La hora es de sacrificio y de lucha .Si se pierde la vida nada se pierde. Vivir en cadenas es vivir en oprobio ( ) Morir por la patria es vivir.(Fragmento de la carta pública del comandante Fidel Castro al dictador Fulgencio Batista en 1952).
La carta pública que un joven abogado, defensor de pobres, llamado Fidel Castro le escribió al dictador Fulgencio Batista fue un desafío insólito, advirtiendo que ese camino de terror llevaría a la reacción del pueblo, que lo arrojaría del poder.
Un año después, sin respuestas, Fidel encabezó junto con jóvenes patriotas el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953. Nadie hubiera imaginado entonces que desde ese momento, aunque la acción revolucionaria no triunfó y varios de los jóvenes patriotas fueron asesinados, la derrota moral de la dictadura de Batista abriría el camino de la lucha por la liberación. Una lucha que cambió la historia de América Latina y que influiría en todos los pueblos sojuzgados del mundo.
Tomado prisionero por los esbirros de Batista, Fidel y sus compañeros de prisión, apoyados por una inmensa red que iba creciendo día a día en la clandestinidad, continuaron alimentando su sueño revolucionario.
Aquel alegato histórico de la Historia me absolverá con que Castro se defendió a sí mismo ante los tribunales que lo juzgaban por su responsabilidad en ese primer intento contra la dictadura colonial, contenía un verdadero programa revolucionario que significó la continuidad histórica de patriotas que habían luchado por la liberación de Cuba de España.
El ideario de Martí, el Manifiesto de Montecristi firmado por el apóstol cubano y Máximo Gómez, fue la llama deslumbrante que encendió a Fidel y sus compañeros de lucha. En el discurso de su defensa estaba escrita la tragedia del pueblo cubano que era también la tragedia de América Latina y se asumía con precisión histórica y política el derecho de los pueblos a luchar por su liberación.
De allí a la Sierra Maestra, sólo pasarían casi tres años cuando al comenzar 1959 llegarían los mismos jóvenes muchachos barbudos a La Habana, después de un triunfo casi increíble: habían derrotado a Estados Unidos en la figura de Batista y su ejército títere.
Castro emergió desde entonces como lo que es hoy, la figura más importante en la historia contemporánea de América Latina y de todos los pueblos del mundo en proceso de liberación.
No hubo un solo período histórico en que Fidel Castro perdiera la mirada estratégica, la advertencia necesaria, la llama revolucionaria, pero lo más importante es que en ningún momento de su vida perdió su enorme condición humana, su capacidad de sentir el dolor de los otros, la tragedia del hambre donde fuera, la brutalidad del colonialismo sobre los pueblos atrapados por la dominación imperial.
Horas, días y noches, descansando apenas, enfrentando junto a sus compañeros en la dirigencia, junto a su pueblo, durante más de 50 años el aislamiento brutal del bloqueo que persiste hasta estos días, el terrorismo cotidiano, en todas las formas conque Estados Unidos intentó destruir la revolución.
¿Cómo se pudo resistir? Uno de los primeros pasos fue romper la cadena de la ignorancia, los miedos a la libertad, recuperar la identidad y la cultura de un pueblo, que nunca se rindió, demoler día por día, los cimientos del colonialismo, para que la liberación fuera una realidad. Esta ruptura sería clave, el paso necesario para recuperar la humanidad, lo primero que destruyen los colonizadores de turno para dominar y silenciar hasta el pequeño grito que se advierte en las miradas del reclamo o la rebeldía ante la injusticia.
Desde jóvenes, Fidel y la dirigencia revolucionaria supieron escuchar los gritos del silencio e hicieron suyo el reclamo de un pueblo agobiado por la injusticia y el terror.
Sus discursos, sus intervenciones, sus escritos, desarrollan la historia de la humanidad desde una mirada única, que puede descodificar teorías y organizar los matices que surgen de la lucha de los pueblos sometidos al colonialismo, de su redención, de sus realidades, de todo lo que revivirá en la dialéctica impecable. Esa dialéctica con que este hombre inmenso pudo rescatar cada detalle de este proceso de eterna lucha contra la imposición imperial, contra imperios remozados y un capitalismo que va cambiando colores como el camaleón, y que está en camino de su propia destrucción.
Fidel se anticipó y sigue haciéndolo a todos los acontecimientos que esta lucha produce. No he escuchado ni leído un solo discurso hermético, frío, incomprensible. Habló siempre para todos y por todos, porque su mirada llegaba hasta los rincones más perdidos del mundo con esa enorme capacidad de redención humana, que termina necesariamente rompiendo esquemas y dogmas.
A sus 90 años, Fidel está allí en Cuba, la hermana más solidaria en nuestra historia, la misma Cuba que nunca nos ha dejado solos y que defendiendo cada día, cada hora sus fronteras de mar contra un enemigo inmenso, estuvo en cada lugar donde una voz perdida solicitaba ayuda.
Gigante en su pequeñez, la isla parió un hombre, una dirigencia, un pueblo, una historia, una revolución, donde la sencillez es riqueza, la coherencia se hace dignidad, el amor es amparo, la generosidad es un gesto cotidiano.
Allí es donde está Fidel, el gran orfebre de las liberaciones, el que astilló los espejos coloniales, con la misma dignidad de una vida en revolución y evolución, reconociendo con humildad cada momento de gloria, cada acierto y cada error. A sus 90 años sigue enseñando caminos con la misma fuerza e intensidad de aquellos días que yo se bien son inolvidables, vividos en las nieblas y soles de la Sierra Maestra.