El día 11 de septiembre se conmemora un nuevo aniversario del mayor ataque terrorista que sufriera Estados Unidos en su territorio. El trágico evento marcó un antes y un después en el país que se consideraba invencible y victorioso. Las Torres Gemelas, mítica imagen de la ciudad de Nueva York, caían atravesadas por aviones, en medio del estupor y la incredulidad de millones de norteamericanos. El sueño americano empezaba a resquebrajarse.
Como resultado del ataque: 3016 muertos, entre trabajadores rescatistas, bomberos y policías, quienes dieron cuenta a través de sus cuerpos la realidad brutal y dantesca que había sucedido.
Pasaron 20 años; cuatro torres, un memorial, negocios y galerías que se edificaron sobre y alrededor del espacio dejado por las Torres Gemelas. Miles de turistas pasean para mirar las nuevas edificaciones que intentan «reemplazar» a las derrumbadas. Pero pocos se preguntan por el destino, no ya de los desaparecidos, sino de los sobrevivientes de esta tragedia, quienes fueron rápidamente olvidados y dejados fuera de la realidad por gobiernos y medios periodísticos.
¿Quiénes son los miles de sobrevivientes afectados por estos atentados? Según estadísticas, el 17% son latinos, que fueron contratados por empresas tercerizadas para limpiar escombros. A estos trabajadores, alrededor de 3000 inmigrantes indocumentados, no los previnieron del peligro de estar en contacto con material tóxico, así como tampoco se les brindó equipos apropiados para trabajar en áreas contaminadas. Como consecuencia, muchos de ellos contrajeron cáncer y enfermedades respiratorias, entre otras dolencias.
No solamente estos trabajadores contratados sufrieron la indiferencia y falta de cuidado, sino que la desatención también abarcó a rescatistas, bomberos y policías, que permanecieron días y noches auxiliando a personas en áreas tóxicas, lo que les causó enfermedades graves: uno de cada diez contrajo asma, enfisemas, alergias y cáncer. Aunque muchos todavía siguen en tratamiento, 1064 fallecieron entre los años 2002 y 2015. Según el Departamento de Salud de la Ciudad de Nueva York, entre 35 mil y 70 mil personas sufren trastornos de experiencias postraumáticas (PTSD en inglés).
Ante tanto damnificado, en 2011 el Congreso norteamericano decidió aprobar una ley llamada Zadroga, en homenaje al detective James Zadroga, muerto a consecuencia de haber trabajado en la llamada Zona Cero. La ley hizo posible la creación de fondos por 1556 billones de dólares. A través de estos años y debido a demandas de familiares y presiones de organizaciones sociales y políticas, el Congreso ha ido incrementando los fondos, pero todavía no es suficiente, dada la cantidad de personas que se incorporan a solicitar ayuda. En septiembre de 2012, el Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional, añadió 50 tipos de cáncer relacionados con el 9/11. En los estudios realizados se encontraron más de 70 sustancias potencialmente cancerosas en el humo y el polvo de los restos del WTC. Algunas organizaciones ambientales reportaron sobre posible negligencia institucional, pero rápidamente desde el gobierno de George Bush salieron a contestar. La administradora de la Agencia de Protección Medio Ambiental de Estados Unidos, Christine Todd Whitman, aseguró que «el aire de Nueva York era perfectamente respirable y que nadie corría peligro».
El tiempo demostró que era exactamente lo contrario, que lo que aseveró Whitman era falso y que el humo del aire esparcido por la ciudad era muy perjudicial para la salud. Así, 15 años después de la catástrofe, la funcionaria de Bush reconoció su error aunque, llevada a la Corte acusada de negligencia, finalmente fue absuelta porque entendieron que sus acciones y declaraciones no querían causar ningún mal a la población. Años después se comprobó que además de los 3000 muertos al inicio de la tragedia, más de 400 mil rescatistas, voluntarios y vecinos fueron expuestos a la contaminación de la Zona Cero.
Mientras año tras año se suceden los homenajes a los que murieron en septiembre de 2011, muchos de los sobrevivientes siguen esperando que el gobierno cumpla sus promesas: extender los tratamientos médicos y psicológicos, y que se les otorgue la residencia norteamericana. «