El histórico octubre chileno camina bien despierto por su tercera semana y nada indica que vaya a detenerse. Mientras, un Sebastián Piñera blindado por los medios y denunciado por delitos de lesa humanidad se mantiene duro con palabras de paz y esperanza. Eso para afuera. Para adentro crecen las críticas por su falta de muñeca frente a lo que en Chile ya empezaron a llamar «la crisis».
En Santiago, epicentro de la revuelta, se extiende el radio de las protestas. La «invasión alienígena», como la llamó la primera dama, crece en los suburbios y se reproduce en muchas ciudades del país. No sólo son las coloridas, originales y permanentes protestas espontáneas. Ni tampoco los destrozos o los miles de jóvenes que desafían y enfrentan la represión del Estado. El despertar chileno es mucho más: es una conciencia colectiva en plena expansión, transversal, que se reconoce así misma en la resistencia al poder y en las demandas que resume uno de los gritos más repetidos durante las marchas: «El pueblo, el pueblo, ¿el pueblo dónde está? El pueblo está en la calle, pidiendo dignidad».
Las calles en disputa
Durante los primeros días la TV repetía cómo, cada mañana, estatales y voluntarios barrían, pintaban paredes y levantaban miles de piedras desparramadas en las calles de Santiago. Desde hace una semana, en cambio, no hay maquillaje posible. Las cuadras céntricas entre la Plaza Italia, La Moneda y sus alrededores son, las 24 horas, escenario de un campo de batalla: vidrios, semáforos arrancados, paradas de colectivos destrozadas, bancos incendiados, restos de barricadas, comercios que refuerzan sus cortinas metálicas, pintadas por todos lados.
Los zorrillos y guanacos, como llaman a blindados y carros hidrantes, todas las tardes, religiosamente, salen de cacería. No es necesaria una piedra o un desmán para que entren en acción. La Santiago ensangrentada de estos días huele a quemado y a gas lacrimógeno. Recuerda mucho aquella: también se detiene a llorar por los ausentes.
Este viernes por la tarde, una semana después de la marea de más de un millón, otra vez la convocatoria fue masiva. Y al mediodía, miles de mujeres crearon otra postal que recorrió el mundo: vestidas de negro, con pañuelos blancos y los brazos en alto, de todas las edades, caminaron en silencio desde Plaza Italia a La Moneda. En la caravana de cinco cuadras, muchos parches: suman 157 las personas con heridas oculares. «Los primeros días atendíamos a más gente con perdigonazos en las piernas, pero después los ‘pacos’ pasaron a apuntar a la cabeza y los ojos. La información se confirma en cada posta sanitaria autogestiva, de las tantas que hay por Santiago, creadas por vecinos, médicas, enfermeros y estudiantes para atender a miles de heridos, a quienes en muchos casos se les negó la atención en hospitales.
Ante esa otra forma de violencia estatal, otra respuesta popular. Lo mismo pasa con los gases lacrimógenos: enseguida alguien acerca un limón o agua con bicarbonato. Incluso hay negocios con carteles ofreciéndolos gratuitamente.
Cabildos abiertos
La Constitución chilena actual, herencia de Pinochet, le da mucho poder al presidente y contiene diferentes «blindajes» que impiden soñar en el corto plazo con un llamado a plebiscito o la posibilidad de realizar algunos de los cambios que exige la sociedad. Por ello, como paso siguiente y complementario a la movilización en las calles, diferentes sectores comenzaron a organizar y participar de cabildos abiertos, asambleas populares en barrios, clubes y otros espacios para hablar del presente y del futuro. Las propuestas más escuchadas tienen que ver con salud y educación gratuitas y de calidad, jubilaciones dignas y el fin y condena a las violaciones a los DD HH. «Como ni el gobierno ni los partidos nos representan, es la búsqueda de soluciones a nivel comunitario. Es el despertar de esa organización que estaba muerta. Estábamos encerrados en nuestras casas mirando televisión y los cabros (jóvenes) nos despertaron», dice Irma Herrera, trabajadora social que participa en los diálogos que se organizan en su barrio.
La Legua es una de las barriadas más populares y estigmatizadas de Santiago. En una esquina comienzan a reunirse varias personas. Pasa un patrullero de Carabineros, al rato otro estaciona a unos metros. Patricia los mira mientras les habla a sus vecinos: «Los cabros partieron con las evasiones al metro (subte) y nos marcaron el camino. No tienen miedo. A una le produce temor pero a su vez emoción. Hicieron lo que nosotros no pudimos. Nos enseñaron que se puede y están uniendo a las familias».
Pero los fantasmas del ’73 rondan las cabezas de los menos jóvenes. Es que la represión y violencia de militares y carabineros de los últimos días sólo tiene antecedentes en años de Pinochet. El Instituto Nacional de Derechos Humanos presentó 179 acciones judiciales, 132 por torturas y 18 por violencia sexual. Desde el 17 de octubre a hoy suman 4316 detenciones; 475 son a menores de edad. Ayer se conoció una denuncia –no será la única– contra Piñera por delitos de lesa humanidad. Se lo apunta como máximo responsable político de lo que los medios insisten en ocultar, pese a la visita de la ONU y las cientos de pruebas y testimonios que inundan las redes sociales.
El Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo volvió a las calles después de 25 años, luego de que el presidente declarara: «Estamos en guerra». Acevedo fue un padre que en 1983, tras buscar a su hijo desaparecido por comisarías, cuarteles, hospitales y no obtener respuestas, decidió prenderse fuego a lo bonzo en la Catedral de Concepción. El organismo nacido en su honor se dedicó a buscar desaparecidos y denunciar violaciones a los Derechos Humanos.
Irene Rojas Cambias, militante de ese organismo y quien tampoco zafó de la represión, recibió un perdigonazo en un seno. Explica: «En Chile se tortura igual que en dictadura. Este año, sin contar los últimos días, hubo 1200 denuncias. Y la mayoría de las víctimas son jóvenes. Pero ahora somos muchos los que estamos con ellos. El pueblo despertó, y esto recién empieza». «
Por una nueva constitución
En las últimas horas, dirigentes de izquierda sumaron su exigencia de un plebiscito que impulse una nueva Constitución, que reemplace a la que dejó la dictadura pinochetista, aprobada en 1980, en un cuestionado plebiscito, como un traje a medida para que el régimen de Pinochet y los sectores conservadores pudieran mantener su poder, más allá del fin de la dictadura en 1990, y asegurar la continuidad del modelo de economía abierta con escasa presencia estatal en temas como educación y salud. Su ideólogo Jaime Guzmán: instauró quórums altísimos para cualquier modificación.
“La agenda social del gobierno es insuficiente. Debemos ir a lo fundamental: un plebiscito», dijo Heraldo Muñoz, presidente del Partido por la Democracia y canciller en la segunda presidencia de Michelle Bachelet. Por su parte, el líder del Partido Socialista y exvocero de la expresidenta, Álvaro Elizalde, afirmó: «La gente está expresando en las calles su malestar por lo que corresponde que se pronuncie democráticamente». Además del cambio constitucional, proponen, entre otras medidas, que se fijen precios de medicamentos, aumentos a las pensiones y mayores impuestos a los más ricos.