Emmanuel Macron sigue abucheado. De los brulotes que padeció en la República Democrática del Congo hace un mes, cuestionado por el pasado colonial galo en el continente, dos semanas se puede decir que fue a rendir cuentas a Beijing, mientras se empecinaba en mantener la ley de reforma previsional que levanta una rebelión en su propia tierra. Esta semana, como colofón, ordenó a la policía que confiscara las cacerolas de los manifestantes que se acercaron a la visita programada a un colegio secundario de la localidad de Ganges, en la ciudad de Montpellier.
El presidente francés intenta –con una gira “de campaña”- aliviar las protestas contra la ley, agravadas por el modo poco democrático de buscar imponer una reforma neoliberal que recorta derechos laborales sin atender a las demandas populares.
«¿Se puede salir de una crisis democrática prohibiendo cacerolas?», se preguntó la diputada ecologista Sandrine Rousseau ante las imágenes de agentes pertrechados como para la guerra contra ciudadanos que se manifestaban pacíficamente. «Esperamos con impaciencia el proyecto de ley que prohibirá [su] venta», ironizó el portavoz comunista Ian Brossat.
En respuesta, Macron anunció un aumento de salario para los docentes de entre 11 y 230 euros mensuales y argumentó que «hay que reconocer y pagar mejor a los profesores». En la ciudad de Selestat lo recibieron con pedidos de renuncia. . «Nunca vimos a un presidente con un gobierno tan corrupto como el suyo. Usted caerá muy pronto, ya verá», le gritó un manifestante. «