El destacado y prematuramente fallecido economista chileno Arturo Faynzilver produjo el concepto de “síndrome del casillero vacío”. Servía para caracterizar en pocas palabras al crecimiento sin equidad que durante muchos años se confundió con desarrollo en su país. Y que fue aplaudido mediáticamente como exitoso sin ver sus grietas de origen en una Constitución impuesta desde La Moneda por un dictador militar represivo y en la tremenda desigualdad en la distribución social de los frutos del crecimiento.
Los resultados son ya conocidos. Movilizaciones sociales intensas en el 2006, en el 2011 y en el 2019. El licenciamiento social de una dirigencia política ilustrada, que no percibió el césped que crece bajo la nieve. Y el surgimiento de nuevos liderazgos como Gabriel Boric, hoy ya el presidente electo más joven de la historia de Chile. Y como lo grotesco suele acompañar a lo sublime en el arte, en la expectante realidad chilena un extremista venezolano amenaza a Boric, por redes sociales, con ser “su pesadilla” si invita al presidente Maduro de Venezuela a su asunción, como suele ocurrir en las relaciones entre estados con vínculos diplomáticos. Eso es un ejemplo del “síndrome de ausencia de racionalidad civilizatoria” en la política latinoamericana de 2021.
En México, la aprobación unánime por el Consejo de Seguridad de la ONU de la demanda mexicana en tribunales norteamericanos contra la exportación de armas letales por parte de los productores norteamericanos no ha sido celebrada como solía ocurrir antaño por todos los sectores políticos. Un ejemplo de lo que ocurría antes fue el respaldo a la iniciativa de Contadora que contribuyó a la pacificación centroamericana en los años 80 del siglo pasado. Frente a iniciativas como esas, la unanimidad de los sectores diversos de la política era una práctica civilizada de México que hoy no aparece. Otro “síndrome de ausencia de racionalidad civilizatoria” en la política latinoamericana del 2021.
En Honduras, los sectores que hace 12 años accedieron al poder por un golpe militar contra el presidente Manuel Zelaya, y que en ese período han gozado de cierta inmunidad mediática internacional a pesar de las violaciones a los derechos humanos, hoy intentan de múltiples maneras obstruir el desafío restaurador que enfrentará Xiomara Castro. Es la primera mujer presidenta del país y la candidata más votada en la historia de la maltratada democracia electoral hondureña.
En Nicaragua el sometimiento a prisión de varios precandidatos opositores a Daniel Ortega ha sembrado serias dudas sobre la legitimidad de ese proceso electoral. Se agrega la persecución contra el ilustre escritor y ex vicepresidente del primer gobierno sandinista Sergio Ramírez.
Ambos casos nacionales representan “síndromes de ausencia de racionalidad civilizatoria” en la política centroamericana.
Cabe reflexionar sobre las diferencias existentes entre las corrientes progresistas. Lula y Mujica suelen ser indiscutidos. Sus resultados como gobernantes y sus prácticas políticas y éticas así lo acreditan. Quienes cuando gobiernan no actúan como laicos verdaderos y no respetan la diversidad de opciones sexuales, contrarían la democrática división de funciones y prohíjan Constituciones y legislaciones penales que permiten la sentencia en ausencia del acusado, violando la doctrina internacional de los derechos humanos, ¿acaso tienen idéntica factura dentro del progresismo latinoamericano?
En la geopolítica mundial es significativo que en Estados Unidos el presidente Joe Biden sea cuestionado con cierto éxito en la opinión pública por haber asumido la valiente decisión de abandonar Afganistán. Y declarar que su país no debe intervenir militarmente para imponer a otros pueblos valores democráticos o sistemas políticos.
Ese éxito relativo del trumpismo es malo para la gran potencia norteamericana y desesperanzador para la paz y la cooperación internacionales. Y ,lamentablemente, muy bueno para el “síndrome de la ausencia de racionalidad civilizatoria” de la cual el trumpismo es tribuatrio
En Europa la antigua “rusofobia”, anterior en sus orígenes a la revolución que lideró Lenin en 1917, crece a propósito de la expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia, violando las promesas orales hechas solemnemente a Mijail Gorvachov, último presidente de la implosionada la URSS.
Y el vórtice de esa confrontación Rusia versus OTAN se encuentra en Ucrania, cuyo propio nombre en idioma ruso es equivalente a la palabra límite o frontera. La amenaza de confrontación aumenta al punto que algunos comentaristas internacionales mencionan como posible una reedición de la crisis nuclear del Caribe, 40 años después, en el Mar Negro.
Rusia ha transmitido sus exigencias de seguridad legalmente ratificadas a EE UU y la OTAN. A la vez que ha aumentado y mejorado sus capacidades de respuesta nuclear con artefactos hipersónicos. Ese es el cuadro preocupante en la geopolítica europea y mundial a fines del año 2021.
Desde Navidad coincidencialmente los planetas de nuestro sistema solar están alineados, con ausencia de Marte, que siempre en la astrología está asociado a la guerra. Eso parece un buen augurio astrológico. Pero más allá de la astrología a mediados de enero habrá una reunión Rusia-OTAN para discutir los temas de seguridad entre potencias que por sus capacidades militares no pueden enfrentarse entre ellas sin provocar el fin de la civilización humana.
Del buen éxito de esas conversaciones dependerá la seguridad y predictibilidad de las relaciones entre las principales potencias militares del orbe en el 2022.
Ese mismo año habrá varias elecciones importantes en América Latina. Costa Rica, Colombia, Brasil, entre otras. No son separables los procesos políticos latinoamericanos y la geopolítica mundial. La paz no solo es ausencia de guerra, también es justicia y cohesión social. Que el “síndrome de la ausencia de racionalidad civilizatoria” desaparezca del horizonte de la geopolítica mundial y de la política latinoamericana será uno de los más sentidos buenos deseos de año nuevo.