Finalmente Luiz Inácio Lula Da Silva resultó electo presidente de República Federativa del Brasil. A partir del 1° de enero de 2023 iniciará su tercera gestión, hecho histórico en la política de ese país. Deja atrás un período iniciado por un golpe institucional abierto de Michel Temer y el desarrollo de un gobierno neofascista establecido por Jair Jeremías Bolsonaro, quien también entra en la historia brasileña como el primer presidente que no logra reelegir, desde que está habilitada en la constitución de ese país, y se suma a los referentes de la derecha que no lo alcanzan un nuevo mandato, como Mauricio Macri o Donald Trump.
Sin embargo, esos mismos ejemplos ponen en alerta la gobernabilidad de las nuevas experiencias progresistas, por la capacidad de resistencia que alcanzaron las fuerzas opositoras. En Brasil, al igual que en Estados Unidos luego de la derrota de Trump, comenzaron manifestaciones contrarias a aceptar los resultados y que basan su incentivo en el «retiro espiritual» de Jair Bolsonaro que aún no reconoce los resultados hasta este momento.
Por eso, el centro de acuerdo y diálogo fue el eje nodal del discurso de Lula para impulsar un gobierno de unidad nacional. En tal sentido, se espera que repita la lógica de un gabinete concertado y plural, como lo hizo en sus mandatos anteriores, sumando a sus adversarios en la contienda presidencial, tal fue el caso de Giro Gomes en el primer mandato y podría repetirse en el próximo.
Partió del hecho de haber sumado a la vicepresidencia a Geraldo Alckmin, quien formó parte del partido que derrocó a Dílma Rousseff, y ahora tendrá que sumar a otros referentes políticos del más amplio espectro, siempre que no erosione la base electoral de la coalición.
Además, Lula deberá gestionar el un amplio apoyo parlamentario, seduciendo al «centrão» parlamentario, bloque que lo único que lo mueve son intereses económicos, lo puede propiciar corrupción. Además ese grupo tiene gran capacidad de chantaje, lo que condiciona la gobernabilidad de gestión, especialmente ante una derecha rabiosa altamente movilizada en las calles. En sentido, además de la coalición de gobierno y el bloque parlamentario deberá reconstruir los lazos solidarios enfrentando a quienes quieren confrontar, entendiendo que llamar de neofascista a Bolsonaro no es mera chicana política.
Además, no se debe olvidar que durante la jornada de las elecciones y el clima de hostigamiento político que se percibía en las calles fue asfixiante. Recibir la recomendación de no usar una remera roja porque podrían confundirte con un petista y así correr riesgo de vida, fue una sensación desagradable y, hasta pudo haber generado un efecto desmovilizante. Aunque el triunfo desató la alegría y centenas de miles celebraron en las calles.
Para salir de este pesimismo de la razón, podríamos sumarnos al optimismo de la voluntad de cambio que tiene Lula. Optimismo que demostró mantener en su discurso, y que marcará el rumbo de la política brasileña.
* Analista Internacional