presentó cuatro denuncias ante la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de guerra cometidos por Israel contra periodistas en Gaza.

El silencio tenebroso que impulsa Israel también llegó a Cisjordania. El 22 de septiembre, las fuerzas militares israelíes allanaron la oficina del canal de noticias Al Jazeera y emitieron una orden de cierre por 45 días. La cadena qatarí es uno de los pocos amplificadores que tienen los y las palestinas para hacer escuchar su voz en el mundo.

El periodista israelí Gideon Levy escribió sobre Gaza y cómo operan los grandes conglomerados mediáticos para justificar la masacre planificada: “Los medios intentan hacernos creer que esto es una necesidad. A través de campañas que demonizan y deshumanizan a los palestinos, un coro monstruoso y unificado de comentaristas logra vendernos la idea de que podemos vivir para siempre en sangre. ‘Cortaremos el césped’ en Gaza cada dos años, ejecutaremos generación tras generación de jóvenes opositores al régimen, encarcelaremos a decenas de miles de personas en campos de concentración, expulsaremos, fusilaremos, expropiaremos y, pues claro, mataremos, y así viviremos: en la tierra de la sangre”.

Todas las leyes internacionales referidas al periodismo y a coberturas de guerra vigentes en la actualidad fueron ignoradas por Israel de la misma forma que destruyó Gaza. Para el gobierno de Benjamin Netanyahu, el periodismo que denuncia las atrocidades cometidas por sus fuerzas armadas es un blanco militar que debe ser exterminado.

La contracara a esta política de genocidio son los propios periodistas gazatíes que informan en medio de bombardeos masivos, desplazamientos forzados y con sus propias familias masacradas por los ataques israelíes. Sus reportes, vivencias y denuncias transmitidas en vivo desde el terreno son la fuente de información más fiable para conocer lo que ocurre en Gaza. Quienes entendemos el periodismo como una expresión de máxima libertad que se rige por una ética de la verdad ajustada como un guante, tenemos una responsabilidad concreta: ser solidarios con nuestros colegas palestinos, pero también redoblar nuestras herramientas para comunicar lo que Israel intenta que no se conozca. “El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”, escribió Rodolfo Walsh en los días previos a ser asesinado en 1977 por la dictadura militar argentina. Nuestro oficio hoy tiene que abrazar esas palabras para que las y los periodistas de Palestina sepan que no están solos.