El sentido común de gente como este migrante venezolano está presente en una parte de la sociedad argentina, como en cualquier sociedad latinoamericana. Gente de las clases altas, medias altas y sirvientes como este empleado de la FIAT, ganados por el odio de clase, de raza, de nación, de etnia y de género. Todos los odios sumados del nazifascismo y del Apatheid, recreados por la clase dominante de nuestro tiempo y traspasado a jóvenes vacíos de heroísmo de las clases medias bajas. Eso explica la actitud de este migrante, pero también a la copetuda señora de Barrio Norte que escupe cuando escucha nombres como Maradona, Chàvez o Fidel Castro, y vomita cada vez que la prensa debió mostrarlos juntos en Cuba o Mar del Plata, cuando reseñaban que Diego también fue un hombre de izquierda.
Hace más de siglo y medio que las clases dominantes no tienen héroes y perdieron el sentido mágico del heroísmo, ese dispositivo milenario que la fantasía humana activa para proyectar las más profundas demandas sociales y anhelos de las clases pobres.
Los detractores de Maradona usan sus debilidades y contradicciones humanas, olvidando que fueron ellos quienes usaron ambas condiciones para hacer negocios con el héroe futbolìstico. Ellos lo convirtieron en mercancía para venderlo en Boca y comprarlo en Italia y Barcelona. Ellos lo metieron en el mundo de la droga y se la vendieron. Ellos lo expulsaron de ese mundo para condenarlo en sus medios con la misma doble moral que usaron para manipularlo. Y son ellos mismos los que ahora muerto, lo convierten en ídolo para vender sus tapas de diarios y ganar millones con publicidad en sus canales de televisión.
Esta es la doble moral de la clase dominante. Dos agencias de Estados Unidos en América latina, como el diario Clarín y el canal TN, vendieron todo lo que pudieron con la imagen del mismo Maradona que habían condenado cuando se declaró: kirchnerista en 2007, “chavista hasta la muerte en 2013”, y “Soldado de Maduro” en 2017. Maradona los mandó al carajo y les negó más entrevistas.
Casi todos los diarios británicos titularon con el fotograma que muestra la mano de Maradona metiéndoles el gol. El Sun, por ejemplo, tituló: “Murió el hombre de la mano de dios”, dejando en el vacío el metamensaje de que murió un tramposo, un hombre tercermundista que necesitó del favor de Dios para ganarles. Esta expresión de odio equivale al total silencio de Donald Trump, Jhonson y Biden, quienes ignoran su muerte como si no hubiera muerto el autor del gol más elaborado en la historia del fútbol. Una obra humana sólo digna de genios como Leonardo Da Vinci, Picasso o Mozart.
El periodista catalán Sergi Pamies dice en un artículo del viernes que Maradona fue un “Profeta de la desmesura”. Dos días atrás, usó el mismo adjetivo Víctor Hugo Morales para explicar que “Él corporizó el sentimiento de la Patria Grande”. Creo que tiene razón. No siendo un hombre de la política tuvo la misma virtud de Hugo Chàvez desde 2004, pero a una escala mayor porque Maradona trasciende los restringidos y siempre quebradizos sentimientos de la política. Yo lo presencié en la marcha en tren a Mar del Plata el día que el ALCA fue derrotado en agosto de 2004. Ver a Maradona levantando una bandera venezolana, gritando “Alca Alca al carajo” junto con Chàvez en el estadio de Mar del Plata, y como uno más caminar en las columnas contra Bush, seguido por miles y miles, como si fuera un militante, confirmó el sentido de clase y latinoamericanista que transpiró su vida dentro y fuera de la cancha.
No solo engañó a un imperio con una sola mano para vengar lo que hicieron en Malvinas, es que fue hasta el último día el mismo muchacho de barrio pobre, desmesurado en conducta e inteligencia, capaz de ser genuino en actos y palabras.
Alguien dijo en un café de la ciudad esta mañana: “Diego y Chávez se parecen en su desmesura con los poderosos”. Es cierto, no solo a Chávez, a varios otros que murieron superándose a sí mismos para convertirse en indispensables cuando más fue necesario: en el acto final.