«Lo vi en ese momento al Che, estaba tendido, todavía no sabía que era él. Tenía un gran parecido a Cristo y por eso no me animé a dispararle.» Rememoró Carlos Balboa, uno de los cuatro soldados que capturó a Ernesto Che Guevara el 8 de octubre de 1967, el día anterior a su asesinato.
Eran aproximadamente las 10 de la mañana cuando una ráfaga de la ametralladora Browning.30 del Ejército boliviano impactó sobre la pierna y el fusil del Che inhabilitándolo para seguir combatiendo. Unas horas más tarde, cuatro soldados del batallón Ranger, entrenados por oficiales estadounidenses, fueron los encargados de capturar al comandante guerrillero cerca de la Quebrada del Churo y trasladarlo a La Higuera, un pequeño pueblo que se encuentra a 300 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra.
«El Che estaba apoyado sobre su mochila, junto a él estaba Willy, alias de Simón Cubas, dirigente minero boliviano y guerrillero, fuimos por la espalda y los redujimos a ambos. Guevara lo primero que dijo fue que esta guerra no era contra nosotros sino contra nuestros oficiales», relató a Tiempo Alfredo Romero Ramos, otro de los militares que estuvo en el último combate, quien, además, desmiente la versión de que el rosarino haya dicho «no me maten soy el Che Guevara, valgo más vivo que muerto». «Los medios y los historiadores necesitan crear sensacionalismo, como crearon la figura heroica del capitán Gary Prado, cuando en realidad se encontraba a 70 metros del lugar, así que es imposible que haya escuchado esa frase», agregó Romero Ramos.
La subida desde la Quebrada del Churo hasta el pequeño pueblo tomó aproximadamente tres horas. Los pobladores lo recibieron con mucho temor ya que desde el presidente René Barrientos hasta los propios militares les decían que los guerrilleros venían a «invadir el país, violar mujeres y robar las pertenencias de los habitantes», según cuentan los testigos de esa época.
«El 9 de octubre entré a conocer a ese hombre que todos decían que era malo y feo y que venía a hacer cosas tan malas a nuestro país, sin embargo, me encontré con un hombre de facciones perfectas, con un brillo especial en los ojos y muy inteligente», recuerda con Tiempo, después de medio siglo, Julia Cortez, maestra de la escuela donde el Che fue puesto en custodia. La docente fue quien le dio el último plato de comida, la clásica sopa de maní boliviana al guerrillero: «Tuve que salir de la escuelita cuando le estaban sacando una foto, pero lo miraba y él hacía lo mismo, después hizo que me llamaran con la excusa de que había un error en una de las cartulinas de clase, le dije que estaba todo revisado y cuando se fue el guardia me dijo que en realidad era un pretexto para que vaya para poder hablar».
Unos días antes, Barrientos había afirmado tras la captura del pintor argentino, Ciro Bustos, y del intelectual francés, Régis Debray, enlaces urbanos de la guerrilla, que en Bolivia se iban a «respetar los Derechos Humanos», esto implicaba que no habría fusilamientos. «Yo le dije a Guevara que lo iban a llevar a juicio, realmente pensé que se procedería así, no había ningún antecedente de una ejecución a un prisionero hasta ese momento», afirmó a Tiempo Gary Prado, capitán de la compañía que lo capturó.
Finalmente, alrededor del mediodía, tras una reunión en la que participaron Barrientos y el Comando Mayor del Ejército se tomó la determinación de fusilarlo. «Los tres se preguntaron, ‘y ahora ¿qué hacemos?’. En ese momento se desarrollaba el juicio a Bustos y Debray y era todo un circo, lleno de periodistas, entonces si por ellos fue así, por Guevara iba a ser mucho peor. En esa época no había cárceles preparadas para este tipo de prisioneros, así que el presidente asumió la responsabilidad y dijo que se lo fusile, y se le hizo una ejecución sumaria», rememoró Prado, aunque sus palabras distan mucho de la realidad, dado que al Che lo mataron clandestinamente a las 13:10 y al otro día Barrientos y los medios de comunicación, afirmaron que el guerrillero había muerto en combate a los 36 años.
Historiadores y militares aseguraron años más tarde que en esa reunión también estaba el embajador estadounidense en Bolivia, Douglas Henderson, quien influyó en la decisión de no mantener a ningún prisionero con vida. Además, según cuenta a Tiempo el coronel Miguel Ayoroa, quien también participó de la captura, «al no haber ningún oficial de alto rango para decidir quién llevaría a cabo la ejecución, el agente de la CIA, Félix Rodríguez, designó al soldado Mario Terán Salazar». El agente admitió en diversas entrevistas que le recomendó a Terán dispararle del cuello hacia abajo para aparentar que el Che murió en batalla.
«Luego de escuchar la ráfaga entré a la escuelita, vi el cuerpo del Che tirado, pensaba que estaba herido porque estaba con los ojos abiertos, lo miraba con esperanzas de que pestañara en algún momento, pero no lo hizo, salí corriendo y pegué un grito desesperado», recordó la maestra Cortez, que además confiesa: «Cada vez que vuelvo al pueblo lo veo a Ernesto sentado, veo todo tal cual era y vuelvo a escuchar los disparos».
El misterio de los últimos minutos
Los momentos finales de Ernesto Guevara aún tienen hechos difusos, dado que hay varias versiones contadas por los protagonistas pero que difieren unas de otras y a esto se le suma el silencio del personaje principal, Mario Terán Salazar, quien disparó la ráfaga que terminó con la vida del guerrillero: rara vez sale de su casa, según cuentan sus vecinos, y evita todo tipo de contacto con la prensa.
Guevara estaba prisionero junto a Simón Cubas y el cuerpo sin vida de un guerrillero que se presume era el peruano Juan Pablo Chang, alias Chino, cuando Félix Rodríguez, «alentó a Terán Salazar a disparar contra el Che y Willy, finalmente matándolos», según especificó a Tiempo Ayoroa.
Según Alfredo Romero Ramos estas versiones no son verídicas, porque quien habría matado a Cubas fue el sargento Huanca y según le informaron otros militares, tras la ráfaga que disparó Terán Salazar contra Guevara entró a la escuelita el teniente Carlos Pérez y le dio un disparo en el tórax, que finalmente sería el tiro de gracia que terminaría con la vida del Che.
A pesar que después del asesinato fuera exhibido, el cuerpo de Guevara se ocultó para no convertir a La Higuera en un «lugar de peregrinación» como dice Prado.
Lejos de eso, y tras encontrarse los restos del Che en 1997, su imagen está vigente aún tras 50 años, en cada movilización y cada protesta por reivindicaciones sociales, algo que los militares bolivianos no pudieron ni podrán callar. «
* Desde Santa Cruz de la Sierra