Luego de cuatro años de aislacionismo bobo, Luiz Inácio «Lula» Da Silva sale al escenario internacional haciendo jugar a Brasil en un nuevo orden mundial. Un orden donde se recrudece un movimiento de ultraderecha que ataca las democracias liberales y a la vez se acentúan problemas climáticos y se globalizan conflictos regionales.
En ese marco, Lula tiene un interlocutor diferente en Estados Unidos que al inicio de su primer mandato en 2003. El hegemonismo sobre Latinoamérica que pretendía George Bush tratando de imponer la Alianza de Libre Comercio (ALCA) en esa época es bien diferente a la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP) de Joe Biden, que está buscando seducir a la región, atento a la fuerte inserción que tuvo China desde 2008, proponiendo políticas de desarrollo.
Además, Lula y Biden tuvieron un adversario común, la ultraderecha. Ambos países fueron gobernados por dos reacios de la democracia, que encontraron en el lumpenaje de la política la fuerza movilizadora para sustentar su nacionalismo autoritario, poniendo en jaque a las repúblicas, incluso irrumpiendo sobre sus poderes, en ambos casos con la particularidad de que hubo sendos intentos de copamiento de los parlamentos.
Ese es el punto de inicio de la relación entre Lula y Biden: el espanto a la ultraderecha los une, seriamente pero con humor, a sostener la defensa por la democracia, algo que puede marcar una línea sobre la región y podría ser un esquema para abordar casos como Perú.
En concreto, en tanto Jair Bolsonaro fue el último mandatario en reconocer a Joe Biden, éste fue el primero en reconocer y apoyar a Lula, siendo decisivo para sostener su victoria electoral, frente a la denuncia infundada de fraude, y es claro que ambos mandatarios coinciden en repudiar acciones que atenten con las instituciones democráticas.
Otra coincidencia de los mandatarios es la visión ambiental, especialmente en lo que respecta al Amazonas. Por eso, recuperar el Fondo creado en 2009 para protegerlo es un objetivo central de Lula, ya que Noruega y Alemania, principales aportantes, dejaron de financiarlo ante la deforestación propiciada por Bolsonaro durante su gestión. Al respecto, Biden se comprometió a promover en el parlamento la aprobación de presupuesto para sostener ese programa de preservación forestal.
Un tema más candente y complejo es la guerra en Ucrania, donde ambos coinciden en que debe parar, pero divergen en la manera. Mientras el conflicto se recrudece por el apoyo bélico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, que podría desatar un conflicto continental, incluso mundial, Biden parece acompañar la contraofensiva europea que será discutida con su participación en Polonia los próximos días, entre el 20 y 22 de febrero.
Por el contrario, Lula se niega a proveer armas y propicia un “Grupo de Paz” conformado por países fuera del conflicto, a fin de generar un marco de acuerdo que pueda poner cese a las hostilidades bélicas y pueda establecer un esquema que garantice la concordia en la región, propuesta que Biden se comprometió a apoyar.