Meses antes de ganar las elecciones de 2017. Emmanuel Macron se pensó como un “presidente jupiteriano”. Significaba ser un jefe de Estado alejado de las luchas políticas menores, que en la tradición constitucional francesa de la V República prefiguraba un poder ejecutivo fuerte, capaz de refundar a la vez Francia y Europa. Eran los tiempos en los que Macron fundaba “En Marcha!”, un partido propio que no está “ni a la derecha, ni a la izquierda”; publicaba “Revolución – es nuestro combate por Francia”, un libro autobiográfico que también presenta un proyecto de sociedad. Macron también reivindicaba a Charles de Gaulle y a François Mitterrand, en quienes identificaba “una capacidad de iluminar, una capacidad de saber, una capacidad de enunciar un sentido y una dirección anclada en la historia del pueblo francés”. Después de todo, Júpiter es el mayor de los dioses. Emmanuel no será menos, ya que tiene con qué.
Estudia en el instituto de ciencia políticas de Paris y al mismo tiempo cursa filosofía en la Universidad de Nanterre, es Egresado de la Ecole Nationale d’Administration en 2004, alto funcionario en la inspección de finanzas, luego pasa al Banco Rothschild en 2008 antes de ser nombrado secretario general adjunto de la Presidencia en 2012 y luego ministro de economía de François Hollande en 2014. Y recién tiene 37 años.
Desde los últimos decenios del siglo XX, la aparición y el crecimiento de la extrema derecha en la política francesa es un emergente más del malestar social existente en el país. Conducido por la familia Le Pen, ese “Frente Nacional” también fue un factor de división entre un sector moderado y otro extremista de la derecha, todo en beneficio de los socialistas. Lo que duró hasta que ese Frente entró a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002 y desplazó a la izquierda. Comenzaba a funcionar un “frente republicano” que uniría a todas las fuerzas políticas contra los candidatos de Le Pen. En 2017 y 2022 ese mecanismo jugará a favor de Macron, que será electo en las dos elecciones frente a Marine Le Pen. Luego de la presidencia hiperactiva de Sarkozy y la gestión anodina de Hollande, Macron llega con 39 años al Palacio del Eliseo (residencia del presidente) un nombre que tiene que ver con los dioses.
Cuando el Presidente Macron anunció que los objetivos eran “liberar la economía” y “proteger a los franceses”, el diario Le Monde señaló la incompatibilidad entre ambas metas, así como la primacía de la economía por sobre los franceses. Y así fue como bajaron los impuestos a los altos ingresos, aumentó la deuda pública (más del 100% del PBI) y ajustaron presupuestos regionales sin efectos positivos para las clases medias y populares. Después vino el aumento de la edad jubilatoria, el reemplazo de los cuerpos técnicos del Estado francés por consultoras internacionales, algunos proyectos de privatización ferroviaria además de disolver varios organismos públicos.
Las elecciones intermedias no arrojan los resultados previstos -crece la extrema derecha- y a causa del aumento del impuesto sobre las naftas estalla la crisis de los “chalecos amarillos” en 2018, con piquetes, manifestaciones y disturbios por toda Francia, en especial en zonas rurales. Aunque todo movimiento sin conducción política se agota en sí mismo, y el COVID-19 impone otras prioridades para todos, la desconfianza queda instalada. Macron tampoco olvidará el verano de 2023, cuando la policía abatió un joven franco-argelino. Como resultado de los desórdenes que siguieron hubo 6000 autos incendiados, 1000 edificios públicos atacados, 3500 arrestos y dos muertos más. Esta vez son los conurbanos de las grandes ciudades los que protestan. Encima las elecciones europeas en junio de 2024 le dan la victoria a la extrema derecha, que duplica en votos al oficialismo. En esas elecciones la izquierda fue dividida, con pobres resultados.
Quizás nunca sepamos las razones que impulsaron la disolución de la Asamblea Nacional decidida por Macron pocos días después de tal derrota. Esta vez los partidos de izquierda van unidos, con un programa de gobierno, y le arrebatan la victoria a Encuentro Nacional (el nuevo nombre de la extrema derecha) y a los centristas que le quedan al Presidente. El Nuevo Frente Popular (NFP) ganó por poco, pero ganó. Y en vez de convocarlos a formar gobierno para enfrentar una cámara de diputados hostil, Macron decidió esperar el fin de los Juegos Olímpicos en Paris –no se es Júpiter en vano- y Francia no tuvo gobierno hasta que recién en septiembre nombra un Primer Ministro de centro cuya gestión duró tres meses. La moción de censura del NFP fue apoyada por Encuentro Nacional, lo que Macron denunció como un “pacto anti-republicano”, aunque el mensaje es otro.
La extrema derecha le dice “no podrás gobernar sin nosotros”, mientras que el NFP dice “quien salió primero debe tener la oportunidad de formar gobierno” como también evoca una renuncia presidencial que permita salir del bloqueo político estructural. Veremos. Por último, y por más que Macron siempre se opuso, será él quien deba afrontar las consecuencias del acuerdo Mercosur-Unión Europea. En los hechos, ese tratado significa el fin de los cerca de 800.000 agricultores franceses (las cifras varían), que con 450.000 explotaciones agropecuarias -una media de 70 hectáreas por propiedad- son un grupo social solidario y combativo. Muy. También es simbólico: después de todo, la Revolución Francesa fue una gran reforma agraria. Macron sabe que en las tragedias de la antigüedad hay un momento en que hay que elegir entre las leyes de los hombres o las leyes de los dioses. Algo que a Júpiter no le pasaba.