En dos países de los cuales sólo suelen llegar malas noticias ocurrieron acontecimientos electorales que abren expectativas esperanzadoras. Ambos tienen poca extensión territorial, semejantes densidades demográficas y similares ricas y milenarias historias, así como potencialidades futuras. Ambos países que producen las más bellas rosas que puede dar la naturaleza, han sufrido el terrible azote de la corrupción, la impunidad y la violencia.
En Guatemala el Pacto de Corruptos tiene siete décadas. En Ecuador el narco-estado se forjó en el siglo XXI, con presencia criminal de carteles colombianos, mexicanos y albaneses, y sus cómplices, en el andamiaje estatal enquistados en las más altas esferas del poder político, judicial y en las porosas filas policiales.
César Bernardo Arévalo es un socialdemócrata de convicciones y práctica política, hijo del más importante presidente de Guatemala en el siglo XX, Juan José Arévalo, y fundador de Semilla, un movimiento de jóvenes soñadores, ilustrados, que sorprendieron a la vieja casta que controlaba el Estado con su pasada a la segunda vuelta y su aplastante victoria.
La gente celebrando espontáneamente por miles en la calle con las banderas de Guatemala y no de ninguna formación política anunciaba que, en el país de la eterna primavera por su privilegiado clima, se inaugura una nueva primavera en la política, cuyo signo es el inicio del desmontaje del Pacto de Corruptos. El agradecimiento ante la prensa mundial fue un signo de la responsabilidad que siempre ha caracterizado a Arévalo. En un continente de oradores, Bernardo leyó su discurso y luego contestó sobria y responsablementente las pocas interrogantes que le formularon.
En El País de España, el excanciller de Guatemala Edgar Gutiérrez reseña hoy la lista de colosales desafíos que la gobernabilidad de la nueva primavera enfrentará y que no es el caso repetir en esta nota, que es de celebración del inicio del fin del Pacto de Corruptos, el retorno de la esperanza que Juan José Arévalo inició y la invasión desde el exterior yuguló, de la recuperación de un lugar digno en el nuevo orden mundial, de reencuentro entre su amada patria y pueblo con su genial premio Nobel Miguel Ángel Asturias, bailando juntos el torotumbo.
En el Ecuador, un joven guayaquileño hijo de una rica familia, formado en buenas universidades es el que sorprende a todas las encuestas y pasa a segunda vuelta junto con a Luisa Gonzáles, candidata del correismo. La buena noticia es que lo catapulta a la segunda vuelta su buena intervención en un debate previo, celebrado en un país conmocionado por el asesinato de un candidato presidencial, víctima de la más alta forma de existencia de la corrupción que es el narco-estado. Y en ese debate destaca su ecuanimidad en las respuestas no conignistas ni salvacionistas, para dar seguridad sin muertes indiscriminadas, armonizar libertad empresarial con empleo decente, mercado con estado responsable.
Ese soplo de sereno realismo le permitió a Noboa desdramatizar la polarizada contienda, librarla de insultos, ganarle a la candidata correista votos, como lo demuestra la diferencia entre los guarismos de la lista de asambleístas de la Revolución Ciudadana y los votos de su abanderada a la presidencia. En sus declaraciones posteriores a las elecciones Noboa ofrece sin estridencias ir a la reforma del andamiaje jurídico montado el 2008, oferta que ya incumplió el fracasado Guillermo Lasso. Es la esperanza de una renovada política que sepulte el siglo perdido que el Ecuador sufre.
Eso es lo que permite avizorar Noboa, joven candidato, sin organización ni estructura consolidadas, que sedujo e ilusionó a un pueblo desesperado con su serenidad e inteligencia mostrada en un debate que se prolongó tres horas. Que una vez más “el pueblo salve al pueblo”, como escribió Alfredo Pareja Diez Canseco, en su Historia del Ecuador.