“Creo que la épica es insostenible por 14 años”, dice Martín Sivak acerca del proceso histórico que Bolivia vivió desde que Evo Morales asumió por primera vez la presidencia del país en 2006 y hasta que fue depuesto en 2019 con un sangriento golpe militar institucional. Ambos se conocen hace casi tres décadas y en casi todas las circunstancias vitales. Mientras hierve la crisis interna del MAS, de La Paz al Chapare, conversar con Sivak es hacerlo con un testigo directo de la historia latinoamericana reciente.

El periodista de 49 años acaba de sumar otro monumental volumen a sus crónicas biográficas -la descripción no es exacta, pero por ahí anda su estilo- que tienen al exdirigente cocalero como protagonista. «Vértigos de lo inesperado» (Planeta, 389 páginas) es la consecución genial de «Jefazo» (Debate, 352 páginas). Ambos permiten acceder a retazos de intimidad absoluta: ¿de cuántos otros protagonistas no quisiera uno saber los ritmos, los instintos, las ansiedades, las genialidades o los pifies, los yeites en el habla, pero también las zonas opacas y los súbitos momentos en que la puerta se cierra a cal y canto? Sivak siguió a Morales durante jornadas interminables, al borde de lo imposible y volvió para contarlo. Su yo de cronista es también personaje en este libro, como el fútbol, las multitudes devotas -y no tanto- de su líder, las comidas y la geografía extenuante de Bolivia.

El actual conflicto en la cima del poder político del país vecino pone a Evo en pie de guerra desde su pago chico, Chimoré, lugar donde había prometido retirarse después del destierro cinematográfico en un avión mexicano; 365 días después, cruzó la frontera argentina en La Quiaca del brazo de Alberto Fernández, pero algo esencial había cambiado.

Foto: Ale López / Editorial Planeta

Sivak arranca por ahí el diálogo con Tiempo, casi como una reedición aumentada de su reciente libro.

-¿Entendés qué está pasando entre Arce y Morales?

-No quisiera entrar en un terreno psicologista, porque éste es un conflicto político-ideológico, pero también hay un componente personal muy fuerte. Evo Morales tuvo una enorme dificultad para pensar la sucesión. Estando en la presidencia apostó a continuar y solamente se puso a definir al sucesor cuando no le quedaba otra. La elección de Arce es bastante osada, por sobre referentes más campesino-indígenas como Choquehuanca y Andrónico. Eligió un candidato con posibilidades de ganar, que podía interpelar a esos sectores urbanos, en un contexto de gran desazón. También eligió a Arce por su lealtad personal y porque iba a poder ser el defensor de los años del crecimiento humano en Bolivia. Y al mismo tiempo, porque Evo siempre vio a Arce como un técnico que no tenía ninguna destreza de político. Lo que sucedió es que Arce muy tempranamente decidió autonomizarse. Lo hizo en una primera etapa pensando en la campaña, porque Evo juntaba rechazos en los votos de centro. Pero luego de la victoria, a mí me parece histórico que el día que Arce asume la presidencia le agradece a la madre, a la esposa y no a Evo. Entonces la elección del 2025 se adelantó tres años. Arce fue muy desleal en muchas cosas. Su ministro de gobierno encarga una encuesta preguntando: ¿usted cree que Evo Morales tiene relación con el narcotráfico? Hay algo importante, y es que desde junio Evo empezó a crecer en las encuestas y Arce a caer. Entonces el plan pareciera ser solamente impedir que Evo sea presidente. Es un desmadre total en términos personales y políticos, por la descomposición del MAS.

-¿Pero entonces hay algo de la personalidad de Evo Morales en todo esto?

-Yo en el libro cuento escenas que vi de ellos dos: para Evo, Arce era el muchacho de la calculadora. Hubo momentos en que literalmente Arce hacía cuentas con la calculadora del celular a pedido de Evo cuando era presidente. No es que esté tomándose revancha, pero sí hay una cuestión de demostrar quién está en el poder, quién toma las decisiones y cómo no vas a imponerme nada. Encima con Choquehuanca de vice, en quien Evo no confía mucho. Yo me di cuenta de que después de 20 años de trayectoria juntos, no hay un discurso, solo está la evocación nostálgica de los años de bonanza económica en un contexto de caída de los precios de los hidrocarburos.

-Se plantea hoy en día que la esperanza, el horizonte que ilusiona a las mayorías está, por decirlo burdamente, en la derecha. ¿Se ve eso en Bolivia?

-Creo que, a diferencia de la Argentina, la derecha más radical en Bolivia en los últimos 20 años tuvo su momento en el gobierno Jeanine Áñez y fue desastroso. Esa fue la oportunidad de las élites de Oriente de gobernar el país. Y fue un desastre entre la gestión de la pandemia, la economía y la corrupción. Si en las últimas encuestas parece que el 60% de la población elegiría una opción por fuera del MAS, es probable que se tienda hacia una opción de la política más tradicional como Carlos Mesa, del centro a la derecha, pero no bolsonarista. Veo una plataforma de unidad a la venezolana. De fondo, el tema acá es que el gobierno de Arce está siendo muy cuestionado y a eso se suma que los bloqueos y las protestas que hay en Bolivia no están todas generadas por Evo Morales. Hay un malestar social, un movimiento, hay dinámicas sociales que trascienden su liderazgo.

-En el libro tiene gran protagonismo el cuerpo, tanto en cómo relatás el cansancio físico de seguirlo en campaña y también el cuerpo mismo de Evo.

-En él no existe la idea del agotamiento, las vacaciones, el descanso, nada, todo es cosa sacrificial, muy vital, muy vital. No existe la quietud, la calma. Lo que más me impresionó de la caravana de regreso desde Argentina hacia Bolivia un año después del golpe. Muchísima gente, 500.000 personas, todo termina una noche en una fiesta, ahí en Chimoré. Se habrá ido a dormir a las 2 o 3 de la mañana y la primera cita era a las 5 de la mañana de ese mismo día. Forzar todo el tiempo el cuerpo tiene que ver con decir: yo siempre fui un campesino despierto para trabajar a las 5 de la mañana, ¿por qué no voy a hacer lo mismo siendo presidente? Cada momento de calma para él es vaguear, «estamos vagueando», dice. A partir de ese ritmo pude contar muchas cosas extraordinarias en Jefazo. Ahora este libro va en sentido contrario, me parece. No saco conclusiones sobre el evismo, pero en estos últimos años estuvo en clara desventaja y precariedad. Se ve en el reciente atentado que sufrió, en el auto eran dos asistentes, el chofer y él.

-¿Cómo ejercía el poder Evo? ¿Qué ejemplo concreto tuviste delante?

-Si ves al PT, el Frente Amplio y otras fuerzas de América Latina, venían de años de gestión municipal o provincial. El MAS era un partido que conocía el Estado más por el conflicto y la negociación. Evo al principio aprendía sobre la marcha a gobernar. Hubo una renovación de élites de verdad en Bolivia. La burocracia estatal cambió de manera profunda. Esa llegada de los inexpertos fue impresionante. En un encuentro con banqueros, una vez Evo les dijo que él no entendía qué era la inflación, cómo se genera. Había precariedad e ingenuidad y al mismo tiempo un pragmatismo y una determinación implacable en el ejercicio del poder. La nacionalización de los hidrocarburos, la cercanía con las fuerzas armadas, todo en ese tono con convicciones innegociables de fondo. Fue muy transgresor y urticante para sectores de la sociedad boliviana. Y lo de Arce y Evo se juega en esa zona: porque el presidente y su gabinete son de clase media, entonces es como que esa clase social ahora persigue a los indios.