En Brasil se desató una carrera contra el tiempo y a esta hora es difícil prever quién cruzará primero la bandera a cuadros. O incluso quienes llegarán. Por lo pronto, el ex presidente Lula da Silva inició una gira para darse un baño de pueblo por el Nordeste en una Caravana que lo llevará de Bahía a Maranhao. Mientras tanto, el poder judicial, normalmente reacio a los apurones, esta vez batió un récord al abrir un expediente de segunda instancia en apenas 42 días. Cuando el juez Sergio Moro lo condenó a nueve años y medio de prisión por la presunta compra irregular de un departamento en Guarujá, se especuló con que no daban los tiempos para tener una sentencia firme que impediría su candidatura en 2018. Pero la justicia brasileña parece también interesada en no dejar que avance la incertidumbre en vista de que Lula sigue cosechando el fervor de sus votantes en los rincones más empobrecidos de Brasil. Simultáneamente, el presidente de facto Michel Temer también puso sexta velocidad en su proyecto privatizador neoliberal (ver aparte), cosa de que si no hay forma de evitar el regreso de Lula al Planalto, tenga las manos atadas para volver a políticas populistas.
En su recorrida por el territorio amigo del Nordeste, su tierra de nacimiento, Lula tuvo algunas frases destacadas que merecen recordarse. Como esa con que calificó a Temer de «marido que no trabaja y vende las cosas de la casa». Quizás fue que su llegada a Pernambuco, el estado al que pertenece el pueblo de Caetés, donde nació hace casi 72 años, le haya traído remembranzas de su propia niñez: séptimo hijo de un matrimonio de labradores, su padre se fue de la casa cuando él era un bebé y no lo conoció sino a sus cinco años. Su madre crió a los siete niños prácticamente sola y emprendió con ellos una caravana desesperada hacia San Pablo para salir de la miseria. En esto, Lula es un fiel representante de un drama que cotidianamente viven millones de personas en el mundo y quienes lo escuchan en los actos que viene realizando en esa región lo saben, por eso esperan su vuelta a la presidencia. Por eso despierta el rechazo de las élites políticas, judiciales y hasta mediáticas.
Lula tuvo otras definiciones en su recorrida, que ya lo llevó por 15 ciudades pero espera completar el 5 de septiembre en Sao Luis, estado de Maranhao, luego de visitar 28 ciudades de nueve estados. No es la primera vez que el ex tornero mecánico sale a las rutas para darse «un baño de pueblo». Entre 1993 y 1996, en sus primeros intentos por ser presidente, recorrió con sus «Caravanas de la Ciudadanía» 359 ciudades brasileñas.
Mientras, tanto, el 4º Tribunal Regional Federal, con sede en Porto Alegre, inició el miércoles la tramitación del recurso de segunda instancia en el proceso por corrupción por la presunta transferencia de un dúplex en Guarujá. El 12 de julio, el juez de Paraná Sergio Moro había condenado a Lula pero no lo mandó tras las rejas porque le dio la oportunidad de defenderse en libertad. Los abogados y el mismo ex mandatario insisten en que no le mostraron pruebas del supuesto delito, que hay una persecución judicial y que el magistrado solo se guió por indicios.
Si Lula es encontrado también culpable por este tribunal, se complica su posibilidad de presentarse como candidato a una nueva ronda presidencial en octubre de 2018. Señalan los expertos en estos trámites leguleyos que en ese mismo distrito judicial el promedio en casos similares es de 96 días pero que la resolución llega normalmente no antes de los 182 días. Todo indica que esta vez la intención es terminar con el caso cuanto antes y según la interpretación del entorno del ex dirigente gremial, lo quieren sacar del medio porque es el único que puede impedir que se consume el proyecto neoliberal que se impuso desde la destitución de Dilma Rousseff, su sucesora, hace justo un año.
Desde esas tribunas populares y populosas, el fundador del Partido de los Trabajadores (PT), insiste en que si gana en 2018 -y las encuestas no dudan de esa posibilidad hoy día- va a anular las reformas de Temer. Entre ellas la nueva ley laboral que echa atrás con leyes instauradas por Getulio Vargas hace tres cuartos de siglo.
Pero no todas fueron rosas, y Da Silva tuvo que enfrentar no pocas críticas cuando enPenedo, en el estado de Alagoas, luego de reunirse con pobladores indígenas, y campesinos de las principales comunidades locales, se abrazó con el senador RenánCalheiros, del Partido del Movimiento DemocráticoBrasileño (PMDB), agrupación con la que se alió para llegar al gobierno en 2003 pero que finalmente tumbó a Dilma en 2016. De hecho, Temer es el presidente del PMDB y Calheiros fue clave para el golpe institucional, hasta que cayó en desgracia por la investigación de la causa Lava Jato.
Es cierto que el hombre es senador por el estado que visitaba y el hijo, Renán Junior es el gobernador. Pero Lula fue más lejos que esa cuestión meramente protocolar. «Renan puede tener todos los defectos, pero Renan me ayudó a gobernar este país; yo soy de la opinión de que todo el mundo es inocente hasta que se pruebe lo contrario», dijo a radio Universitaria de Pernambuco, para rematar: «Lo que quiero para mí lo tengo que querer para los otros también, (y además) cuando un partido como el PT busca esas alianzas es porque ve con claridad que solo no gana las elecciones, y si las gana no puede gobernar si no tiene mayoría en el Congreso». En resumen, que «la hipótesis más soñada» es que la izquierda tenga votos suficientes para no tener que ponerse un broche en la nariz antes de ir a las urnas. «pero esa no es la realidad del Brasil de hoy».
El PT no es el único que mira el 2018 con ansiedad y en el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) ya mueven sus fichas el alcalde de San Pablo, Joao Doria, quien asumió el cargo el 1 de enero pasado, y el gobernador estadual Geraldo Alckmin. Doria es presentado como el paladín de la nueva política, es empresario y recuerda a Donald Trump. Incluso condujo en la televisión paulista el programa El Aprendiz, que catapultó a la fama al actual presidente estadounidense.
Por la derecha más retrógrada tiene aspiraciones el ex militar Jair Bolsonaro. Además, el partido Laborista Nacional de Brasil ahora se hace llamar Podemos. Pero no porque adhieran al partido español sino porque se dicen seguidores de Barack Obama y de su latiguillo Yes, We Can. «