Pocos días antes del histórico triunfo de la Selección ante España y Portugal, los marroquíes salieron a las calles de Rabat para manifestarse contra el aumento de precios y la represión política. La protesta fue convocada por partidos de izquierda y sindicatos nucleados en el Frente Social Marroquí, que se opone al primer ministro Aziz Ajanuch, dueño de la empresa de energía Akwa Group y el segundo hombre más rico del país luego del rey Mohamed VI.
Además, Ajanuch lidera la Agrupación Nacional de Independientes (RNI), un partido liberal que arrasó en las elecciones de septiembre de 2021 y relegó al islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo, que condujo Marruecos durante una década, a una posición marginal en el Parlamento –pasó de 125 diputados a trece–. El primer ministro irrumpió con un discurso de cambio y la promesa de reformas para democratizar el acceso al sistema de salud y las pensiones. También nombró a siete mujeres como ministras, incluida Nadia Fetá Alaui, la primera a cargo de Economía.
Ajanuch tiene buena sintonía con el rey que, pese a la reforma constitucional de 2011, todavía elige a quienes encabezan ministerios clave como Exteriores, Interior y Religión. Pero la invasión a Ucrania disparó la inflación y la sequía afectó severamente la agricultura, una de las principales actividades económicas del país y la primera empleadora. El primer ministro cuenta con una amplia mayoría en el Parlamento, gracias a la alianza con otros dos partidos, y aprobó subvenciones a ciertos alimentos y combustibles. Nada de eso sirvió para mitigar los aumentos y la luna de miel duró poco.
«Es un proceso de continuidad. Hubo protestas en 2011 por los altos índices de desempleo, sobre todo de personas que salían de la universidad, y el surgimiento de una clase media a la que se le prometió que iba a tener una mejor calidad de vida. En 2016 se produjeron en Tánger y Alhucemas, en el norte, y luego con el movimiento Hirak en el Rif», explica Indira Sánchez Bernal, doctora por el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.
Las autoridades se comprometieron a invertir en las zonas postergadas para calmar los ánimos, pero luego vino la pandemia. «Marruecos cerró fronteras y el estado de emergencia duró hasta febrero de este año. Se cortaron las relaciones comerciales, algo que afectó al sector de servicios, sobre todo el turismo, y vino un desempleo terrible. Cuando fueron las protestas de 2011, el índice era del 10 por ciento, hoy en día está en el 12. Eso se combinó con la sequía, la más fuerte en más de 30 años. Incluso hubo revueltas de hambre, es decir, gente que entró a los mercados a robar alimentos porque no podían acceder a ellos», dice.
Para las elecciones de 2021, la mayoría de los partidos estaban desacreditados, y fue entonces cuando Ajanuch resultó el más votado. El RNI, además, es cercano a la monarquía y Mohamed VI vio con buenos ojos el ascenso de una fuerza capaz de echar a los islamistas. Ajanuch había sido ministro de Agricultura y Pesca desde 2007 y tenía diálogo directo con la Unión Europea. Era un ida y vuelta necesario y muchas veces ríspido, debido a cuestiones como la migración, los caladeros, inversiones y el Sáhara Occidental, el antiguo protectorado español al sur de Marruecos, el último territorio del África por descolonizar, ocupado por Rabat.
El perfil empresario y moderado de Ajanuch es funcional a los propósitos del rey, que junto al canciller Naser Burita –elegido expresamente por él–, firmó acuerdos de inversión y comercio con China e India, normalizó las relaciones con Israel y presentó el plan de autonomía para el Sáhara Occidental, que entierra las aspiraciones de autodeterminación del pueblo saharaui. Por otro lado, fue ostensible el apoyo de los jugadores marroquies a la causa palestina cada vez que le tocó jugar.
«Hubo mucho apoyo por parte del rey al primer ministro. Sin la aprobación del Mohamed VI, ningún partido político podría estar en la jefatura del gobierno. Si bien es una monarquía parlamentaria, en la práctica quien toma las decisiones es el rey, que puede eliminar los decretos y las reformas», sostiene Sánchez Bernal.
A Ajanuch no le alcanza con el apoyo de la casa real. Las medidas que tomó fueron reactivas e intentaron contrarrestar la parálisis de la pandemia, es decir, siempre un paso detrás de los problemas económicos. Por otra parte, el primer ministro heredó problemas estructurales como la situación en el Sáhara Occidental, asediado por el ejército marroquí, y las protestas en el Rif. De hecho, los rifeños exigieron el martes la liberación de los presos políticos, la mayoría del movimiento Hirak –incluido su líder, Nasser Zefzafi, condenado a 20 años de cárcel–, en medio de los festejos por el pase a cuartos de final de la selección.
El Rif, donde vive el pueblo bereber, es una región que ha buscado la autodeterminación después de décadas de enfrentamiento con la corona y el abandono por parte del gobierno central en Rabat. Pero frente a los reclamos y las protestas, la respuesta del rey y el Ejecutivo de turno es la represión, uno de los motivos por el cual el Frente Social Marroquí marchó hace una semana. «Durante la pandemia hubo mayor control social. La policía y el ejército estuvieron en la calle. También se encarceló al periodista Omar Radi, sin juicio, y a otros colegas por cubrir las protestas del Rif», dice la experta en Marruecos.
«Fue ir en contra de los periodistas y de la libertad de expresión. Comenzó un ciclo de control social para acallar las protestas y la represión a saharauis y rifeños», continúa la investigadora del Tecnológico de Monterrey. Lo mismo ocurrió con militantes opositores. Mohamed VI logró frenar las protestas de 2011, antes de que se convirtieran en el capítulo marroquí de la Primavera Árabe, con la reforma constitucional. Los islamistas llegaron al gobierno gracias a las manifestaciones, y ahora que cuenta con un primer ministro más cómodo, se niega a ceder en sus decisiones. Pero el descontento social puede obligarlo a lo contrario. «