A la 0 hora de este viernes se inició formalmente la guerra comercial que Donald Trump había anunciado contra los productos chinos. En el primer minuto del 6 de julio –hora de Washington– se puso en marcha un sistema de aranceles de hasta 25% por un total de 34 mil millones de dólares en mercadería. El gobierno de Xi Jinping informó que se sentía «obligado» a responder con medidas similares sobre productos importados de EE UU, como soja, trigo, cerdo, pistachos, automóviles y hasta botellas de Jack Daniel’s, y denunció la ofensiva estadounidense ante la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Rusia también se sumó al combate con tarifas suplementarias de entre 25 y 40% a productos estadounidenses, en represalia a los aranceles al acero y aluminio que adoptó la administración Trump.
La guerra tiene como fachada el impresionante déficit comercial en favor del gigante asiático (unos 373 mil millones de dólares en 2017) pero hay temas más de fondo. Entre ellos, la pelea por las nuevas tecnologías y algo más tradicional como el control de los mercados, que para EE UU están en riesgo en la medida en que China avanza en la reconstrucción de la Ruta de la Seda.
Es así que Trump le pidió expresamente a Robert Lighthizer, jefe de la Oficina del Representante de Comercio de EE UU (USTR por sus siglas en inglés, la agencia encargada de elaborar políticas de comercio internacional) que presente un listado de otros bienes importados de China para sumarles otro 10% de aranceles en el futuro cercano. El objetivo final es identificar el robo de propiedad intelectual y la copia de desarrollo tecnológico.
De hecho, en la última semana, forzó el bloqueo al ingreso de la principal proveedora de telefonía celular, China Mobile, con más de 900 millones de abonados, que venía pidiendo pista desde 2011. Semanas antes había multado a otro gigante, ZTE, fabricante de aparatos de telefonía, y al mismo tiempo prohibió que empresas de EE UU le vendieran insumos básicos, poniendo a la firma a las puertas de la quiebra. En este caso la excusa fue que ZTE vendía equipos en Corea del Norte e Irán, dos naciones sancionadas de la lista de enemigos de Estados Unidos, aunque luego hubo un acercamiento entre Trump y el líder norcoreano que cambiaría las reglas de juego.
De todas maneras, estos son los primeros escarceos en una política que pretende recomponer el comercio internacional en beneficio de Estados Unidos con la estrategia de patear el tablero. De aquí en más habrá que seguir día a día las incidencias de una situación que, mal que le pese al gobierno nacional, también habrá de incumbir a la Argentina. «