El colonialismo ideológico siempre acompaña al colonialismo económico y la liberación económica no es posible sin la liberación ideológica, Rodolfo Puiggrós.
En los años 70, plena Guerra Fría, excepto Cuba toda América Latina estaba en el área de influencia de EE UU. En teoría, era el bloque que defendía la democracia y la libertad, y no obstante financiaba las más tremendas dictaduras. Proclamaba el pluralismo, pero cada vez que se elegía un gobierno mediante el pluralismo, era derrocado.
Venezuela parecía la excepción. Allí alternaban gobiernos civiles de los dos grandes partidos. Aunque Perry Anderson sostiene, en cambio, que en Venezuela no hacía falta dar golpes porque aquella alternancia, lejos de expresar una democracia profunda, era la que garantizaba la renta petrolera de las multinacionales. Contra esa parodia se rebeló Hugo Chávez en 1992, y luego triunfó en al menos 12 elecciones.
Estados Unidos condenaba la lucha armada, pero en 1970 triunfó en Chile Salvador Allende por la vía electoral. Nacionalizó los recursos, luchó contra los monopolios e inició una reforma agraria y mayor distribución de la riqueza. Pese a ser una democracia como la que EE UU proclamaba proteger en todo el mundo, la CIA y el Departamento de Estado desplegaron una estrategia de desestabilización, creación de malestar, enfrentamiento entre sectores medios y trabajadores y desabastecimiento de productos esenciales. Finalmente derrocaron al gobierno democrático. Treinta años después, desclasificaron sus documentos secretos donde reconocen haber financiado la desestabilización y el golpe de Estado.
Queda demostrado que lo que estaba en juego no eran la libertad ni la democracia, que funcionaban a pleno, sino los intereses monopólicos de origen estadounidense y el papel que América Latina debería jugar en la reconfiguración del capitalismo que tenía lugar por aquellos años. Debían impedir a cualquier precio, y con carácter aleccionador, que una experiencia semejante fuera exitosa y pudiese extenderse por la región.
Podría utilizar el resto de esta columna para formular la crónica de los últimos acontecimientos de Venezuela y dar toda la explicación institucional que justifica la decisión del Tribunal Superior y dista absolutamente de la noción de golpe. Baste con decir que si la Asamblea Nacional, con mayoría opositora, desincopora a los diputados elegidos irregularmente por el estado de Amazonas, saldría del desacato y recuperaría de inmediato la plenitud de sus funciones. A lo que se agrega la decisión del Consejo de Seguridad de revisar la medida y reconvocar al diálogo con la oposición.
Prefiero terminar diciendo que la compleja situación de Venezuela admite opiniones diversas. Lo que no admite es no ver lo que está realmente en juego. No se trata de una formalidad procesal, sino de quién se apropia de su renta petrolera.
Venezuela atesora la mayor reserva de hidrocarburos del planeta: 297.000 millones de barriles. Por su parte, EE UU, con menos del 4% de la población mundial consume casi un 30% del petróleo, un cuarto del cual es provisto diariamente por Venezuela. Renovando, como antaño, el carácter aleccionador de su ofensiva, el capital financiero globalizado no está dispuesto a permitir ni en Venezuela ni en ninguno de nuestros países, que se sostengan gobiernos populares que disputen la apropiación de esa renta en defensa de sus pueblos. Como sucedió con la experiencia chilena, el éxito de uno solo de ellos podría extenderse, insoportablemente, sobre toda la región. Eso es lo que está en juego, y el poder está tratando de impedirlo a como dé lugar.
Por eso, no debemos esperar a que el Departamento de Estado reconozca dentro de algunos años que fue quien preparó exhaustivamente y financió el desabastecimiento y la desestabilización de nuestros gobiernos populares. En las antípodas de de Macri y Temer, el campo popular debe solidarizarse y respaldar la autodeterminación de Venezuela y el control soberano de sus recursos estratégicos. «