El conflicto en curso en Ucrania nos obliga a analizar y evaluar la situación, pero sobre todo a pensar el mundo, desde nuestra región, y ver qué consecuencias tendrá. No debemos ser observadores ni comentaristas sino actores.
La intervención militar rusa pone la situación en otro nivel, a pesar de que el conflicto en ese país tiene muchos años. El ingreso de tropas a otros países siempre debe ser criticado, y debe hacerse en este caso. Es correcto el reclamo por que se cesen las acciones bélicas, como hizo la Cancillería argentina y también es correcto el llamado al diálogo inmediato con todos los actores y teniendo en cuenta todos los intereses, como hizo nuestro gobierno.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta lo que venía reclamando Rusia y era ignorado por los EE UU y sus aliados. Esencialmente, que se detenga el avance de la OTAN hacia el este. George Bush había prometido en 1990 a Gorbachov que luego de desintegrada la URSS la alianza militar no avanzaría ni una pulgada más («not an inch more») porque ya no tendría sentido. Sin embargo, desde 1996 hasta hoy se incorporaron a la alianza militar Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Letonia, Lituania, Estonia, Rumania, Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia, todos países exintegrantes de la Unión Soviética o miembros del Pacto de Varsovia, la exalianza militar conducida por Rusia.
Podemos, entonces, como primera conclusión, decir que muchas veces EE UU no cumple con sus compromisos y nosotros lo padecimos siendo miembros del TIAR (el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) durante la Guerra de Malvinas. Norteamérica no solo no nos asistió, sino que colaboró con nuestro enemigo, el Reino Unido. Por eso, las exigencias de que nos alineemos incondicionalmente con ellos que hace la oposición argentina es una postura solamente explicada por la sumisión ideológica y la dependencia servil demostrada permanente. El propio presidente ucraniano Volodomir Zelenski dijo: «Nos dejaron solos».
En lo inmediato, el conflicto traerá aumento en las commodities, con lo cual podría mejorar nuestra capacidad exportadora, pero prestando mucha atención a que esto no se traslade a precios y que nuestra población, en vez de aprovechar esta situación, se vea perjudicada. Y también el aumento en los precios en el abastecimiento de energía. Hay que estudiar seriamente de qué manera mejorar el resultado de estos dos datos y con los países de la región tener un plan conjunto.
No hay conflicto izquierda-derecha, capitalismo-socialismo o democracia-autoritarismo, como es presentado por varios actores, por atraso en el análisis o por capciosidad. Si no, el gobierno de Bolsonaro no se habría abstenido en la votación de la OEA.
Hay conflicto de intereses en el contexto de resquebrajamiento de una institucionalidad global anacrónica y el surgimiento de una nueva multipolaridad donde Rusia y China pretenden aumentar su poderío e influencia, y eso puede permitirnos ventajas en nuestra búsqueda de desarrollo, mientras EE UU pretende evitarlo de cualquier manera. Debemos hacer lo que nos conviene.
Argentina, en conjunto con los países de la región, tiene que pensar que rol tendrán en ese nuevo escenario. Cuáles serán sus capacidades a desarrollar; cuáles las industrias con más posibilidades, y coordinar acciones entre nosotros para exportar y crear trabajo local; cómo agregarles tecnología a esos productos; cuáles son nuestras prioridades y cuáles los aliados para cada caso. Cómo negociar en conjunto. Cómo planificar una infraestructura conveniente para nuestro desarrollo. Y cómo deberemos vincularnos con el mundo desde una posición unificada y no individual. Los hechos de Ucrania indican que el mundo se sigue configurando en clave multipolar y nuestra región solo tiene destino si se transforma en un polo en ese mundo.