Líbano dio el primer paso para salir de la profunda crisis que atraviesa. Por más incierto que sea el camino, el presidente Michel Aoun encargó esta semana al multimillonario Najib Mikati la misión de formar un gobierno mínimamente estable y capaz de concretar el tan esperado rescate financiero. El empresario de 65 años no es más querido por los libaneses que el anterior primer ministro designado, Saad Hariri, pero al menos se aseguró el apoyo de los principales partidos tras nueve meses de desacuerdos.
Este pequeño país de Oriente Próximo sufre lo que el Banco Mundial considera una de las peores debacles económicas registradas en el mundo desde el siglo XIX. Todo es exiguo en Líbano. Falta combustible, medicamentos, electricidad y alimentos. Y el sistema político confesional, proclive al sectarismo religioso y a las disputas entre clanes, entorpeció hasta ahora cualquier consenso posible que evitara el colapso.
“Si Mikati logra formar un gabinete tecnocrático, en lugar de un político, quiere decir que el problema era Hariri. Desde 2007 los presidentes exigen que un determinado porcentaje de del gabinete salga de su riñón y Hariri no quería cederle un tercio de las bancas del Consejo de Ministros a Aoun. Es posible que Mikati sí haya accedido a eso”, explica Said Chaya, politólogo y experto en Medio Oriente de la Universidad Austral.
A pesar de la rigidez del confesionalismo político –que reserva la presidencia del país a un cristiano maronita, el cargo de primer ministro a un musulmán sunita y la titularidad del Parlamento a un musulmán shiíta-, el especialista sostiene que el pragmatismo terminó moldeando un sistema en el que cada facción garantiza que sus respectivos intereses permanezcan representados en el gobierno.
El problema es que los dirigentes se perdieron en sus luchas de poder mientras la libra libanesa se devaluaba sin freno y la población padecía un desempleo en aumento, nuevos impuestos y planes de ajuste. En consecuencia, la representatividad pronto se vio en jaque. “El sistema muestra agotamientos cada tanto. Pero los agotamientos generan nuevos pactos, como después de la guerra civil (1975-1990), y este todavía no generó uno. A eso se suma la ausencia de mecanismos que legitimen a los políticos. A pesar de la crisis, el presidente no llama a elecciones”, señala Chaya.
Cuando los privilegios y los negocios particulares están en juego, el sistema tiende a cerrarse aún más. Eso explica el predominio de las dinastías políticas, transversal a todos los credos, y la perpetuación de los liderazgos. De hecho, Hariri, hijo de Rafiq, el exprimer ministro asesinado hace 16 años, estaba al frente del gobierno al momento de desatarse la crisis, una vez que los saudíes le soltaron la mano y retiraron sus fondos del Líbano en 2017.
Según el politólogo Abas Tanus Mafud, autor del libro Los capitales árabes en Argentina, el agotamiento del modelo de paridad cambiaria incidió tanto en la situación como la caída de las remesas desde el exterior y una corrupción extendida. “Se suele decir que el 50 por ciento del PBI se va en dádivas. Al mismo tiempo, el presidente del Banco Central, que está hace 30 años, ha tenido una política muy centrada en el sector bancario y no en el productivo”, afirma.
Resulta difícil para los libaneses acceder al tipo de cambio oficial por la escasez de divisas. La moneda local registró una depreciación del 90 por ciento respecto al dólar en los últimos años. “Es una situación muy parecida a la del corralito en Argentina”, dice Mafud.
Por primera vez en la historia, Líbano incumplió los pagos de la deuda y se calcula que todo lo que produce el país “alcanza solo para pagar salarios y cumplir obligaciones los primeros seis meses del año”.
Mikati está condicionado también por los miles de millones de dólares prometidos por Emmanuel Macron. El presidente francés anunció una conferencia internacional para el próximo miércoles, que coincidirá con el primer aniversario de la explosión en el puerto de Beirut, que arrojó un saldo luctuoso de más de 200 personas y arrasó con zonas enteras de la capital. El requisito para destrabar la ayuda financiera es presentar un gobierno de técnicos.
Para el editor de Economía del sitio El Intérprete Digital, la idea de un Ejecutivo tecnocrático busca “sacarse del encima a la clase dirigencial” que ha bloqueado las reformas que exigen principalmente Francia y el Fondo Monetario Internacional, y que consisten en “reducir los costos que implica la corrupción, fomentar la producción e impulsar una auditoría externa e independiente para saber cómo están las cuentas nacionales”.
Esta intromisión en los asuntos internos del país de oriente medio es una novedad, ya que las minorías religiosas históricamente recurrieron “al patronazgo de las potencias extranjeras para mantener cierto equilibrio”, indica Chaya. Así como los chiitas libaneses cuentan con el respaldo iraní, los cristianos del Líbano necesitan el apoyo de Francia.
El tiempo se agota. Los libaneses viven de grupos electrógenos o generadores externos por los cortes de luz que se producen a diario. Las tarjetas de racionamiento se normalizaron. La administración pública está al borde del colapso y más de la mitad de la población es pobre. Mikati y los partidos que lo acompañan tendrán que evitar el estallido social que se anuncia para enfocarse en administrar una crisis sin piso. Es la prioridad absoluta del próximo gobierno.