En los días recientes han ocurrido asuntos internacionales cuya trascendencia para la geopolítica internacional y latinoamericana no siempre es destacada adecuadamente por los medios de comunicación que se ocupan de nuestra región.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, con la sapiencia de sus 78 años, ha decidido poner fin a las inútiles intervenciones militares en el extranjero. Dejó Afganistán, aunque eso le haya traído costos en su popularidad, explotados por Donald Trump. Además puso el acento en la ayuda a la población norteamericana con empleos y subsidios para reactivar el consumo y la economía de abajo hacia arriba. Sin olvidar la lucha permanente contra los extremismos neofascistas de Trump.
XI-Jinping, de 62 años, es el líder de un partido comunista y de un país que, desde 1949, ha transformado con grandes una nación semicolonial y una sociedad subdesarrollada en una potencia económica de rápido crecimiento. Y con un estado de bienestar multitudinario por la eliminación de la pobreza extrema y el fortalecimiento de una gigantesca clase media.
Mao Zedong, Den Xiao Ping y Xi jinping han sido los líderes destacados que con luces y sombras (como cualquier liderazgo destacado en la historia) han conducido la construcción del socialismo “con características chinas”.
Hoy Xi apuesta por la cooperación con la potencia norteamericana, sin desdeñar la confrontación no militar. Defiende las tesis ya clásicas de China como la territorialidad indivisible que incluye Taiwán y el principio de “una nación, dos sistemas” probada exitosamente en Hong Kong y Macao. Las palabras de Xi para el mundo sobre la civilización ecológica fueron bien recibidas por Biden en la cumbre virtual por el cambio climático.
La conversación entre Xi-jinping y Biden marcó un hito en trazar la cancha de una competencia económica entre las dos potencias sin reeditar la guerra fría del siglo XX, donde siempre el umbral de la confrontación entre EE UU y la desaparecida URSS era la destrucción nuclear mutua garantizada. Y ese hecho constituye un avance civilizatorio que la historia recogerá.
Mirando América Latina, los tres países de mayor gravitación territorial han vivido acontecimientos importantes. Argentina celebró elecciones de medio término en paz y con participación considerable. Los resultados dejaron una renovación del poder presidencial abierta para el 2023, entre el Frente de Todos en el poder y Juntos por el Cambio hoy en la oposición. Las tendencias extremas minoritarias, a la derecha y a la izquierda, crecieron relativamente.
La democracia argentina se consolida en la diversidad, a pesar de la crisis estimulada por el endeudamiento irresponsable del gobierno de Macri.
El expresidente de Brasil Lula da Silva viajó a Europa invitado por Enmanuel Macrón. Y fue recibido, oficialmente, por el gobierno español del presidente Sánchez. Conversó con el triunfante socialdemócrata alemán que sucederá a Merkel y con el Canciller de la UE Josep Borrel. Y fue también recibido en el Parlamento Europeo.
La antigua diplomacia francesa sabe bien que Lula es el opositor más fuerte frente a los intentos reelecionistas de Bolsonaro. Y conoce que Lula cuidó-quizás no lo suficiente-la ecología amazónica, agredida por poderoso intereses transnacionales. Pero infinitamente mejor frente al calentamiento global que Bolsonaro, una suerte de asesino en serie de la ecología amazónica. Francia reivindica los Acuerdos de París contra el calentamiento global y es un entusiasta en el apoyo al PNUMA, la ONU y los acuerdos de Glasgow.
El tema ecológico es, desde la Cumbre de París, piedra angular de la política exterior de Francia. La invitación al líder brasileño perseguido por el exjuez y exministro Sergio Moro lo confirma.
En Washington tuvo lugar recientemente la cumbre de los tres países que integran el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La nota más destacada la produjo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien señaló que el mercado mundial en un 14% lo ocupa China y en un 13,5% los tres países de América del Norte.
Sin convocar a ninguna competencia destructiva con los chinos, AMLO llamó a sus colegas de EE UU y Canadá a producir más y mejor, abriendo sus fronteras a la mano de obra que al Sur del Río Bravo pugna por ingresar en busca de un empleo.
Simultáneamente, AMLO ha promovido con intensidad la CELAC como instancia de integración latinoamericana. México es un estado incentivador de la CELAC en cuyos países integrantes la presencia económica china es enorme. A su vez llama a Estados Unidos a ser más abierto con los contingentes de la mano de obra emigrante de América Central y algunos países de Sudamérica para colaborar en el crecimiento de un capitalismo productivo capaz de competir con el dinamismo de la economía mixta china. Esas posturas entre los intereses de USA y China convierten a México, bajo la presidencia de AMLO, en un jugador geopolítico de altos quilates.
En un mundo tan cargado de acontecimientos poco gratos desde el inicio de la pandemia Covid 19, desde la geopolítica soplaron algunos vientos vivificantes en los últimos días. Desde la opción del “conservadurismo maduro” que expuso Putin en Vaidal para coadyuvar a un mundo menos inestable, esos acontecimientos son esperanzadores.